EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Tomás Mojarro, El Valedor, y su fallida presentación en la UAG

Aurelio Pelaez

Enero 13, 2022

NECROLÓGICAS

De Tomás Mojarro –de quien este martes se informó de su deceso, a los 89 años–, recuerdan algunos, hubo solidaridad en sus programas de radio hacia la Universidad Autónoma de Guerrero cuando el proyecto Universidad-Pueblo fue asediado por el gobierno federal.
Del periodista, El Valedor, como se presentaba en sus programas de Radio UNAM, hubo muestras de generosidad y respaldo hacia este inédito proyecto de fines de la década de los 70 y principios de los 80, tanto que algunos de quienes lo escuchaban cotidianamente allá en la Ciudad de México (a Guerrero no llegaba la frecuencia), decidieron invitarlo a una conferencia en Chilpancingo, y de paso hacerle una especie de homenaje. Eso apenas trascendió en el entorno, y se lo contó al paso de los años a un amigo acapulqueño.
–Ahorita no tengo auto –respondió a manera de disuasión a sus entusiastas admiradores, a través del teléfono de Radio UNAM.
–Nosotros vamos por usted, maestro.
Resignado a salir de su confort de la gran urbe, los citó el día pactado cerca de su casa y esperó a esa comitiva que llegó con el consabido retardo (“nos perdimos”), en un viejo Volkswagen. Eran tres. El conductor, un hombre robusto, y dos de tiro mediano. Mojarro decidió pasar a la parte de atrás. Todo sea por la solidaridad.
El vocho traqueteó en la subida a Topilejo, y más en la bajada a Cuernavaca, él con el alma en vilo en las curvas de La Pera. Lentísimo de subida, como sin frenos de bajada. Al pasar por la capital de Morelos el auto se desvió hacia el centro de la ciudad, sin explicación de por medio. Tampoco él preguntó. En algún lugar el gordo se bajó, y sin más les dijo:
–Ahorita vengo, voy por mi tía.
El Valedor ya fastidiado del viaje, con el vértigo aún presente, se abrió cancha y dijo a sus dos acompañantes.
–Ahorita vengo, voy por unos cigarros.
Caminó unos metros y recordó que había dejado el traje.
–Es que hace calor –se justificó, era ya mediodía. La conferencia sería en la tarde.
Caminó, se acarició el gran mostacho, aceleró el pasó, escuchó un silbido, dio esquinazo y se mezcló entre la gente, y en cuanto pudo tomó un taxi hacia la terminal de camiones, de regreso a la Ciudad de México.
En el auditorio de algún edificio de la UAG sus admiradores se quedaron esperándolo.