Federico Vite
Junio 05, 2018
Artillería nocaut (Joaquín Mortiz, México, 2014, 192 páginas), de Víctor Solorio, es una novela bien trabajada en eso que los expertos llaman plot (trama). Construye bien sus personajes, las situaciones, describe con acierto las batallas, las secuencias de acción son de gran calado. El autor demuestra oficio narrativo y el porqué obtuvo el VII Premio de Novela Negra Una Vuelta de Tuerca. Solorio focaliza, desde el realismo sucio, una ficción que se articula muy bien, condensa la propuesta actual de la narrativa criminal en México y sus tantas derivas.
Un ex militar devenido en boxeador es el pivote sobre el que todo gira. El libro está narrado en primera persona del singular por Eluterio El Detective Marto, sumado a ese eje literario, aparecen voces fantasmales y el correlato del Operador Cíclope. Así que Solorio divide los capítulos (Rounds) en las dos ópticas, la de El Detective que desconoce todo y la del Operador Cíclope, sicario de la Compañía, un criminal especializados en matar y limpiar sus huellas. Alguien que siempre va un paso delante de El Detective.
Marto es un boxeador que se gana la vida en peleas arregladas. Vive en la lona del ring. Esperanza se presenta para pedirle que busque a su padre, el compadre de El Detective, Agustín Correa, quien lleva cuatro días desaparecido. La experiencia militar de Marto es suficiente para lograr el cometido. Así que encuentra el cadáver de este hombre en la carretera entre Morelia y Toluca. ¿Quién mató al compadre? ¿Por qué? ¿Cuál fue el motivo por el que lo torturaran y le cortaran además algunos dedos? ¿Quién fue?
El Detective replica las andanzas de su compadre para saber todo. El narrador, desgraciadamente sometido al corsé de la narrativa policiaca y criminal, nos ofrece algunos hallazgos que bien podrían ser recompensa para el lector; por ejemplo, la noción gótica y fantasmal de la violencia, aspectos que se fusionan con lo francamente tétrico de una realidad como la actual de México. En Artillería nocaut conocemos toda esa sintaxis de la delincuencia organizada (levantones, secuestros, tortura, corrupción a altos niveles, lucha por la plaza, halcones, expansión del territorio, etc. ), pero queda en la mera enunciación del alfabeto de la violencia. Faltaría un poco más de imaginación para usar esa sintaxis y moldear lo inefable, todo eso que padecen millones de mexicanos, porque aún no se ha dicho lo importante con todos esos vocablos impuestos por la delincuencia organizada.
Solorio habla en nombre de un país en llamas. A todos los cárteles ( Sur, Centro Occidente y Norte) los llama la Compañía. Son una denominación de origen de La Familia, Los Zetas, Carteles Unidos, los Rojos, Guerreros Unidos, etc. Propone la fusión de la Compañía con políticos y así aumenta los riesgos que corre el protagonista, pues lo que más deja en claro el autor (no sólo la pericia narrativa, realmente están bien contadas las secuencias de acción) es que este país se llena de especialistas en combate, multiplica a los pobres e ignora las razones esenciales del anchísimo mundo del narcotráfico.
En un tenor similar, Fuegos artificiales (Tusquets, México, 2015, 180 páginas), de Juan Patricio Riveroll, arranca con el asesinato del Primer Regente del partido oficial a manos de un sicario. Ese hecho propicia el derrumbe de una nación y eso favorece a las cúpulas empresariales y a los políticos que procuran ante todo sus intereses económicos.
Esta novela plasma una distopía que es diseñada por quienes detentan el poder. Los controladores, digamos, los políticos, quienes legitiman su derecho divino a gobernar con todos los recursos que poseen. No importa quién salga al paso para obstaculizarlos, ellos harán todo por darle continuidad a su clan. Lo que enuncia Riveroll es francamente una guerra frontal contra del pueblo.
En ese contexto, el caos, Sonia y Ludovica, inician en Ciudad Valverde un proyecto que desestabiliza a las altas esferas del poder: crean una cooperativa obrera que funciona de forma semiclandestina. Esta empresa se fortalece y se expande por todo el país. Es el contrapeso natural de una sociedad. Y como detonante de una segunda sacudida en la trama, aparece el radical Bernard Freiras, quien planea el secuestro de una mujer clave en la vida de un magnate-político. Eso potencia aún más el abuso del poder, las matanzas, las persecuciones y las vendettas. Riveroll propone una revisión del presente y con ella traza los puntos cardinales de esta fábula que analiza un posible escenario del futuro.
El autor cuenta esta historia desde una voz narrativa omnisciente y fría, espesa, con la que enfoca los usos y costumbres de la mafia del poder (una frase tan de moda ahora como hace 10 años). El tratamiento de Riveroll acierta en un hecho: nunca se toman decisiones en beneficio de lo que entendemos como democracia. Nunca, de hecho. Y esta novela lo deja bien claro.
Bajo otra óptica, la novela El jardín de las delicias (Jus, México, 2009, 270 páginas), de Jorge Vázquez, propone la versión menos tétrica de nuestro tiempo. Con esta novela ofrece una jocosa revisión de lo terrible: el compadrazgo y la inconsciencia políticas. El presidente de la República, Alfonso Ramírez, ordena al Gordo Castillo, gobernador del Estado de México, que los sistemas Lerma y Cuztamala dejen de bombear agua a la Ciudad de México. Así sacaran de la carrera por la presidencia al jefe de Gobierno del Distrito Federal. Jorge Cortina. Así comienza la Guerra del Agua y con ella se muestra, sin duda, la violencia sistemática del Estado. El presidente Alfonso Ramírez simboliza el mal. Compromete su poder por un capricho y se lleva entre las patas a muchísimas personas. Una urbe como la Ciudad de México sin agua es una bomba de tiempo y explota. Entonces cobra relevancia el honesto comandante Arturo F. Segovia y León Braojos, un estudiante de arte, rockero frustrado que logra escapar triunfante del caos y la represión del Estado. ¿Cómo será la guerra del agua? ¿Qué pasará con el dinero decomisado al narco y su alianza con la élite política? ¿No le parece familiar esto?
Este libro fácilmente ingresa a la prospectiva literaria, muestra al México del futuro, donde la idea de nación es básicamente un vodevil, un sainete.
Estas tres formas de abordar la realidad nos recuerdan una simple y sencilla razón para seguir escribiendo: Queremos denunciar todo esto que nos asfixia, lo que nos oprime, asedia y desdeña. La clase política se ha empeñado en practicar el descrédito, el abuso y el cinismo. No se necesitan leer los tres libros para decir esto, pero se sustenta esa aseveración en el trabajo de tres narradores que critican las decisiones de unos cuantos en detrimento de muchos. Son tres autores que desde estéticas distintas enuncian un futuro cercano y lamentable, un futuro terrible. Que tengan un político martes, una semana reflexiva.