EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Tatiana Tîbuleac: un bello y terrible verano

Adán Ramírez Serret

Septiembre 11, 2020

Uno de los más hermosos descubrimientos literarios que ha habido en español en los últimos años, ha sido el autor rumano Mircea C?rt?rescu; lo es por su gran originalidad, por la potencia de su escritura y por sus historias delirantes, que van de un ruletista –que puede llegar a meter cinco balas en el revolver jugando ruleta rusa– a un hombre quien mientras sueña en fase REM construye un relato que es un digno heredero de Miguel de Cervantes o Nabokov.
Quienes hemos tenido el privilegio de leer en castellano a C?rt?rescu, disfrutamos de la bellísima edición de la editorial Impedimenta, la cual no sólo tiene una precisa y lúcida introducción del genial Edmundo Paz Soldán, quien da claves precisas de lectura de la obra, también cuenta con una traducción prodigiosa, un molde bellísimo, una encuadernación finísima y un diseño apasionado.
Sobra decir que me encanta la editorial y cuando vi que una joven genio, alabada en el mundo, Tatiana ?îbuleac (Chisnáu, Moldavia 1978), había publicado en esta editorial, en ese momento me dieron ganas de comenzar a leer esa novela, que tenía un nombre enigmático y claro al mismo tiempo: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Un título que es casi, o plenamente, una mini ficción en sí mismo.
La obra es, por supuesto, extraña. Es la narración en primera persona, a veces fragmentaria, a veces con una prosa muy centro-europea, densa y destructiva, de pintor que sufre un bloqueo artístico, y a quien un sicoanalista le recomienda que rememore los años más duros de su vida, quizá, cuando se hizo artista. Su vida en familia.
Es entonces cuando comienza una novela cruda, que no es tan fácil de entender en un principio, pues no hay otra cosa que odio. Sentimientos terribles de un hombre hacia su familia. Primero, a su hermana muerta, que es culpable precisamente por eso.
Y después, sobre todo, hacia sus progenitores. A su padre, a quien desprecia con toda su alma por vulgar, y más que nada por no quererlo. Y por encima de cualquier sentimiento, el profundo odio a su madre, quien siempre lo ha despreciado y considerado alguien indigno.
Sobre su madre, sobre su cuerpo, sobre su maldad, sobre sus ojos, que nos dice el título, hay una serie de líneas que van mutando.
Dice en una: “Los ojos de mi madre eran un despropósito”. Algunas páginas adelante, “Los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa”.
No sólo se trata de una gradación, se trata también de un descubrimiento que va al revés de lo que usualmente entendemos en el mundo. No se trata de querer a nuestras madres porque venimos de ellas sino porque hay empatía y sobre todo, una relación. “Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas”, dice en algún momento el narrador, .
Sucede en esta novela lo que sólo se ve en las grandes obras: sentimientos encontrados, contradicciones, oscuros. No hay temas como la verdad o la justicia. Tan sólo leemos de humanos viviendo, y sobre todo sintiendo, experimentando un sufrimiento absoluto.
En algún momento recupera el narrador estas frases: “Los ojos de mi madre eran cicatrices en el rostro del verano”. “Los ojos de mi madre eran brotes a la espera”.
Se trata de una obra maestra, en la cual, como en muy pocas, se juntan el invierno y el verano; la belleza y el horror.

Tatiana ?îbuleac, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Madrid, Impedimenta, 2019. 247 páginas.