Lorenzo Meyer
Abril 13, 2020
AGENDA CIUDADANA
Para interpretar tiempos como los que corren, viene bien acudir a un par de premios Nobel: Albert Camus, que lo fue en literatura (1957) y Paul Krugman, en economía (2008).
En su novela La peste (1947), Camus abordó la desventura de una ciudad (Orán) atacada por una plaga –peste bubónica– y las consecuencias del confinamiento de sus habitantes mientras la epidemia agotaba su ciclo. Ese tiempo epidémico y sus efectos sobre la conducta y moral de los confinados, pasan por el filtro de un observador participante entregado a una lucha sin cuartel contra la peste: el médico Bernard Rieux y los juicios y acciones del círculo del que se rodea.
¿Qué sentido tiene la batalla contra ese gran sin sentido que es la peste? El bacilo finalmente podrá ser arrinconado y obligado a “permanecer durante decenios dormido” pero volverá a reaparecer. Para Rieux, un hombre que no puede creer en ningún Dios que fuera el origen de tan desmesurada tragedia, la peste siempre significaría “una interminable derrota” pues en este campo todo triunfo es provisional. Sin embargo, el sentido del esfuerzo y de la vida del médico –sentido que adquirió de esa gran educadora que es un origen social en la miseria– consiste precisamente en no caer sin batallar, en empeñar energía y conocimiento, en luchar a brazo partido por prolongar la vida de cada uno de los miembros de la comunidad bajo asedio que, en general, “son más bien buenos que malos.”
Un personaje secundario, el periodista Rumbert, primero buscó escapar de una ciudad que no consideraba suya por medios legales y luego ilegales para unirse a la mujer que creía amar, pero finalmente opta por quedarse y participar en la brega colectiva porque salvarse individualmente en medio de la batalla le haría imposible alcanzar la felicidad que buscaba: el sentimiento de vergüenza del que huye lo impediría. Al reflexionar sobre la muerte de un amigo y colaborador, Tarrou, justo cuando la peste ha concluido, el doctor Rieux encuentra que de tiempo atrás su amigo había perdido la esperanza y que sólo “en el servicio de los hombres” había encontrado paz. Pero, sin la peste su batallar había dejado de tener sentido.
Finalmente, una observación secundaria de Rieux sobre la prensa viene al caso: mientras duró la lucha contra la peste, la prensa, siguiendo una línea oficial, buscó no ahondar la alarma y desesperación de la población. En el México del Covid-19 puede afirmarse que la situación es exactamente la contraria.
Pasemos ahora a Krugman. La tesis de este economista laureado y batallador columnista del New York Times (07/04/2020) fue elaborada para el caso norteamericano, pero fácilmente se puede adaptar al caso mexicano. Simplificando, el argumento es el siguiente: el papel del gobierno frente a la pandemia y frente a la crisis económica mayúscula que ha provocado no debe ser enfrentar la situación como si fuera la propia de una depresión más, al estilo de las de 1929 o 2008, sino hacerlo de manera diferente pues se trata de otra cosa: de un parón tan brutal como inesperado no de la economía sino de la vida normal de la sociedad. Se trata de una catástrofe, como la vivida en el Orán de Camus pero infinitamente mayor.
Partiendo de este supuesto, Krugman argumenta que la reacción gubernamental debe ser acorde a la naturaleza del evento y su intervención no debe corresponder a una política anticíclica que busque primeramente revivir empresas. No, debe diseñarse para enfrentar las consecuencias de la epidemia no al nivel de la empresa sino del individuo que perdió su empleo por la “sana distancia”. Desde luego, nos dice el Nobel, no se trata de rescatar empresas mediante otra condonación de impuestos a la Trump, sino de poner en marcha una “coronavirus economics” que permita salvar la situación concreta e inmediata de una cuarta parte de los trabajadores norteamericanos que de un día para otro vieron cortadas sus fuentes de ingresos. No se debe implementar un programa de ayuda universal sino uno que remplace mientras dura la epidemia los ingresos de la parte más débil de la fuerza de trabajo que Krugman calcula en uno de cada cuatro norteamericanos. Es ese 25% de los trabajadores el que debe ser auxiliado directamente y de inmediato.
La fórmula Krugman no es, en esencia, diferente de la que se ha propuesto poner en práctica el gobierno mexicano: usar recursos siempre escasos de un fisco anémico, para mantener en el tiempo de la peste el ingreso mínimo de los que así subsisten, generalmente en la economía informal. Es una forma de solidaridad enteramente compatible con la del doctor Rieux, el de Camus.