EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Testigo de la fe

Jesús Mendoza Zaragoza

Abril 04, 2005

 

Al término de su vida, el Papa Juan Pablo II será objeto de múltiples balances en cuanto al talante de su persona, de su ministerio pastoral y de su impacto en la historia contemporánea. Es demasiado pronto aún para aventurar una valoración serena y objetiva del papel que jugó en la Iglesia católica y en el mundo. No obstante podemos, al menos, indicar algunos aspectos que puedan ayudar a los católicos y a todos aquéllos hombres y mujeres de buena voluntad que pudieron apreciar en sus 26 años de ministerio pastoral como sucesor de Pedro, a asimilar su obra que, seguramente, trascenderá el momento presente.

Se pueden distinguir en la figura de Juan Pablo II diversas facetas que lo mostraban ante el mundo y se iban complementando en su actividad pastoral. Cada faceta refleja una dimensión de su persona y en su conjunto revelan una riqueza humana y espiritual que tiene que ser recogida como una herencia valiosa y necesaria para quienes compartimos con él sus ideales y sus preocupaciones.

Una faceta muy valiosa fue su actividad artística y literaria. Gozó de una exquisita sensibilidad que lo convirtió en un verdadero artista. Desde su juventud entra por los caminos del teatro, de la poesía y de la prosa. Siendo Sumo Pontífice escribió una sugerente Carta a los Artistas en la que hacía una espléndida presentación de la alta estima que sentía por las artes: “La belleza salvará al mundo”, decía. Y es que percibía la belleza artística como una participación de la belleza divina, de Dios mismo que se manifiesta en la belleza inscrita en la naturaleza y en la belleza creada por el hombre y la mujer.

Otra faceta se puede reconocer en su actividad filosófica. Juan Pablo II fue un pensador consumado, heredero del mundo cultural polaco que le brindó muchas posibilidades para el diálogo con las diversas corrientes del pensamiento contemporáneo. Fue un exponente muy distinguido del personalismo filosófico que busca colocar el concepto de la persona humana como principio, centro y fin del pensamiento. El personalismo busca desarrollar una práctica social y política fundamentada en la primacía de la persona, como premisa para una sociedad justa y fraterna. En este sentido, Juan Pablo II se caracterizó por ser un humanista que buscó entrar en contacto con todos los hombres y mujeres y con lo más hondo que hay en cada ser humano: su espíritu. Buscaba tener como interlocutor a la humanidad entera, a los hombres y mujeres de cualesquier condición social, religiosa, cultural y étnica. Se pueden tender puentes entre todos para bien de todos.

Una faceta más es la de su actividad con un fuerte impacto social y político. Muchos lo reconocen como un consumado político que puso su parte para la transformación de sistemas políticos, como aquellos del socialismo real del Este y señalan que contribuyó significativamente a la caída de muros y totalitarismos. Hay que pensar cómo en los últimos años fue impresionante su firme oposición a la guerra contra Irak. Ciertamente el mensaje que transmitió siempre impactó en los ámbitos políticos en cuanto que presentaba cuestionamientos, propuestas y sugerencias para la superación de sistemas y estructuras inhumanos. El patrimonio de doctrina social cristiana que deja es altamente significativo, aunque se encuentra sintetizado en tres cartas encíclicas: Laborens excercens, Sollicitudo rei socialis y Centessimus agnus. Los más variados temas son tratados, como juicios sobre los sistemas económicos y políticos, la globalización, la dignidad del trabajo humano, la justicia social, y otros.

Faceta muy peculiar ha sido la de su actividad pastoral. Si desde su ministerio como sacerdote iniciado a sus 26 años se fue forjando esta manera de ubicarse en la Iglesia y, también, en el mundo, tuvo que ir ampliando paulatinamente sus horizontes pastorales. Primero, como sacerdote, después, como obispo y, posteriormente, como Papa. Puso su atención en todos las necesidades propias de cada región y de cada continente, viajó incansablemente por todos los países que lo quisieron acoger, estuvo en contacto con las iglesias de cada nación, tocó los más variados asuntos pastorales, que tienen que ver con la doctrina, con la moral, con las costumbres y con la disciplina eclesial. Además le tocó sortear tiempos difíciles en los que había que tomar decisiones de gran trascendencia para el presente y para el futuro de la Iglesia católica como la relación con las demás confesiones cristianas y con las religiones no cristianas, como el reconocimiento de las culpas del pasado, como el diálogo con la cultura moderna y postmoderna, como la contribución de la Iglesia a favor de la paz. En fin, su ministerio pastoral tuvo la gran tarea de conducir a la Iglesia por los complejos y riesgosos caminos contemporáneos. La historia –en su momento– hará su juicio sobre sus aciertos y sus desaciertos.

Por último, quiero señalar una faceta más que, a mi juicio, en la más valiosa porque es la fundamental: fue un testigo de la fe. Decía Paulo VI que el mundo de hoy no busca maestros sino testigos. Los maestros se encargan de mostrar teorías e ideas mientras que los testigos hablan a partir de su experiencia y de lo significados más hondos de la misma. El mismo día que fue elegido como sucesor de Pedro, Juan Pablo II gritaba al mundo entero: “¡Abran de par en par las puertas a Cristo…! Abran los confines de los Estados, los sistemas económicos, los políticos… Abran el corazón… ¡No tengan miedo!” Se mostró siempre como testigo del Dios invisible que se hizo visible en Jesucristo el Redemptor hominis (Redentor de los hombres). Como testigo de la fe, Juan Pablo II estuvo atento siempre a las angustias humanas que ponen en riesgo la fe y a la voz del Espíritu que sostiene la fe, y desde allí vivió su fe como testimonio vivo a favor de la fe de sus hermanos. Le tocaba andar viajando siempre para dar testimonio de su fe y confirmar la fe de sus hermanos.

Como hombre de fe, Juan Pablo II pudo nutrir las anteriores facetas de las fuentes del Misterio de Dios. Su ministerio pastoral, su quehacer intelectual, su creatividad artística y su ministerio pastoral bebían de las fuentes de la fe que él pudo cultivar desde su infancia. Esta fe ha sido el detonante y la impulsora de su actividad y de su trascendental impacto en el mundo contemporáneo. De todas las facetas señaladas, yo me quedo con esta última: fue un testigo insigne de la fe, tan necesaria para el mundo de hoy.