EL-SUR

Sábado 15 de Marzo de 2025

Guerrero, México

Opinión

Un corazón menos 

Federico Vite

Junio 28, 2016

Hace un año dejó de palpitar el corazón de James Salter. Es curioso que su existencia culminara con un infarto aguado al miocardio, como si nos dijera que no podía ejercitar más el sentimiento, que se rompió de tanta emoción, que todo acaba cuando nos quedamos callados.
En sus memorias Burning the days (1997, Random House, Estados Unidos, 365 páginas), el acendrado y poderoso narrador de la catástrofe amorosa dio una curiosa definición de su vida: “Por un momento es como una casa extensa con una enfermería; con salas y habitaciones para cenar, dormitorios, estudios, y más adelante, todo eso se convierte en algo desconocido y luminoso, los capítulos que siguen son, en cierta manera, como observar a través de las ventanas de esa casa. Algunos ocupantes podrán ser vistos brevemente. Visitantes que vienen y van. En alguna de las ventanas, tú podrías desear estar por largo tiempo, pero no puede ser visto lo que ocurre adentro”.
Más que una definición relacionada con la forma de entender la existencia, Salter enunciaba el rumbo estético de la totalidad de sus libros. Escribió lentamente, cazaba espectros, de eso se tratan sus textos, de fantasmas que aún pueden asustar. Al releer, por ejemplo, Dusk and other stories (1988. Traducción al español a cargo de Antoni Puigròs. El Aleph Editores. España, 2002, 167 páginas), se nota con precisión la urgencia de trazar imágenes específicas en los relatos (separaciones amorosas, muerte, abandono, violaciones a menores de edad), historias en las que la voluntad de seguir contento, alegre o dinámico en el mundo es ridícula, pero algo debe hacerse para evitar la melancolía. Salter hunde el cuchillo en las zonas de los recuerdos sentimentales como una respuesta al tedio vital. Otra revisión narrativa que podría ceñirnos al tono de su prosa es justamente Light years (Años luz. Traducción de Jaime Zulaika. Salamandra, España, 2013, 381 páginas). Asistimos a un hecho espectacular, pues el escritor, sin afán de ser exagerado, fue puliendo el libro para mostrar con precisión ejemplar las emociones de los personajes en la novela. No es empresa fácil recrear el temor, las dudas, el miedo, el placer. Justamente de eso se trata la literatura, de emocionar. Ese libro da cuenta de la separación del matrimonio Berland, cuya vida transcurre entre Manhattan y una vieja casa al norte de Nueva York. El lector descubre las líneas de fractura que perfilan el fracaso matrimonial; no se trata de personajes obtusos, sino de la muestra representativa de una generación liberal que comente los mismos errores que los conservadores: apropiarse de una ilusión que no les pertenece. Más que una secuencia de afectos, Salter sigue al pie de la letra el credo que profesó para capturar la atención de sus escasos lectores (básicamente se trata de narradores, ha tenido muy poca fortuna en cuanto a la conquista del público), recrear esas zonas de la casa que no logramos ver a través de las ventanas.
La masa ha sido renuente a la sutileza que usa el autor de Deporte y pasatiempo para describir los fracasos vitales. A veces, no se trata precisamente de una sutileza, sino de un regodeo extraño al exhibir las rupturas esenciales de cada uno de los personajes.
Muchísimos reporteros, columnistas y editores han comentado que no logran explicar el hecho de que un monstruo literario tenga tan pocas ventas y tantas reseñas positivas, incluso le fue bien en el ámbito de la crítica literaria cuando presentó su libro de gastronomía, Life is meals: a food lover’s book of days. Salter recomendó que algunas de sus novelas salieran a la veta con una cintilla publicitaria, en ellas explotarían la frase de James Wolcott, reseñista de Vanity fair: “Es un autor infravalorado”. Su editor rechazó esa idea.
Por más extraño que parezca, Salter comenzó a ser ubicado por dos de sus libros (Dusk and other stories (1988); había cumplido los 80 cuando publicó el segundo, el magistral La última noche (2005), en el el que sondea de manera novedosa las vertientes del deseo) y por sus memorias, Quemar los días ( título original Burning the days . Salamandra. España, 2009). Susan Sontag dijo: “Quiero leer todo lo que escriba Salter (incluso Life is meals: a food lover’s book of days, el breviario que escribió con su esposa Kay, donde las recetas alternan con las reminiscencias de comidas en París, en Roma, en Aspen, en las casas de sus amigos)”.
Escribía sin la prisa de quien requiere la fama para justificar su existencia; su trabajo se caracteriza por el extraordinario rigor y claridad de la prosa. Aunque parezca un fanático de Salter, es cierto, doy fe de un hecho: la claridad de su prosa termina por iluminar la mente del lector. Es un maestro para comunicar el asombro ante el milagro esencial de la existencia. Tras un silencio editorial de 35 años, publicó Todo lo que hay (2013, Salamandra), obra en la que cambió los registros preciosistas que caracterizan sus obras principales: Años luz, Anochecer, Quemar los días, y Deporte y pasatiempo. Fue paradójico que al bajar, digamos, la potencia llegaran los buenos dividendos en las ventas. “Si me hubiera ocurrido en un momento anterior de mi vida, lo habría vivido de otro modo. La verdad es que a estas alturas todo eso me sobra”, señaló Salter, apesadumbrado, sin mucho interés al saber que estaba en la lista de los libros más vendidos del año.
Leo a James Salter para entender de qué se trata este negocio de llenar la plana, para sacudirme ideas infames, para agrandar el rango de libertad que ofrece la literatura. Lamento que algunos escritores importantes, vitales y enormes se mantengan en una especie de anonimato, es inexplicable que hayan pasado inadvertidamente ante millones de ojos que se consideran sensibles, inteligentes y buenos lectores. Que tengan buen martes.