EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sombras tutelares y fetiches

Federico Vite

Abril 21, 2020

(Primera de dos partes)

 

La obra más conocida del escritor y pianista Felisberto Hernández es Las Hortensias (1949). Texto de 55 páginas en el que se inventa una forma de relación entre los seres humanos. ¿Qué otra cosa es la literatura sino una manera de describir las relaciones entre seres animados e inanimados? En esta obra, el protagonista del cuento confunde a su esposa María con Hortensia (una muñeca) y a Hortensia con María. Cuando puede estar con la original, Horacio prefiere a la copia. Funda, con esa confusión de corte erótico, una realidad ficticia y un fetiche. María es cómplice del juego con Horacio y suele colocar notas en la Hortensia, como si así manifestara sus pensamientos la muñeca, suele también vestirla con los atuendos que ella usa en ocasiones especiales. Hortensia está rodeada de una atmósfera escénica, algo que condensa adecuadamente la ficción del narrador uruguayo.
María, Horacio y las Hortensias dan forma a un triángulo amoroso. La pareja pasea a la muñeca e incluso le organiza una reunión para que Horacio la rapte en un triciclo. Básicamente, presenciamos un fetiche in crescendo, una alucinante forma de convivencia.
A lo anterior debe sumarse la figura de Hans Bellmer, quien quedó completamente fascinado con la posibilidad erótica de su Muñeca, una escultura de 1.40 metros, de cabellos negros, que sólo viste unos calcetines. Es una niña que tiene cuatro piernas y numerosas articulaciones pero sólo un torso de mujer adulta. Se trata de una criatura artificial con múltiples posibilidades anatómicas, un dispositivo para descubrir la mecánica del deseo.
Entre Horacio y Hans hay un punto medio, justamente el que aborda Ana Clavel en Las Violetas son flores del deseo (Penguin Random House, México, 2015, 134 páginas). Clavel retoma a Felisberto y a Hans, ejes de un proyecto que arranca de manera contundente: “La violación comienza con la mirada”.
Julián Mercader es el protagonista de este artefacto que propone la creación de muñecas con el fin de consumar una fantasía: la violencia sexual. Las Violetas están hechas a imagen y semejanza de la hija de Mercader, justamente llamada Violeta. Mercader, pues, da cuenta de la creación de esas muñecas y el éxito comercial que tienen los “juguetes” con clientes exclusivos. Pero ese éxito atrae a una sociedad secreta llamada La Hermandad de La Luz Eterna que desbarata el crecimiento empresarial de las Violetas y pone en riesgo la integridad de Julián y la vida de su hija.
Ana Clavel fusiona la historia de las Violetas con Felisberto Hernández; de hecho, aparece como personaje y enfatiza la presión ardua que ejerce esa logia justiciera que usa el nombre de la luz para atacar a los transgresores, como Julián y Felisberto.
A manera de confesión, Julián relata el nacimiento de su filia, la presión que ejerce sobre su psique una ninfa como Violeta. Detalla que esa pulsión pasional e incontenible nace justamente de la mirada y este elemento es el leitmotiv de la novela. Recordemos siempre: “La violación comienza con la mirada”. Esta línea funciona como una coda que orquesta reflexiones de un pasado remoto, escenas que obviamente están relacionadas con las ninfas, finalmente, “una pasión que abraza las entrañas”.
Mercader disecciona su impulso vital bajo la sombra tutelar de Felisberto y de Hans Bellmer, conecta las proposiciones estéticas de esos dos hombres con la fantasía de consumar un incesto y con ello sublimar la pedofilia, corromper a una menor, pero salva los temas legales creando a la sustituta ideal, hecha incluso con olor y fluidos esenciales. Al consumar la violación con la muñeca se esquivan fracturas internas relacionadas con la ética y la legalidad. Esta idea es fantástica para crear un libro provocador, pues transgresor es el fin de las Violetas.
La inserción de Felisberto en el relato no agranda la conspiración de La Hermandad de la Luz Eterna, de hecho, edulcora esa parte de la trama y el efecto de perversidad que crea Clavel pierde intensidad; sin mencionar a Felisberto, Clavel podría trabajar desde distintos ángulos la sombra que proyectan Las Hortensias en esta novela.
Clavel refiere que esta novela nació de un sueño que le fue confiado y la idea central del libro, ese pulso transgresor de la violación, se achata en la medida que se aleja de las escenas sexuales; pero gana hondura sicológica al entrar en Julián.
Entre Las Violetas son flores del deseo y Las Hortensias no sólo hay vasos comunicantes sino una fusión narrativa, ecos intertextuales que permiten a esos dos continentes narrativos flotar hermanados en el cauce de la literatura en castellano. Si Felisberto construyó un entramado de juegos eróticos enfermizos con la historia de amor de un hombre que, pudiendo disfrutar de una verdadera mujer siempre elige la copia, las Violetas son un catalizador ideal para un infractor de la ley; gracias a ese juguete no existe delito alguno. Aunque el relato no se enfrasca en asuntos legales sino en la pasión mayúscula de Julián (las muñecas y su hija), hay derivas de Las Hortensias que conducen, como es el caso de la novela Wilt, del escritor británico Tom Sharpe, al humor negro y al crimen. Es preciso hablar de Sharpe para cerrar las pinzas abiertas por Felisberto.