EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un balance del primer G-7 de la era Biden

Gaspard Estrada

Junio 16, 2021

El pasado fin de semana, los líderes de las siete principales potencias occidentales se encontraron en el Reino Unido. Se trata de la primera reunión presencial de este club después de la aparición, a finales del año 2019, de la pandemia de la Covid-19. En este sentido, buena parte de los diálogos que se llevaron a cabo estuvo relacionada con la pandemia, con los mecanismos para revertirla y con los medios para financiar la reactivación económica, profundamente golpeada por la Covid-19. Sin embargo, en el plano político, la principal novedad de esta cumbre fue la aparición de China, como un factor de preocupación –y por ende, de acción– de parte de las grandes potencias. Y es que contrariamente a lo que algunos imaginaban durante la campaña presidencial estadunidense del año pasado, existe un consenso bipartidista en Washington para reducir el peso y la influencia de China en el escenario internacional. Esto está provocando que foros como el G-7, u organizaciones como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que nacieron durante la guerra fría, estén cambiando sus prioridades de manera paulatina. En este sentido, vale la pena hacer un recuento de la historia del G-7 para entender el cambio que el mundo está viviendo hoy.
Durante los años 1970, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en su apogeo. Si bien la crisis de la bahía de cochinos, en Cuba (que casi provoca una tercera guerra mundial), había sido superada, y se había instaurado un “teléfono rojo” entre la Casa Blanca y el Kremlin, la tensión se encontraba en su ápice en algunas zonas del mundo, en particular en Europa, en África, y en Asia. Estos hechos tenían consecuencias en el plano económico, lo cual era dañino para las potencias de menor peso, pero que tenían un papel importante en la construcción del orden internacional (en particular tras el primer choque petrolero de 1973, en los cuales los países importadores de crudo se quedaron desamparados frente a las exigencias de los países productores). Fue en este contexto que el entonces presidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing, tuvo una idea: ¿porque no juntar en un mismo lugar, durante un fin de semana, a los líderes de las grandes potencias del “mundo libre” para debatir de manera informal, sin asesores, sobre los grandes asuntos políticos y económicos mundiales, y así generar una serie de consensos para poder avanzar? Fue así como en 1975, durante la cumbre de Rambouillet, los presidentes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Canadá dieron origen al Grupo de los siete, teniendo en su mira a la URSS. Cuando esta última se desintegró, entre 1989 y 1991, los líderes del G-7 pensaron que podrían integrar a Rusia a su grupo, como una manera de demostrar que la cooperación entre los bloques era posible. Y así fue como durante veinte años, Rusia participó de lo que pasó a ser llamado el G-8. Sin embargo, la voluntad del presidente ruso Vladimir Putin de retomar la papel de Rusia en su zona de influencia más tradicional, en Europa central y oriental, provocaron un aumento de la tensión entre Washington y Moscú, a tal punto que tras la invasión por mercenarios rusos de Crimea (zona oriental de Ucrania) en 2014, Rusia fue expulsada del G-8, que volvió a retomar su formato original de G-7. Bajo el gobierno de Donald Trump, el G-7 pasó a ser el palco de los constantes ataques del presidente norteamericano contra el multilateralismo, y de la voluntad de los países europeos de mantener vivo este foro, cada vez más cuestionado por los grandes países emergentes, como China, India, Rusia, Brasil o África del Sur, que lo consideran poco representativo de la realidad política mundial. Pero paradójicamente, ha sido el mayor de estos países –China– que le está dando una nueva vida al foro de las grandes potencias occidentales. El regreso de Estados Unidos al debate internacional por la vía del multilateralismo, y la creciente rivalidad estratégica chino-americana está cambiando el interés político del G-7. El tiempo pasa, pero los determinantes del juego internacional se mantienen. Y hoy en día, la competencia entre China y Estados Unidos está cada vez más al orden del día.

* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.

Twitter: @Gaspard_Estrada