EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¡Te fuiste, Biela!

Silvestre Pacheco León

Diciembre 13, 2015

Uno de los dichos que la gente de la Costa Grande repite sin que la mayoría sepa su origen, es el de: ¡Te fuiste, Biela!
Al primero que le escuché esa expresión fue a un vecino, cuando el mecánico le dijo que su carro ya no tenía arreglo.
Todo por el descuido, comprendió al fin el costeño, quien reconoció frente al carro inservible, que le faltó estar al pendiente de los niveles de lubricante que su vehículo necesitaba para seguir funcionando.
Después fue un carpintero a quien le oí repetir aquel dicho, cuando a la mitad de la jornada, un mal uso de la segueta dio al traste con ella.
–¡Te fuíste, Biela! –, dijo con esa expresión propia de quien a sabiendas de que su disimulo puede resultar en una desgracia termina lamentándose de su descuido.
En los dos casos la expresión no sólo denotaba el sentimiento de la pérdida, sino la propia inculpación por no ser lo suficientemente cuidadosos en el trato, en su caso, tanto del manejo del carro como de la segueta.
Durante mucho tiempo busqué sin resultado, conocer el origen de ése dicho popular, hasta que un día, precisamente en la presentación de mi libro de Re-Cuentos en un restaurante del puerto, unos lugareños me refirieron la historia.
Los hechos se remontan a la década de los sesenta, cuando el centro de salud funcionaba en el terreno que ahora ocupa la Casa de la Cultura, en la esquina que forman las calles de Ejido y la avenida Cuauhtémoc, muy cerca del mercado de artesanías de la Cinco de Mayo.
Frente al centro de salud que en esos tiempos cada vez que llovía fuerte se inundaba, había un mercadito donde el personaje más reconocido era un vendedor de telas que todos conocían sólo por Montenegro.
Quizá no era el apellido lo más llamativo de éste personaje, sino sus gritos para llamar a la clientela anunciando las promociones de la semana.
En éste punto los lugareños del puerto no se pusieron de acuerdo si el negocio de telas floreció a raíz de que el vendedor modernizó su método de llamar a la clientela con la adquisición de un megáfono que, o si la compra de tan moderno aparato fue resultado de la bonanza del comercio, en todo caso el hecho que importa resaltar es que todos coincidieron en que para esa época el amplificador de voz que funcionaba con pilas, era un aparato moderno y llamativo que pocos conocían.
El caso es que aún dejando de lado el caso del megáfono, Montenegro se hizo un personaje popular en Zihuatanejo y en las rancherías.
Del Coacoyul, Miguelito, Pantla, las Ollas, y los dos barrios del municipio, provenía su mayor clientela los fines de semana.
Los de la historia coinciden en que Montenegro era una persona atenta, educada, persuasiva y de lengua fácil, no había clienta que se fuera a disgusto con su compra y sin ánimo de regresar.
El contraste del barullo en el negocio de telas era la mujer de Montenegro, una señora joven, de tez blanca y chapas naturales, alta para la estatura del común, y hacendosa, pero callada.
Hablaba poco, era diligente como ama de casa y en el trabajo de mantener aseado el negocio. Y si no hubiera ocurrido la tragedia que terminó deshaciendo la pareja, seguramente nadie hubiera preguntado jamás por el nombre de tan discreta señora de la que hasta entonces todos se conformaban refiriéndose a ella simplemente como “la mujer de Montenegro”.
Fue después de la tragedia cuando en boca de las vecinas comenzó a conocerse más de la vida de señora.
Por esas indiscreciones propias de quienes conviven en el ambiente del mercado y la vecindad, se llegó a saber que la mujer de Montenegro se llamaba Gabriela pero que él, siguiendo la vieja costumbre popular de achicar y hasta cambiar los nombres a la gente, la llamaba Biela; que Gabriela o Biela no era su esposa a las de ley, que el comerciante la enamoró en una de sus estadías en el mercado de su pueblo, y que con el ofrecimiento de casamiento terminó yéndose con él bajo una supuesta urgencia de salir del lugar, sin que el matrimonio se hubiera formalizado nunca.
Cuentan que cuando el negocio de telas floreció, dos cosas más ocurrieron: a Biela le pareció el momento adecuado para plantear a su pareja el asunto del matrimonio prometido y a Montenegro las ganas por la disipación los fines de semana.
En vez de ello, siguiendo la vieja costumbre masculina de imaginar que la pareja de uno está segura sólo con tenerle techo y comida, Montenegro lejos de darle esperanzas a Biela en su promesa de matrimonio se dio a la borrachera de cada ocho días.
En el churro, como se le conoció al popular burdel del puerto, establecido al pie del cerro de las antenas en la colonia Vicente Guerrero, fue donde las ganancias del negocio de telas se comenzaron a fluir, con el agravante de que además de borracho el comerciante dejó de acompañar a Biela a la misa del domingo, en la que cada vez era requerida por el padre Fabián para hacer la lectura de la palabra de Dios.
Dicen que no se supo si el pleito de aquel día fue motivado por el reclamo de Biela a Montenegro cuando se encontraba en estado de ebriedad, o que éste en un arranque de celos le llamó la atención de mala manera su tardanza después de la misa.
Lo que importa contar en esta historia es que aquel domingo la violencia y los golpes por primera vez aparecieron en la relación de pareja.
Dicen que ya en su juicio Montenegro escuchó la advertencia de Biela:
­–Tu que me vuelves a pegar y me voy.
Así llegó el siguiente sábado sin alterar la vida de Montenegro, quien en cuanto cerró el puesto de telas continuó religiosamente la costumbre de estar entre los primeros clientes del churro.
Todo parece indicar, por lo que sucedió después, que ya en punto borracho, a Montenegro le dio por pensar mal de su mujer: primero porque hasta entonces nunca le pareció que Biela fuera a dejar la docilidad de soportar resignada unos cuantos golpes como todavía era la costumbre en la vida de las parejas de aquellos años, y segundo, que le fuera a salir algún día con la amenaza de dejarlo.
De modo que con el enojo y la borrachera que se le juntaron a un tiempo, Montenegro se fue del churro hasta su casa sin detenerse.
También, al parecer, en su casa, Biela rumiaba el coraje de ver que Montenegro se aferrara a la vida disipada.
El caso es que ese sábado en la noche en el centro de Zihuatanejo se juntaron las dos chispas que provocaron el incendio.
La pelea de la pareja comenzó en cuanto Montenegro traspasó la puerta de su casa.
–Biela, tu me engañas. Ya no eres la misma, le dijo.
–Tu también porque ni cumples tu promesa y aparte me das mala vida.
–Eres un borracho fornicador sin temor de Dios.
Fueron esas acusaciones incontestables las que llevaron a Montenegro a recurrir nuevamente a la estrategia de los empujones y las cachetadas.
Después de su ataque violento que dejó maltrecha a Biela, Montenegro se acostó en la hamaca malhumorado mientras Biela se deshacía en un mar de lágrimas.
Cuando todo se calmó en la casa, Biela había tomado la decisión de su vida: recogió sus cosas que apretujó en una maleta y se dispuso a irse.
No esperó el amanecer porque quiso aprovechar los ronquidos del comerciante que permanecía durmiendo en la hamaca.
La mujer dejó para siempre a Montenegro.
Cuando el comerciante despertó ya era domingo y eso lo dedujo por las campanadas de la iglesia llamando a misa.
Como se llegó el medio día y ningún ruido escuchó que revelara la presencia de su mujer, Montenegro se levantó de la hamaca buscando algún indicio de ella hasta darse cuenta de que tampoco sus cosas personales estaban. Entonces cayó en la cuenta de que Biela había cumplido su amenaza y lo había dejado.
Con la conciencia del abandono de su mujer Montenegro volvió sus paso hasta el churro, con el ánimo de olvidarla en la borrachera o cuando menos de disipar su pena, pues en éste punto los narradores de la historia no pudieron ponerse de acuerdo.
Del efecto que la borrachera tuvo en el ánimo de Montenegro nadie pudo dar cuenta, pero lo que llamó la atención de todos fue que el negocio permaneció cerrado a lo largo de una semana.
Cuando el comerciante pudo al fin dejar el churro, en la soledad de su casa se consumía en lamentaciones tan profundas con las que parecía que no buscaba consuelo, sino castigarse sin misericordia con cada palabra que repetía con la misma fuerza que empleaba para anunciar sus telas:
­–¡Te fuiste, Biela.
Recordando el drama de Montenegro, a los costeños les dio por adoptar esa frase para indicar en una sola expresión un sentimiento profundo de pérdida.
–¡Te fuíste, Biela!