EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Tres narraciones nucleares en Hispanoamérica

Federico Vite

Julio 12, 2022

El libro de cuentos Época de cerezos (México, Paraíso Perdido, 2019, 137 páginas) de Laura Baeza, aborda de soslayo la explosión de una planta nuclear. Logra describir el efecto de esa explosión en una ciudad del sur global, digamos, donde todo nos recuerda a México. La autora centra su trabajo en la creación de una mitología personal que involucra, necesariamente, el realismo sucio y la literatura fantástica con matices de terror. En diez cuentos ofrece un panorama sobre los efectos de un accidente nuclear en la vida de algunos personajes; ese hecho, a todas luces factible (una amenaza latente), activa las historias, las pone en marcha sobre un territorio construido para efectos de esta indagación literaria. El lector conoce empleados, reporteros, bomberos, lectores, estudiantes, veladores y políticos, hombres y mujeres, que ante un evento nuclear reaccionan de cierta forma; a veces, ni siquiera se percibe la catástrofe, por ejemplo, el cuento Cacería de erratas en el que un lector, más bien, un cazador de erratas, custodia una casa de seguridad. Mantiene puertas y ventanas cerradas. Es decir, el incidente de la planta nuclear contiene al otro texto, pero no lo trastoca sino que facilita el desarrollo de las acciones.
El cuento mejor logrado de este volumen es La vida de las mariposas, marca la incidencia de lo fantástico en lo real (equilibra muy bien los hechos desde lo nuclear hacia la sique de un tipo —la voz narrativa— que trata de entender por qué su esposa Catalina empieza a transformarse); pero en otros textos, como Involución, se perciben con mayor precisión la tesis del volumen: ¿cómo afecta la explosión nuclear a los personajes de una ciudad? La respuesta, especialmente en Involución, adquiere varios matices, conduce a la creación de un nuevo humano que absorbe “la eventualidad nuclear” mientras transmite en vivo la noticia e inicia así una metamorfosis que parte de lo real y culmina en lo fantástico. Es lo plausible acá y se confirma gracias a la energía nuclear, como refiere la autora en voz de uno de los personajes: “En su mente no dejaba de retumbar Chernóbil, Cher-nó-bil”.
El libro de Baeza describe los efectos de un asunto inusitado, un evento que pone en movimiento a los personajes en un cuerpo narrativo que deviene en territorio. Para agrandar la exploración traigo a cuento la novela Chernóbil (México, Grupo Editorial Siglo XXI, 2018, 177 páginas), de Iliana Olmedo. Al entrar a la historia, el lector entiende que la tragedia ocurrida en la Unión Soviética en 1986 tiene una honda huella en algunas narradoras mexicanas. Olmedo traza con acierto un paralelismo entre la vida de la protagonista, Daniela Arenas, y la catástrofe de la planta nuclear en la Unión Soviética. “No lo sabía entonces, pero esa noche, 26 de abril de 1986, a la una con veintitrés minutos y cuarenta segundos, explotó el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernóbil”. No solo asistimos a la vida paralela del incidente sino que Olmedo reproduce esa explosión y fracciona, para ello, el edificio de la novela. El orden del relato es disruptivo. Reproduce un aparente caos. Posee una estructura fragmentariamente que recrea la catástrofe nuclear que implosiona en la familia Arenas. La familia y la planta nuclear, parece decirnos Olmedo, son un mal diseño, un accidente.
Otro aspecto a destacar es la relación entre paternidad y Chernóbil, quizá más certero aún sería citar a la autora: “¿Qué pensaría mi papá? Su sueño derruido frente a mí me demostró las contradicciones de los deseos y la falta de control sobre nuestras aspiraciones. […] Así el proyecto de mi papá, la producción de energía, el salto científico, pero detrás había una sombra que ni siquiera era la alargada presencia de Chernóbil, era el gobierno mexicano. […] Ante esas casas, comprendí la razón por la que soy fotógrafa. porque me faltan palabras. Me faltan desde que desaparecieron a mi papá.”.
Daniela regresa a la casa materna debido a que su hermana, Paula, se suicidó. Este hecho abre el manantial del texto. El lector se enfrenta a un documento que finca un símil entre la planta nuclear y la familia, por ello están dispersos los trozos del relato, reproducen el caos, el accidente letal y perfilan así la ambiciosa apuesta de la autora. Olmedo se encarga de ordenar los diarios de la protagonista, de tal forma que el suspenso de la historia familiar de Daniela se une indisolublemente a la energía nuclear, a la central de Chernóbil y al fracaso de esos proyectos.
Tanto en Época de cerezos como en Chernóbil hay una veta realista que despunta hacia la intimidad; ya sea una mitología personal —en el caso de los cuentos— o la descripción catastrófica de una familia, en el caso de la novela. A estos dos títulos me gustaría sumar Cuaderno Pripyat (Argentina, Entropía, 2012, 98 páginas), del escritor y editor argentino Carlos Ríos. Aquello enunciado por Olmedo y por Baeza se completa con la proposición de Ríos. En Cuaderno Pripyat el lector descubre una catástrofe emocional bien dosificada. Pripyat es una ciudad fantasma en la zona de exclusión de Chernóbil, al norte de Ucrania, en la región de Kiev, cercana a la frontera con Bielorrusia. Debe su nombre a un río que pasa cerca de esa urbe. Así que en el paisaje radioactivo de Pripyat, una ciudad desolada y tétrica, ideal para delincuentes, saqueadores y cibercomerciantes, se revela un paisaje distópico que no carece de belleza. Ese mundo está habitado por caballos sagrados. Es un proyecto en el que el autor reinventa los paisajes, un mundo devastado pero floreciente. Malofienko, el protagonista, observa y filma el desastre en una época distinta, lejana ya de la muerte y del miedo de 1986. Antiguamente, refiere Malofienko, había una actividad llamada arte y él trata de emular esa actividad. Digamos, quiere ser un artista. Malofi —como lo llama Fridaka, amante con quien intercambia correos electrónicos— sigue el rastro de una familia que falleció en el accidente nuclear de Chernóbil, cuando Malofienko tenía algunos meses de vida. Recorre la Zona Cero. En esa excursión lo apoyan dos guías que la gente asocia con traficantes. Nadie detiene a Malofienko en la búsqueda de su pasado. Literalmente persigue fantasmas en un sitio fascinante que recuerda un proyecto fracasado: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es un extraordinario acercamiento al universo interno de Ríos. Cuestión aparte es que focaliza una debacle nuclear y hace de ese paisaje un ejercicio sostenido por la ingeniería distópica. Logra crear un mundo sobre múltiples ruinas.
Como usted nota, Chernóbil, más allá de las referencias obligadas a Svetlana Alexiévich, posee un atractivo para escritores de habla hispana. En estos tres ejemplos uno puede regodearse con los efectos del desastre (Época de cerezos), con los males devastadores de la radiación (Chernóbil) y con la transformación de la ruina sensible en museo: Cuaderno Pripyat.