Tlachinollan
Diciembre 12, 2018
A siete años de las ejecuciones de Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría, las autoridades siguen encubriendo a los responsables para mantener intacto un sistema de justicia que le da la espalda a las víctimas y que se confabula con los perpetradores. Su memoria sigue viva y late en el corazón de Ayotzinapa.
Tita Radilla Martínez nació en el heroico pueblo de Atoyac de Álvarez el 6 de febrero de 1950. Su madre Victoria Martínez, una mujer de carácter recio forjada en el campo, y su padre, Rosendo Radilla, un hombre cabal que siempre fue fiel a su ideario de justicia, fueron los que guiaron sus primeros pasos como una gran familia que supo vivir de su trabajo en el campo. Fue la quinta hija, de las 11 hermanas y un hermano. Tita siempre siguió muy de cerca los pasos de su padre Rosendo. Su perseverancia la ha llevado, durante toda su vida a no desfallecer en la búsqueda de su progenitor. Actualmente es vicepresidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos (AFADEM) donde desde hace varios años ha impulsado no sólo la búsqueda de su padre sino también la de miles de personas desaparecidas en el país.
Lo que marcó para siempre la vida de Tita fue la experiencia funesta de la desaparición forzada de Rosendo Radilla. Fue el 25 de agosto de 1974 cuando elementos del Ejército lo detuvieron en un retén militar. Eran los años cruentos donde el Ejército se abrogaba el derecho de suspender garantías y no había autoridad que le impidiera atentar contra la vida y la seguridad de las ciudadanas y ciudadanos. Fue el periodo conocido como la “Guerra Sucia”, donde la población fue víctima de múltiples atropellos. Muchas personas fueron detenidas y desaparecidas por la simple sospecha de que tenían vínculos con la guerrilla.
Rosendo simpatizaba con los ideales de Genero Vázquez y Lucio Cabañas y así lo plasmaba magistralmente en sus corridos y eso fue el motivo de su desaparición. Los testimonios recabados por Tita señalan que a su padre lo trasladaron al cuartel militar de Atoyac de Álvarez, donde fue visto por última ocasión. A pesar de que denunciaron esta acción perpetrada por el Ejército, las autoridades se confabularon y encubrieron a los responsables. Ha sido un viacrucis este caminar tortuoso que en todo momento constataba cómo las autoridades en turno, esquivaban su presencia y su reclamo. Han sido 44 años de búsqueda incansable, de nunca perder la esperanza para dar con el paradero de su padre. Su lucha es inclaudicable. No hay momento en que Tita borre de su mente a quien le enseñó a defender la lucha de los pobres y a ser fiel a su ideario de justicia.
Rosendo Radilla participaba en actividades políticas y sociales, siempre con el objetivo de ayudar a quienes más lo necesitaban. Su buena fama y compromiso con la gente le permitió llegar a ser presidente municipal de Atoyac, destacándose como una autoridad muy sensible y muy cercana a la gente más humilde. Contrario a lo que hoy pasa con los alcaldes, que salen con varias cuentas millonarias en los bancos, Rosendo entregó su precario patrimonio y su mayor legado fue su trabajo limpio e incorruptible. Esta rectitud de Rosendo lo hizo abrazar la causa de los campesinos pobres y así siempre lo expresó en sus corridos. Para el Ejército por estas virtudes de un ciudadano comprometido con su pueblo, Rosendo resultó ser en su lógica guerrerista un guerrillero.
En este proceso de construcción de un movimiento de personas desaparecidas Tita se erigió en una figura que transmitía confianza y mucha fuerza. Su sencillez y su lenguaje claro y directo la llevaron a abanderar una causa que representaba un gran riesgo por el ambiente represivo que se vivía en la entidad. La memoria de su padre siempre la ha llevado a dar pasos firmes sin caer en la tentación de retroceder. En 1991 acuerpó esta lucha al asumir la presidencia de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos (AFADEM). Con este trabajo más articulado logró visibilizar el problema de los desaparecidos. Se trataba de picar piedra para cincelar una nueva identidad de las familias que eran víctimas de la violencia. Tita sin proponérselo se transformó en una defensora que fue pionera del movimiento de víctimas y que durante estos años se ha mantenido en la línea de fuego, poniendo todo su empeño para darle voz a las madres de desaparecidos. Sin recursos ni muchos conocimientos sobre qué hacer para encontrar a las cientos de personas, comenzó su movimiento acudiendo todos los domingos al zócalo de Atoyac con una máquina de escribir en donde retomaba los relatos de las madres que buscan a sus hijos y así exigir su presentación en cada acto de protesta.
Tita abrazó esta lucha que hoy es la lucha de miles de familias que a lo largo y ancho del país han salido a las calles para encarar a la autoridad y espetarle su indolencia y complicidad. No fue gratuito que la misma Comisión Nacional de Derechos Humanos, este 10 de diciembre cuando se cumplen 70 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos y 20 de la Declaración de Naciones Unidas sobre personas defensoras, reconozca la trayectoria de Tita como una gran defensora que forjó su acero como una mujer imbatible en una región donde el Ejército dejó una herida que sigue sangrando por el gran número de personas desaparecidas y ejecutadas que siguen sin ser investigadas. Es Atoyac de Álvarez cuna de la rebeldía, donde hay héroes y heroínas que honran la memoria de los caídos y los familiares de desaparecidos. Tita es el emblema de la dignidad y la voz que se expande por todo el país haciendo eco a la lucha de los 43 madres y padres que hoy son las voces y los rostros del México adolorido que exige verdad y justicia.
La lucha de Tita trascendió las fronteras nacionales y pudo colocar el caso de Rosendo Radilla en la Corte Interamericana. La sentencia que logró es inédita y trajo un sinnúmero de reformas y cambios importantes en México como fue el cuestionamiento del paradigma de la justicia militar ante violaciones graves de derechos humanos y la reforma del artículo 57 del Código de Justicia Militar, además a abrir las instalaciones militares para la búsqueda de su padre. Este caso develó la serie de masacres ocurridas en la época de la “Guerra Sucia” en Guerrero y dio paso a que todos estos delitos se convirtieran en un reclamo permanente y que incluso se creara una Comisión de la Verdad en el estado para investigar estos hechos atroces.
La gran hazaña de Tita es haber trazado una coordenada nacional que nos coloca en el umbral de la justicia transicional que ha sido labrada con mucho dolor y con múltiples sacrificios y siempre a contrapelo de las autoridades civiles y militares. El ejemplo de Tita es trabajar en esta ruta de la justicia transicional que queremos inaugurar con la fuerza de las víctimas en este nuevo gobierno, una lucha que proviene desde abajo y desde lejos, desde los afectados e ignorados durante décadas y que sólo mediante su presencia puede lograrse un cambio real en las instituciones. Tita es un ejemplo que inspira y convoca, es parte de esa fuerza transformadora que nos empuja para desmontar esa estructura del poder impune que ha socavado el Estado de derecho y nos ha hundido en una grave crisis de derechos humanos.
El reconocimiento de Tita que recibió este lunes en Palacio Nacional con la presencia del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, es una señal alentadora de que en este nuevo sexenio las víctimas y sus familiares serán la parte medular del cambio que queremos cimentado en la justicia y respeto a los derechos humanos. Su trabajo generoso ha rendido frutos, estamos en una coyuntura propicia para romper con el pacto de impunidad y abrir de par en par las puertas de los recintos públicos donde se atentó contra la vida y la integridad física de hombres y mujeres que soñaron con un México donde brille la paz como cada tarde la puesta del sol en el mar de la Costa Grande es el horizonte más hermoso al que tenemos derecho de disfrutar todas y todos los guerrerenses.
Para Tita todo nuestro cariño y admiración.