EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Tenemos que hablar de Shriver

Federico Vite

Septiembre 12, 2017

Probablemente le suene familiar la novela Tenemos que hablar de Kevin. La autora es Lionel Shriver. Tal vez recuerde que se trata de una madre que no entiende qué hizo mal para que su hijo se convirtiera en asesino. Si es así, también tendrá fresco un hecho contundente: la madre siempre tuvo miedo, incluso repugnancia, de quedar embarazada y en especial de tener a un varón, a quien le temía desde que era un bebé. A Shriver le interesa diseccionar la familia, pues su materia de estudio es un grupo de gente que se mantiene unida por “amor”. A ella le interesa burlarse de eso, ¿por qué? No lo sabe. Cree que posee una perversidad natural para mofarse de esa célula de la sociedad. No capitalizar su acre sentido del humor sería un desperdicio. Si le interesa constatar el goce de una amargura poderosa, hablemos de Todo eso para qué (Traducción Daniel Najmías. Anagrama, España, 2012, 559 páginas).
Este documento detalla la vida de un norteamericano de clase media que sueña con vivir holgadamente en un país de tercer mundo con el dinero que ahorro durante 40 años de trabajo. Shep Knacker compra los boletos de avión para la Otra Vida e insulta a su jefe. No piensa volver al trabajo e incluso sabe que si su esposa se niega a hacer el viaje tendrá que abandonarla. El problema es que ella, Glynis, le anuncia ese día que tiene cáncer y empieza la batalla contra esa enfermedad. Shep debe cambiar de planes. Sacrifica todo en aras de la salud de su amargada esposa. Todo eso para qué fundamenta el rencor de millones de personas, quienes empobrecen y se endeudan porque son carísimos los servicios médicos que, para variar, no curan a los pacientes, pero endeudan a los familiares y los mortifican doblemente.
Shep Knacker no fue a la universidad. Fundó un negocio que ofrecía servicios eléctricos, de plomería, de albañilería, cortaba metales y azulejos; en poco tiempo se convirtió en un súper empresario. Shep vendió su negocio por un millón de dólares. Creyó que había llegado el momento de marcharse a la Otra Vida, donde la gente vive feliz y con pocas cosas. Glynis pospuso constantemente el viaje y ahora, en el primer capítulo de la novela, confiesa que no puede irse, aunque quiera. Ahí comienza todo. Gastos, burocracia médica y cercanía de la muerte. Ninguno de los familiares de Shep, ni la hermana, ni el padre ni los vecinos, ni sus hijos, ninguno es capaz de hacerse cargo de sí mismo y él, Shep, un buen ciudadano, paga todo. Todo. Así que inician las penurias, las operaciones, la quimioterapia, la rehabilitación, la etapa experimental de nuevos medicamentos que pueden ayudar a vencer el cáncer. Finalmente llega el desahucio, pero contrario a lo usual, la novela es bastante divertida. Glynis es una cascarrabias que ofende a todo aquel que se le acerca y sólo tolera a sus visitas si le cuentan las cosas que odian de su país.
Es un libro tradicional en su estructura. La historia se narra linealmente, hay pocos saltos temporales. Está edificado a base de capítulos cortos y recurre a una prosa directa para detallar las atmósferas de esa cápsula del tiempo que es una novela. Insisto, es un libro tradicional en este aspecto. La transgresión es el humor corrosivo. La burla a todo lo sacro.
La autora elabora perfectamente a sus personajes y, en especial, la biografía de éstos; sobre todo, los motivos de cada uno de ellos para que actúen “naturalmente” en el enramaje del relato. En eso que llamamos progresión dramática, todo está en su sitio. Pero el plus, lo que no podemos encontrar más que en Shriver, es justamente la mala leche y el regocijante y fresco rencor de una enferma que sólo desea la muerte a todo aquel que se le acerca. Otro de los atractivos es que Todo eso para qué no disecciona sólo el cáncer (una extraña variante que tiene como origen la exposición de Glynis al amianto, material aislante con el que se trabajaba en los años 70), sino la enfermedad en sí, vista como una especulación monetaria, como una forma de enriquecer a otros. Shriver realmente define el costo de estar vivo, pero sobre todo, exhibe la ufana capacidad financiera de los gringos, pues creen que pueden comprar su vida y hacerlo en efectivo o con tarjeta de crédito. Shriver detalla cifras, por ejemplo, 40 mil euros de una sesión de quimioterapia y el modus operandi de las aseguradoras. Es rigurosa en ese proceso y en mostrar el deterioro del enfermo de cáncer. “Las películas nos enseñan que la muerte llega de golpe; alguien dice una frase sensible e inteligente y listo, adiós; pero la muerte no es así. Hay dolor, sufrimiento y no es rápido. Nunca lo es”, dice la autora en voz de Shep.
A Lionel Shriver le encanta escudriñar los comportamientos de los humanos en situaciones límite, pero diluye la amargura con un toque de humor cáustico, otra variante de la inteligencia. Todo eso para qué es una fastuosa y corrosiva forma de mirar el mundo y ese paisaje edificado por la autora posee una tremenda ternura, un sentimiento que le viene muy bien al final de la novela.
Desde julio del 2005, Lionel Shriver publica en el diario inglés The Guardian artículos en los que expone las formas de entender la maternidad en muchas culturas y sociedades occidentales. Vive en Londres, pero los ingleses no la consideran su igual, por supuesto, y los gringos la detestan. Shriver cree que la literatura sirve para transgredir. Tenemos que hablar de Kevin le abrió las puertas a algo que no entiende. Sobre todo, porque sus libros siguen teniendo múltiples rechazos editoriales. Nadie quiere comprar historias en las que la autora se queja de todo y se burla de las creencias de los demás, dice Kim Whiterspoon, su agente, pero soy optimista. Shriver también cree que la literatura se ha edulcorado y que los autores son incapaces de ser honestos incluso en la ficción. Yo también lo creo. Que tengan un martes de película.