EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sólo en su sed se sacia

Federico Vite

Octubre 27, 2015

Oro líquido en cuenco de obsidiana (UNAM, 2015, 126 páginas), de Ernesto Lumbreras, es un documento en el que el autor generosamente se adentra en las misiones lowryanias de la existencia. Recurre al ensayo, a manera del doctor Caligari, para rastrear los pasos del autor de Lunar caustic en Acapulco, en Cuernavaca y en Oaxaca. Más que una cruzada en aras del turismo cultural, Lumbreras propone una revisión histórica del contexto en el que un hombre se encuentra con la epifanía de lo que conocemos como Quauhnáhuac, la ciudad que acunó la tragedia en la novela Bajo el volcán; pero esencialmente nos muestra la rotunda caída en espiral descendente de una pasión, más que un hombre, llamado Malcolm Lowry.
Tomando como libros de cabecera para crear este volumen, Malcolm Lowry. Una biografía, de Douglas Ray, y Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, de Gordon Bowker, Lumbreras detalla los motivos por los que el joven Malcolm se contagia del fervor por conocer México; enumera y eslabona los pilares de una generación de creadores (esencialmente ingleses y estadunidenses) que abonaron en el caldo de cultivo que es un narrador para traer, cerca del Pacífico, a tipo con ansia, un escritor con la avidez necesaria para encontrar la satisfacción en la sed.
Lumbreras no se propuso un libro erudito sino una revisión categórica y entusiasta, minuciosa, de los aspectos esenciales del paso de un gigante del mezcal, un sedentario de la sombra. Explica que Bajo el volcán nace desde México, que Lowry comienza la producción literaria extraída de la realidad en inventarios nocturnos, funestos: el mezcal y el mal de amores.
En este abordaje personal por la historia del autor de Ultramarina, nos enteramos que Lowry conoció el mezcal en Acapulco, que tuvo como coordenada sistemática la calle Humboldt, que su fervor por El Farolito, esa cantina mitológica, consistía en la desnudez de una parranda para dialogar con la noche, en ese tête à tête taciturno que suele frecuentar un corazón al rojo vivo con el pálpito de una forma etérea y femenina, un mujer enferma de sí misma que sólo requiere al otro para no sentir la fatuidad de su vida. Nos enteramos que Oaxaca y sus alrededores son un bosque de símbolos, una ruta que nos lleva a la escenografía de un paisaje en constante desdoblamiento. Vemos deambular al festivo ebrio que se mimetiza con el contexto y en la memoria etílica del sentimiento escoge los parajes oscuros de un paisaje lóbrego.
Antes de Bajo el volcán, dice Lumbreras, algunos cuentos de juveniles de Lowry se situaban en una ciudad reconocible, Toros de resurrección en Granada, Habitación de hotel en Chartres en París y Chartres, o Conferencia de economía en Londres, pero en todos ellos, la ciudad funcionaba a modo de escenografía, sin ningún desdoblamiento. Después de México, el escritor abrió una puerta que lo llevó por las sendas estéticas de lo taciturno.
Lumbreras destaca entonces la importancia del biorritmo oaxaqueño, de la atmósfera sofocante, violenta, de quien ya enmezcalado abre los pliegues de la intuición para otorgarle fisonomía a un imaginario potente e irremediable de la muerte. Para el inglés, lo letal huele, sabe y se siente como México.
En la noche de los tiempos, en la Oaxaca desdoblada y cincelada por Lowry en la novela Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, la dama del silencio le brindó al inglés etílico la pulsión densa del frío que propicia bordear el fracaso amoroso. Coronó a Malcolm con una dogmática sentencia: la dicha es breve y sentir asfixia, porque sentir es una cuerda que uno debe cortar desde el pasado para no arrastrar el cadáver al presente. El trabajo de Malcolm, entonces, fue darnos un testimonio estético del dolor. Capitalizó a la perfección sus miedos. Desde la derrota esbozó una trama en su obra cumbre, Bajo el volcán, y la virtud de Lumbreras en este caso es mostrar las costuras de la mezcla entre ficción y realidad en la que se montó Lowry para edificar un libro que le canta a lo negro.
Para quienes no conocen la obra de Lowry, el libro de Lumbreras servirá para picar la curiosidad, para brindarles un retrato del hombre que sembró en los espectros un árbol que da sombra.
Oro líquido en cuenco de obsidiana también contrapone versiones que fueron consideradas canónicas, Lumbreras ajusta algunos datos que brindó Douglas Ray, Efrén Rebolledo y se suma al cauce brindado por Bowker para dejar en claro que para hablar de Lowry es necesario revisitar los libros con la misma emoción que la geografía andada por el inglés, porque la reconstrucción del mito mexicano de Malcolm requiere también la indagación del entramado social. Aspectos que Lowry conoció de primera mano, como la reforma agraria cardenista, la paradoja postrevolucionaria de un país inmiscuido en el coqueteo comunista y la discriminación indígena. Un territorio de contrastes que de alguna forma afinó la edificación del Quauhnáhuac que nos regaló. El que se ubica en las “dos cadenas montañosas que atraviesan la República, aproximadamente de norte a sur, formando entre valles y planicies, dominado por dos volcanes, a dos mil metros sobre el nivel del mar”. Esa región dotada de verosimilitud por monumentos, calles, plazas y establecimientos es el mecanismo que potencia el vacío de la trama en Bajo el volcán, el protagonista de la historia está en un sitio aterrador, solo, en completa orfandad y usa el mezcal para hundirse.
Lumberas, con toda la generosidad de quien valora a un autor, examina las pistas, a veces falsas a veces torcidas, de un escritor que fue tejiendo en la retícula de su novela cumbre rasgos, miedos, asombros, gestos que aprisionaron la mexicanidad con pinceladas. En la pesquisa de este fantasma, descubrimos una sentencia: Malcolm Lowry es una biblioteca de espíritus.
Lowry llegó a México vía marítima y entró a este país por Acapulco más o menos por estos días. Era 1936. La bahía tenía menos maquillaje en sus chapitas, pero finalmente recibía con el garbo de un estrella a la galaxia oscura, en reposo, de una pasión llamada Malcolm Lowry. Bienvenido, fantasma. Que tengan buen martes.