EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un barrio de migrantes en Londres

Federico Vite

Julio 25, 2017

La editorial inglesa Hamish Hamilton publicó en 1999 la primera novela de la escritora Zadie Smith. Dientes blancos (Traducción Ana María de la Fuente. Editorial Salamandra, España, 2002, 627 páginas) nace con prisa y con ambición.
Más que trasladar la vida de un barrio, Smith destaca las aristas del contexto sociológico, las posibilidades de crecimiento de los personajes, así como la ruina de ellos. La autora dice que la publicación de esa novela fue una casualidad. “Yo no envié a nadie la novela. Había publicado un cuento en una revista literaria y un día recibí una carta pidiéndome algo para publicar. Envié las primeras páginas de Dientes blancos y el plan de la novela. A partir de ese hecho se disparó todo”, comentó en The Guardian hace 18 años, cuando su novela generó mucho interés e incluso se le comparó, excesiva y desproporcionadamente, con Versos satánicos, de Salman Rushdie. Zadie publicó su libro a los 25 años de edad. Era una estudiante de literatura y se nota en el libro un conocimiento del oficio, pero Dientes blancos es un libro muy ambicioso que no satisface muchos aspectos de un lector maduro, alguien que intenta encontrar literatura y finalmente descubre pirotecnia y mucha, mucha publicidad.
La novela de Smith es atractiva por el estilo, no por el tema, escoge muy bien el tono de su libro, una humorista y a veces mordaz voz narrativa que se encarga de dar cuenta de dos generaciones. Es Londres. Alfred Archibald Jones, Archie, es un trabajador que en el nuevo año de 1975 intenta infructuosamente suicidarse en su auto tras comprender el abrumador fracaso de un infame matrimonio. Al día siguiente conoce casualmente a Clara, una hermosa jamaicana a quien le faltan los dientes centrales superiores. A pesar de que Archie ha superado con creces los 40 años de edad y Clara todavía no llega a los 20, deciden casarse y tener hijos. Se instalan en uno de los barrios del norte de Londres, son vecinos de Samad Iqbal, un musulmán de origen bengalí que trabaja como camarero en un restaurante hindú y está casado con Alsana, también mucho más joven que él. Archie y Clara tienen una hija, Irie, que significa en inglés patois jamaiquino “sin problemas”, aunque es una chica que paradójicamente sólo invoca conflictos. Samad y Alsana tienen gemelos, Millat y Magid. El primero se hunde en el fanatismo religioso; el segundo defenderá los lujos y placeres de la vida occidental. El ancho y largo recorrido vital de estos personajes (recordemos que se tratan de un libro de más 600 páginas) creará un puente entre el pasado reciente y el presente del nuevo siglo, este que ahora habitamos. La novela inaugura en Inglaterra una andanada en la que también destaca la escritora hindú-americana Jhumpa Lahiri, narradora que enfatiza los conflictos racionales. Y justamente al referir Dientes blancos el lector piensa en prejuicios raciales, en una indagación vital sobre la gente que se avecinda en un país cultural y religiosamente distinto al suyo.
Antes de aparecer en el mercado editorial, Dientes blancos ya era una noticia. El superagente Andrew Wylie (cuyo apodo, El Chacal, lo describe perfectamente) le dio un adelanto de 319 mil dólares para que la autora asegurara la escritura de la novela. Esa cifra fue, sin duda, un gran espaldarazo. El mundillo literario esperaba, ya con ansia y envidia, la aparición del libro. Dientes blancos no es genial, pero sí aceptable. Carece de una estructura que conecte, sin que se noten tanto las costuras, las rutas vitales de los personajes. Posee suspenso y humor. Resulta, a veces, excesiva e incluso fútil, disparatada. La novela debut de Smith tiene valía, aunque le cueste aceptarlo a la autora, justamente por la elección del tema. Básicamente este libro es uno más del promedio; pero posee un plus: habla con humor del material que otros tantos escritores han utilizado para crear medianos melodramas raciales. Smith posee una prosa muy cuidada (al comprar la versión original descubro el excelente trabajo de Ana María de la Fuente) y personajes atractivos, el problema es, ¿por qué los abigarra, los mueve con torpeza en la segunda parte del libro? ¿Tuvo mucha prisa para acabar la novela después de haber firmado el contrato?
Smith opta pues por crear una comedia en la que se critican los vicios de los padres y las inquietudes anarquistas e ideológicas de los hijos. Lo hace bien, pero temo que la novela podría focalizar de mejor manera los núcleos familiares; el talento de la autora, para la progresión dramática, es definitivo, el problema es dosificar las secuencias narrativas que sólo conllevan a chistes, no a incrementar la tensión dramática. Cuidar ese aspecto ayudaría a potenciar el contundente efecto de la “vida” en este libro.
La segregación y el racismo, sumado a los conflictos generacionales, los problemas conyugales, los nuevos modelos de familia. Todo se encuentra en esta novela, pero no todo con la misma manufactura y acabado. Se plantea un lapso ficcional de 24 años. Obviamente lo ocurrido en el libro pasa muy rápido y a veces sin sentido. El mayor portento narrativo de Dientes blancos son los dos primeros apartados: Archi y Samad. Hablamos de 300 páginas bien hechas, bien noveladas, bien calibradas. El resto es ciertamente endeble, pero cumplidor para los estándares de una obra común, de esas tantas que maquilan las editoriales y buscan, con ello, encumbrar futuros ídolos de la narrativa.
Publicar una primera novela con tanto esplendor, tanto por el oropel de la publicidad como por la indulgencia de los críticos literarios, es complicado, porque si uno dice que el libro no le gusta  parece un resentido. Finalmente, la novela es una historia jocosa que se burla de los vicios. Dicho de otra forma, ¿cómo no va a gustarte un buen distractor, Federico? Con este libro, Smith fundamentó una “carrera literaria”. Propició más publicidad para sus libros; más contratos y adelantos monetarios.
Smith posee talento, dominio del oficio y el imperativo categórico del humor. Muchos años después de Dientes blancos, en 2012, como para curar una herida, publicó NW. Un texto en el que vuelve a ese barrio londinense que conocemos en su primera novela, pero esta vez escribió sin la inocencia de una novelista que a los 25 años se comió al mundo, pero no supo contar la historia más importante que ha tenido entre manos. Que tengan un buen martes.