EL-SUR

Jueves 09 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un chico blanco que lidia con la apatía y el hartazgo generacional

Federico Vite

Marzo 12, 2024

 

El 7 de marzo pasado cumplió 60 años uno de los escritores estadunidenses más irreverentes del siglo pasado: Bret Easton Ellis. Estudió en la Escuela Buckley, donde también fueron Matthew Perry, Paris Hilton y Kim Kardashian. Obviamente salió de fiesta con adolescentes ricos y mimados, hijos de productores, guionistas y estrellas de Hollywood, chamacos fastidiosos e insoportables que se convirtieron en los protagonistas de su primer libro: Less than zero. Se publicó en 1985, cuando Ellis tenía 21 años y todavía estaba en la universidad de Bennington, Vermont, a tres horas de Nueva York.
Ese libro narrado en primera persona tiene un influjo que refleja muy bien la psique de un adolescente, la diferencia con él y las novelas de aprendizaje nacionales, es que Bret explora el dolor, no la pérdida, es decir, acepta que será un monstruo y su educación sentimental lo encamina a eso para sobrevivir el tiempo que pueda siendo lo que es: un monstruo. Los adolescentes que retrata en esa novela son interesantes porque se comportan como adultos, pero no lo son: se embriagan, se drogan, tiene sexo recreativo, no tienen interés alguno por el conocimiento; tampoco les importa la escuela ni el trabajo. No saben qué hacer con millones y millones de dólares en el bolsillo. Se hieren para sentirse vivos.
De acuerdo con la articulista Arianna Cavallo, quien publicó en Il post un perfil de Ellis, mencionó un aspecto interesante de ese libro: “Ellis logra que la falta deliberada de emoción reemplace la emoción. Es decir, que revele el vacío en el corazón de una cultura obsesionada con la superficie, una cultura que habría terminado en cualquier parte”. No hay objeción alguna, de hecho, la segunda parte de Less than zero (1985) es Imperial bedrooms (2010), publicada 25 años después de la aparición de su primera novela, y conserva la magia: en el corazón de la nada puede haber algo más grande que duela, la nada de un viejo. “Habían hecho una película sobre nosotros. La película estaba basada en un libro escrito por alguien que conocíamos. El libro tenía un argumento muy sencillo: que narraba cuatro semanas en la ciudad donde crecimos y eran en su mayor parte una descripción fiel. Lo habían catalogado de ficción pero sólo había modificado unos pocos detalles, no habían cambiado nuestros nombres y no había nada en él que no hubiera sucedido”. Así empieza Imperial bedrooms, así se manifiesta el trabajo arduo de Ellis, quien compaginó muy bien la obra con la vida social. De hecho, los tabloides lo consideraron uno de los escritores del llamado Literary Brat Pack (una pandilla de chamacos escritores). Así se le refirió desde entonces a Ellis, a Jay McInerney, a Tama Janowitz, a Donna Tartt y Jill Eisenstadt, un grupo de escritores de entre veinte y treinta años en aquel entonces, a veces criticados por los especialistas, a veces celebrados por la juventud, pero nunca se negó el talento. Sin duda lustraron la literatura norteamericana. Ellos vivían en Nueva York, salían de parranda juntos, los invitaban a fiestas exclusivas, pero esencialmente escribían novelas o cuentos breves por los que recibían generosos adelantos de las editoriales y a menudo publicaban en revistas como Rolling Stone, Esquire e Interview. En muchísimas ocasiones fueron retratados en discotecas haciendo desfiguros, loqueando pues, como cualquier chamaco de esa edad. El problema es que ya eran celebridades y negaban la imagen de un escritor solemne, alguien en perpetua sobriedad y estudio.
A mí me atrapó American Psycho (1991). De hecho, está unida esa novela a un recuerdo sumamente generoso porque encontré una copia de este libro, en 1996, en la extinta Librería Cristal. Además, a muy buen precio. Me lo llevé a casa y empecé a entender por qué había generado tanta incomodidad un texto como ese en el que las marcas, el dinero y la juventud indican un rumbo trágico de la humanidad. “‘Abandona toda esperanza quien aquí entre’ está garabateando en rojo sangre y escrito a un lado del Chemical Bank, cerca de la esquina de la Once y la Primera avenida, está impreso en letras lo suficientemente largas para que puedan ser vistas desde la cabina del auto, como si te lanzaras hacia el tráfico dejando Wall Street atrás”, así inicia este libro en el que las marcas de ropa sustituyen la filosofía, la frivolidad campea y el mundo de las finanzas es algo menos interesante que el homicidio.
El protagonista, Patrick Bateman, es un corredor de Wall Street de 26 años que por las noches se convierte en un asesino en serie que viola, mutila e incluso se come a las mujeres que mata. Algunos pasajes de esta novela fueron filtrados por la revista Spy antes de que se publicara. La polémica y la indignación de la sociedad neoyorkina fueron tales que la editorial Simon & Schuster canceló la publicación del libro dos meses antes de la fecha prevista para el lanzamiento. Después fue rechazado por 34 editoriales y finalmente publicado en marzo de 1991 por Vintage Books. Ellis recibió amenazas de muerte y algunas asociaciones feministas intentaron boicotear las presentaciones de American Psycho. Pero lo que estaba en juego era un libro y la historia escrita en él distaba mucho de la violencia imperante en aquel Nueva York distópico.
American Psycho se convirtió en un libro de culto de la literatura anglosajona; sobre todo, tuvo un segundo aire gracias a la película que realizó Mary Harron en el año 2000. Nueve años después de que se publicara esta novela en Estados Unidos llegó el reconocimiento internacional. El filme fue protagonizado por Christian Bale, y se ha vuelto a poner de moda porque Bateman era un profundo admirador de Donald Trump. Ellis, a los 60 años, sigue haciendo mucho ruido porque observó su entorno y lo denunció.
A mí me parece que muchas páginas en las que se habla de marcas, agotadoras descripciones de ropa, de comida orgánica, cocina de autor y demás curiosidades de la época fueron una estupenda sátira de los 90. Quizá el problema real de este libro no sea la intención satírica de los círculos del infierno sino que el final del texto pierde intensidad. Mucha, de hecho, para ser una sátira, pero se conserva muy bien la novela, sin arrugas y goza de estupenda salud. Las virtudes de ese texto son justamente las que uno le pide a cualquier autor: estilo y visión del mundo. Dos aspectos que muy pocos escritores tienen, porque de pronto parece que todos pensamos igual y los que no lo hacen simplemente se limitan a reproducir documentos para buenas consciencias. Parece que los narradores ya no se arrojan a los arrecifes de la creación.
El trabajo de Ellis lleva 40 años en el mercado editorial. No está de más visitarlo, sobre todo si usted es de los que cree que ya no hay nada nuevo sobre el horizonte literario, que a ratos, parece simplón, insulso y aburrido. Ellis es de otro costal.