Jesús Mendoza Zaragoza
Noviembre 26, 2007
Los recientes hechos en torno al cierre y a la apertura de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México ponen en la mesa el
tema de la tolerancia que es, aún, más una tarea que un logro entre los mexicanos. La política y la religión son campos tremendamente sensibles porque tocan áreas decisivas de la vida de las personas y de la sociedad y tienen que ser tratados con mucho respeto y comprensión. Ya hemos tenido experiencias históricas, por cierto, dolorosas en las que se han desencadenado conflictos y hechos sangrientos debido a imposiciones y a agresiones en estos campos. Por lo que toca al campo religioso, no se olvida el conflicto de los años 20 del siglo pasado, documentado tan certeramente por Jean Meyer en La Cristiada. Esa página oscura tiene que ser superada para cancelar toda posibilidad de que pueda repetirse. El tema de la religión, en general, y el de las iglesias o agrupaciones religiosas, en particular, tienen que ser tratados de manera cuidadosa y con un respeto riguroso hacia los que profesan una religión distinta o no la profesan. Sabemos que en Guerrero tenemos algunos conflictos aún no resueltos y sabemos que en Chiapas se arrastran historias oscuras de intolerancia donde congregaciones protestantes han sufrido la destrucción de templos, expulsiones y otras formas de discriminación. Podríamos decir que, en cierta forma, esas historias llegan a ser aún más graves que la muy visible de la Catedral Metropolitana de México en donde hubo injurias, destrozos y profanación de un lugar sagrado. Afortunadamente se va abriendo un camino de tolerancia religiosa a través del Consejo Interreligioso de Guerrero, que ha permitido encuentros entre líderes religiosos y entre sus comunidades. Por otra parte, entre la población se va generando una cultura de respeto a las creencias de los demás y de exigencia del mismo respeto a las propias. Cabe señalar que los conflictos religiosos que han ido aflorando en algunas partes han tenido casi siempre un detonador económico o político, donde intereses no religiosos se manifiestan al interior de las confesiones religiosas o entre dos o más confesiones. Suelen haber interese ligados a asuntos agrarios, a grupos de poder, a mayordomías y al manejo de fondos económicos. De esta forma, se entrelazan asuntos religiosos con asuntos de otra índole. Así que hay que distinguir los conflictos que tienen su génesis en la intolerancia religiosa de aquéllos que se originan en otros problemas comunitarios. En cuanto a la intolerancia en el campo político, se ha hecho más visible en los últimos años. Tenemos el caso de la intolerancia que se da al interior de las organizaciones políticas como es el caso de los partidos donde se tiene que dar un debate interno para discutir proyectos y decisiones, y donde muchas veces se deriva en la descalificación, en la injuria y en las rupturas. Y por otra parte, la relación entre partidos políticos en tiempos de contiendas electorales y en procesos postelectorales, cuando se llega a la crispación de los ánimos y a polarizaciones peligrosas, cuenta con altos índices de intolerancia. Siempre la intolerancia revela un débil recurso de la razón en la manera de pensar y de abordar los asuntos religiosos o políticos, que son manejados a partir de altas cargas emotivas que mueven hacia la irracionalidad y no permiten un espacio mayor de objetividad en los puntos de vista y en la manera de tratar los asuntos. A falta de argumentos se echa mano de improperios, insultos y agresiones. Con este clima, el diálogo se torna imposible. Lo cierto es que cuando se imponen las actitudes intolerantes no sólo nos alejamos de las soluciones pacíficas de los conflictos sino que los complicamos aún más. Y por lo mismo, al privilegiar posturas intolerantes, nos estancamos y ponemos frenos al desarrollo en todos los campos de la vida. No cabe duda de que nuestra cultura de la tolerancia es aún rudimentaria y es grande el desafío de ir construyendo pacientemente esa cultura que nos haga capaces de encontrarnos con todas nuestras diferencias con una actitud de sagrado respeto por las personas, por sus convicciones y por sus expresiones religiosas y políticas siempre y cuando sean legítimas y estén dentro del cauce de la legalidad. |
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