Rubén Aguilar Valenzuela
Enero 30, 2019
El maestro Javier Hernández Mogica, actual director de la Escuela Secundaria Federal Tollan, en Tula, Hidalgo, ha hecho circular su análisis y reflexión sobre lo sucedido en Tlahuelilpan con el título de Tlahuelilpan, otras vivencias, otras lecciones.
Una amiga de esa población, en la que viví de 1978 a 1980, me lo ha enviado. Es un ángulo de mirada que no ha estado presente en los periódicos, la radio, la televisión y las redes. Es una reflexión profunda y valiente de alguien que vive y conoce la región. Trascribo de manera literal parte del texto:
“Hoy el pueblo se enluta con la muerte de hombres, mujeres y niños. Y en cada grupo de personas que se reúne en la calle, el tema obligado es la tragedia, como catarsis, para saber más, para reconocer, para conjeturar e intentar explicar la osadía. Y a través de las visitas físicas de algunos al lugar de la explosión, fotografiar, comentar y tratar de encontrar culpables. Son formas de llenar el boquete social que dejó la tragedia, familias incompletas, llanto y dolor; reacciones románticas, el de ‘mejor hubiera’, el desgaste intelectual y social de la exigencia absurda de indemnización y otras más. La mayoría de estas reacciones son individualizadas, hay una especie de espasmo social y un martes de plaza desangelado”.
“En el fondo de lo acontecido está el papel secundario en que se ha dejado la permanencia y refuerzo de los valores cívicos y sociales, la falta de liderazgos sociales auténticos, el solapamiento, la corrupción en todos los planos de gobierno: el municipal, estatal y federal; se dejó crecer el fenómeno. Y la población le dio paso a la irreverencia, a la rebeldía e insolencia contra el gobierno. Y se le hizo más caso al prurito de la transgresión; este síntoma de placer al infringir la ley es un retroceso a una adolescencia social colectiva que busca formas de eludir la norma; de apostarle a lo comodino, a la ley del menor esfuerzo.
“Y como en las poblaciones aledañas a un volcán, al que le guardan respeto y hasta temor cuando hace erupción, pero después, poco a poco vuelven a acercarse a él, como intentando desconocer la brutalidad de la naturaleza. La experiencia no debe repetirse, porque no fue producto de la ignorancia, sí del cinismo que se expresó en la euforia popular. Lo que sigue es fortalecer la información ciudadana, aplicar la ley con más rigor, otorgar nuevas y mejores opciones de desarrollo personal y social. Si las autoridades actúan con mayor compromiso al lado del bienestar de la población el cambio positivo sobrevendrá.
“Si las redes sociales tuvieron capacidad de convocatoria para el acto delictivo, sean éstas también las que propongan nuevas vías actitudinales. No debemos olvidar que de raíz, somos un pueblo generoso con capacidad de construcción y reconstrucción. Si bien es cierto que le dejamos la mejor respuesta a la divinidad; también podemos ser los protagonistas de nuestro destino y futuro próximo. Recuperar lo mejor del ayer, nuestros valores de honestidad, respeto y solidaridad entre otros, y mantener con nosotros el sentido común, la sabiduría popular: ‘A dios rogando y con el mazo dando’”.
Twitter: @RubenAguilar