EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sombras tutelares y fetiches

Federico Vite

Abril 28, 2020

(Segunda parte y última)

 

 

En una escena del filme Ensayo de un crimen, de Luis Buñuel, Archibaldo de la Cruz se encuentra con Miroslava y un maniquí idéntico a ella. Estamos ante el objeto de la pasión y la copia. Archibaldo de la Cruz (Ernesto Alonso) conduce a Lavinia (Miroslava) hacia la habitación en la que está el doble de la muchacha. Él se ausenta. Lavinia viste a la otra figura con su ropa y usa la de la muñeca. Después intercambian asientos en el comedor.

Al regresar, Archibaldo no advierte de inmediato que el orden ha cambiado. Besa y acaricia (en la boca y en el pecho) al maniquí fingiendo que lo hace con la muchacha. Es, sin duda, algo que subyace en la obra más conocida de Felisberto Hernández.

Al igual que Archibaldo, aunque con otros motivos, Henry Wilt, protagonista de la novela Wilt (Traducción de J.M. Álvarez Flórez. Anagrama, España, 2006, 256 páginas), de Tom Sharpe, viste con la ropa de su esposa a una muñeca y la toca con lascivia, pero el desenlace de esta historia tiene repercusiones legales que no se muestran en Las Hortensias ni en Las Violetas son flores del deseo, aunque Ensayo de un crimen (en la adaptación hecha por Buñuel; recordemos que hizo una versión bastante libre de la obra de Rodolfo Usigli) yWilt conservan esa cuota de legalidad que dispara lo sensual por vericuetos criminales y humoristas.
Cuando el profesor Henry Wilt entra en el aula del politécnico se quiebra su alma; al regresar a casa comprende que la vida es una derrota continua: no soporta a Eva, su esposa.

Aparte de las clases de literatura que imparte a los alumnos de Enyesado, Albañilería y Lampistería, con quienes analiza El señor de las moscas, de William Golding, Wilt pasea con devoción a su perro. Es en ese momento que fantasea con matar a Eva. Busca cómo poner en práctica su sueño y el azar lo coloca ante una muñeca inflable y con ella empieza a ensayar el crimen. Todo se pone en marcha tras una bestial borrachera y la extraña desaparición de Eva. Con estos elementos se construye una novela de humor negro, jocosa y predecible. Sin duda hizo reír a muchas personas en 1976, cuando apareció por primera vez en el mercado editorial inglés, pero ahora se aprecia como un texto ingenioso.

Sumado a las fantasías criminales, la ironía es el estilete mayor de Sharpe. Gracias a esa recurso punzante, la cajita de resonancias que es Las Hortensias tiene una lectura mayor, hermanada, digamos, con algunos pasajes de Wilt. Cito: “Arriba, en el dormitorio, echó las cortinas y colocó la muñeca en la cama y buscó la válvula que le había eludido la noche anterior. La encontró y luego bajó al garage y subió con una bomba de pedal. A los cinco minutos, Judy estaba en buena forma. Estaba tumbada en la cama y le sonreía. Wilt achicó los ojos y la miró torvamente. Tenía que admitir que allí, en la semioscuridad, resultaba odiosamente real. Una Eva de plástico con tetas de masilla. Lo único que faltaba era vestirla. Revolvió en varios cajones buscando un sostén y una blusa. Decidió que no necesitaba sostén, sacó una falda vieja y unos leotardos de malla. En una caja de cartón del armario encontró una de las pelucas de Eva. Eva había pasado por una fase de pelucas. Por último, unos zapatos. Cuando terminó la réplica de Eva, Wilt yacía en la cama sonriendo fijamente al techo.
–Esta es mi chica –dijo Wilt.

Las Hortensias muestra un sendero tanteado por Ana Clavel en Las Violetas son flores del deseo y capitalizado por Sharpe en Wilt, quien flirtea con el crimen, aunque esencialmente lo hace con la intención de acrecentar el humor en el relato. Son emblemáticas las escenas de los interrogatorios, pues Eva es una castradora profesional, así que Wilt, con varios años de matrimonio encima, no puede ser engañado ni atemorizado por un detective inglés. Queda muy bien acentuada la crítica al sistema educativo, al sistema judicial y al pujante emporio de los periódicos que con afán de vender inventan noticias. Lo más jocoso es que la sagacidad de Wilt aumenta ante el desconcierto de los policías y el sicólogo criminalista, quienes creen que el sospechoso hizo una maniobra disuasiva al arrojar a los cimientos de un edificio una muñeca inflable, pues con ese hecho los distraería mientras se consumaba el verdadero crimen. Estamos nuevamente ante el dilema del triángulo amoroso sugerido por Las Hortensias: se elige a la copia y con eso basta para poner en marcha un juicio de asesinato, incluso sin que aparezca el cadáver de la mujer, digamos, original.

Acusado de asesinato, expulsado del politécnico y con una imagen pública totalmente deteriorada –algo que bien podría pasarle a quien decida presumir muñecas inflables y de gran tamaño por el barrio–, Wilt se somete a lo que siempre ha hecho: resistir. Toca fondo y eso ayuda a revelar la crítica en contra de la mojigatería de la sociedad inglesa; pero esencialmente, el autor, insisto, ironiza sobre la represión sexual de los intelectuales y se da a la tarea de provocar al lector con muy buenas escenas sobre la homosexualidad femenina que incluyen el uso hábil de consoladores, muñecas inflables y juguetes para adultos. Fetiches para todos, sicología sexual ligada al crimen, una bomba ideal para el caldo de cultivo de una comedia de humor negro.

Sharpe cimentó la novela utilizando a una muñeca de grandes tetas, copia de la esposa, para crear una pesadilla risible. Contrario a lo hecho por Felisberto Hernández o Ana Clavel, Sharpe eligió los siempre inesperados caminos de la legalidad: usó a una muñeca para poner en marcha las maquinarias de su relato y lo hizo con acierto. Wilt es un hermano menor de Horacio, un familiar lejano de Julián Mercader.