EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sor Juana Inés de la Cruz

Fernando Lasso Echeverría

Mayo 16, 2017

(Segunda parte)

La vida de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, ocurre puntualmente en la mitad de la época colonial de la Nueva España, pues ella vivió en el siglo XVII, en los años de 1648 a 1695. Y es inobjetable que por medio de la cultura y su afición a las letras, intentó superar los conflictos personales y familiares, que desde niña sufrió: sobre todo, el abandono del padre y el distanciamiento con su madre, provocado supuestamente por la segunda unión marital de ésta. Al parecer, la etapa feliz de Inés fue en sus primeros ocho años de vida, en los que convivió con su abuelo hasta que este murió. Don Pedro Ramírez de Santillana fue su padre sustituto y se quisieron mucho; él era un hombre de libros, hecho que seguramente influyó sobre Inés en su enamoramiento por las letras, afición que en aquella época era predominantemente masculina.
Como se mencionó en el primer capítulo, la etapa cortesana de Juana Inés es quizá la más debatida por diversos autores que se ocuparon en realizar biografías de ella, sobre todo por aquellos de índole religiosa, pues entonces la futura monja vivió en forma plena su vida; la joven Juana Inés amó con ardiente pasión, fue amada intensamente y sufrió también el desdeño de algunos cortesanos, y todo lo plasmó en sus poemas; no obstante –como ya se dijo en el artículo anterior– para varios escritores, hablar del amor carnal y la sexualidad de sor Juana era un tabú, e inclusive negaron en sus textos que haya sido hija natural de una pareja no casada; pero es indudable –ante documentos hallados por investigadores confiables y más recientes– que su madre no se casó con ninguna de las dos parejas que tuvo, y que por otro lado, la poetisa no podía aislarse de las costumbres y conductas cortesanas, entre las que no eran raras las relaciones eróticas y hasta sexuales entre las damas de la reina y los cortesanos, y discretos enamoramientos lésbicos –generalmente más platónicos que físicos– entre las damas de compañía. Fue pues en la Corte de la Nueva España, bajo el virreinato de los marqueses de Mancera, donde Juana Inés convivió con la crema y nata social de la Nueva España, en una época decisiva de su vida –de los 16 a los 21 años de edad– invitada por el nuevo virrey y su esposa, don Antonio Sebastián de Toledo y doña Leonor María de Carreto, los marqueses de Mancera, que en 1664 suplieron en el virreinato a Diego Osorio de Escobar y Llamas, conde de Baños y a su esposa, durando en el cargo hasta 1673.
Juana Inés fue invitada por los los virreyes, por la fama de mujer letrada, culta e ingeniosa, de la cual ya gozaba en los círculos sociales y académicos de la Nueva España la joven criolla; por otro lado, es probable que su calidad de “arrimada” en casa de sus tíos la haya presionado para aceptar la propuesta virreinal, situación que ambos tíos vieron con enorme gusto, porque se estaban deshaciendo de una grave responsabilidad, pues por su hermosura y juventud, Juana Inés se estaba convirtiendo en una bella joven casadera, a la que había que proporcionarle una dote más o menos cuantiosa, para que fuera requerida por algún joven de buena posición para desposarla. No obstante, no sólo la falta de dote era un inconveniente para querer casarse con Juana Inés; era muy probable que su inteligencia, su preparación y su cultura, ahuyentaran a cualquier varón con esos propósitos… y esto, seguramente ella lo sabía. Por ello, es muy factible que su imposibilidad de casarse haya sido una de las principales causas por la cual Juana Inés –sin una vocación clara– haya tomado posteriormente los hábitos religiosos, renunciando a la vida mundana. Por otro lado, Juana Inés quería seguir aprendiendo, y en esa época –como ya tanto se ha mencionado– la educación era privativa del sexo masculino, hecho que le impedía ingresar a la Universidad por su condición de mujer; lo cierto fue que ella intuía que esta avidez por el saber era posible saciarla en la soledad del claustro, situación que seguramente también influyó para su negación al matrimonio, y su decisión de convertirse en religiosa.
Sin embargo, debemos recordar que antes de la etapa religiosa de su vida, Juana Inés vivió poco más de cuatro años como miembro de la corte virreinal de la Nueva España, cubierta con la protección de los marqueses de Mancera, quienes admiraban su juventud y belleza, así como su capacidad intelectual e ingenio nato. En ese ambiente lleno de festividades, acompañada por numerosas y alegres jovencitas como ella y rodeada de jóvenes galanes nobles, Juana Inés gozó la vida, en un ambiente totalmente opuesto al que vivió después en el convento. Ahí –ya convertida en la poetisa de la corte virreinal– componía poemas (romances, décimas, sonetos) con cualquier motivo de trascendencia para la corte o bien elogiosos para el virrey o la virreina, los cuales leía en público ante la admiración de los cortesanos y la satisfacción de los virreyes, dado el ingenio, la oportunidad y la maestría de sus textos; pero en ese ambiente, también escribió numerosos poemas personales que revelan sus experiencias amorosas en la corte; aunque es evidente que en esos poemas de índole privada, Juana Inés se resistía a plasmar en ellos una clara definición de la realidad, y por ello usaba artilugios como el cambiar los nombres verdaderos de las personas que los inspiraron; por ejemplo, en un fragmento del soneto número 170, dice lo siguiente:
Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.
En este verso, Juana Inés reconoce que se equivocó al amar al tal “Silvio”, y que dominada por el deseo carnal pecó aceptando que fue un error, pues fue burlada; y después de ello, en “Silvio”, más que amor, ve vileza. En un fragmento del soneto 171, Juana Inés prosigue en su pesar de haber sido desairada por este individuo, diciendo esto:
Silvio, yo te aborrezco, y aún condeno
del que estés de esta suerte en mi sentido:
que infama al hierro el escorpión herido,
y a quien lo huella, mancha inmunda el cieno.
Eres como el mortífero veneno
quien daña a quien lo advierte inadvertido,
y en fin eres tan malo y fementido
que aún para aborrecido no eres bueno.
Es notorio pues, que Juana Inés vivió su vida en forma tan normal en su estancia en la corte, como podía haberla vivido cualquier mujer en plena juventud como ella; quizá, hasta más ardiente y pasional que otras, por su mismo temperamento, personalidad y agudeza mental; negar esto, es una necedad de sus biógrafos religiosos, pues ella amó y fue amada como cualquier otra joven cortesana; tal como lo mencionamos ya, ella fue desairada en varias ocasiones y a su vez, la joven Asbaje despreció a otros jóvenes de la corte; debemos recordar y enfatizar a nuestros lectores, que en esa etapa de su vida Juana Inés no era religiosa, sino una bonita joven normal y común de la época, con todas las inquietudes que podía tener una mujer así, aunque era obvio –-y hay que repetirlo– que su intelecto y sagacidad, amedrentaba a la mayoría de sus enamorados; en otros versos, menciona ahora a Fabio (otro nombre falso), distinto hombre con el que también tuvo relaciones románticas Juana Inés –según se lee en este poema– y en el cual compara los sentimientos que tuvo con Silvio, con los que ahora experimenta con Fabio:
Que no me quiera Fabio, al verse amado,
es dolor sin igual en mi sentido;
más que me quiera Silvio aborrecido,
es menor mal, mas no menos enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado
si siempre le resuenan al oído
tras la vana arrogancia de un querido
el cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida;
si de éste busco el agradecimiento,
a mí me gusta el otro agradecido;
por activa y pasiva es mi tormento,
pues padezco en querer y ser querida.
A “Silvio” le dedica más adelante, un fuerte reproche en su décima # 99, por haberle alterado la paz con su amor tirano; el poema dice así:
Dime, vencedor rapaz,
vencido de mi constancia,
¿qué ha sacado tu arrogancia
de alterar mi firme paz?
Que aunque de vencer capaz
es la punta de tu arpón,
¿qué importa el tiro violento?
Si a pesar del vencimiento
Queda viva la razón
Hay otros versos de la misma época cortesana, en los cuales aparecen otros personajes llamados Feliciano y Lizardo, y en los cuales Juana Inés expresa en este fragmento de este soneto (168), una historia similar:
Feliciano me adora y le aborrezco;
Lizardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.
Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiera ver triunfante.
Si a éste pago, parece mi deseo;
si ruego aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.
Pero la producción poética de Juana Inés no se limitaba a temas de amor y desamor juveniles; realmente estos ejemplos fueron de su estancia en la corte, cuando ella era prácticamente una adolescente inexperta en aspectos de amor; cuando vivió sus primeras experiencias amorosas, y vertía todas sus pasiones en sus privados escritos núbiles. Durante cuatro años del virreinato de los marqueses de Mancera (que duró nueve), ella, convertida en la poetisa oficial de la corte, escribía con frecuencia de temas muy disímbolos que podían interesarle al virrey o a su esposa, y por supuesto, como una muestra de su agradecimiento con ellos, muchos de sus poemas –en cualquiera de sus formas– iban dedicados a ambos, a él o a ella en particular. Cuando el poema era particular, a doña Leonor la llamaba “Laura”. En alguna ocasión, compuso un epigrama -en donde excepcionalmente menciona a su padre– provocado por alguien que recordó o reprochó, el origen de su nacimiento y Juana Inés fue despiadada con el gratuito agresor. El epigrama dice así:
El no ser de padre honrado,
fuera defecto a mi ver,
si como recibí el ser
de él, se lo hubiera yo dado.
Más piadosa fue tu madre,
que hizo que a muchos sucedas:
para que, entre tantos, puedas
tomar el que más te cuadre.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.