Federico Vite
Julio 19, 2016
A espaldas del lago (Traducción de José Aníbal Campos, Acantilado, España, 2011, 155 páginas) es un libro de cuentos del suizo Peter Stamm, un autor que recurre a la prosa sencilla (sujeto, verbo, predicado), a los diálogos directos, pero sobre todo a la perfecta moderación de sus recursos para no excederse: sabe dónde comienza y dónde acaban sus historias. No hay información de más, ni regodeo ni afectación de esa voz (no trata de hacerse el chistosito, construye su humor paso a paso) que pretende contagiar la risa y empequeñecer los ridículos humanos. Esa voz trabaja casi como un deporte que consiste en humillar a quien te ha hecho feliz.
Junto a Robert Seethaler, Angelika Overath y Arno Camenisch, Stamm es de los suizos que más suena en el mundillo de la literatura en castellano. Tiene un ritmo y un tono peculiar, parece que sus lecturas de Albert Camus y de Raymond Carver fueron perfectamente capitalizadas; del primero aprendió a ver el mundo como una amenaza; del segundo, a bucear en la cotidianidad, el eje central de A espaldas del lago. Agregaría la elegancia de un autor más, perfectamente asimilado por Stamm, Peter Hanke, de él aprendió a enfocar los hechos, pues por más escandalosos o grotescos que parezcan deben tratarse con el mismo rigor y sobriedad que una cirugía a corazón abierto.
Sus textos siguen al pie de la letra la lección más importante de Hemingway, pero Stamm la dota de una variante plausible: el humor sumado a las densidades gélidas de la teoría del iceberg. El truco, si es que hay alguno para tener la magia del risueño entre lo amargo, es básicamente el punto de vista del narrador. Y el punto de vista, ese caballito de batalla que los novelistas encumbrados defienden como la reina en el tablero literario, es la apuesta más atractiva de Stamm, fusiona la teoría del iceberg con el enfoque del narrador. Desde dónde se cuenta la historia y a qué altitud, digamos.
Este suizo nos recuerda lo importante que es reflexionar sobre la obra que uno va escribiendo, porque el lector notará que hay una búsqueda obsesiva por la singularidad en el narrador, una obstinación compresiva, no repetir lo ya dicho. Notamos pues, casi a manera de pregunta, ¿desde dónde mira el mundo esa voz que cuenta?
Cada cuento es una lectura de ese mundo. Son 10 textos y en ellos el lector descubre que Stamm conoce el rigor del oficio literario. Crea el suspenso de los relatos contando una historia como si todos supiéramos de qué va, pero el autor hace girar la trama justamente por el enfoque de su narrador, por la posición de esa voz en la retícula del cuerpo literario y esa voz juguetona que va de un lado a otro de la historia retrata un aspecto del orbe, condensa los silencios de los personajes, cambia poco a poco los tonos de cada relato y acierta en los finales: no hay sorpresas, sólo la consumación de los hechos. A ratos parece que la maquinaria del destino puede favorecer a los personajes, pero no, la vida se impone, injusta, gastada y grisácea como es.
A espaldas del lago narra historias que caracterizan una geografía con sitios turísticos, una encomiable oferta laboral y un tremebundo sinsentido vital que asusta, porque la visión del mundo está afectada por una ilusión: los personajes creen que todo lo bueno les está dado al nacer; ya sea por el Estado, por la familia o por la fabulosa prosperidad económica de un país de primer mundo. La ilusión como un pretexto literario, digamos, se pone al servicio del humor negro, de la tristeza como una coraza que podría llevar al optimismo cuasi infantil.
Los personajes habitan junto al lago de Constanza, o Bodensee, donde confluyen Alemania, Austria y Suiza. Stamm también capitalizó su lectura de Chéjov y toma, desde la cotidianidad de ciertos hechos, una trama que termina conmoviendo por lo absurdo de las empresas vitales que muestra. Por ejemplo, La cena del Señor da cuenta de la humillación de un sacerdote que es despreciado por su comunidad. Ese hombre celebra un acto litúrgico en un templo vacío, pero el humor, de nueva cuenta lo traigo a colación, es lo que hace distinto este texto.
De los 10 cuentos del libro, dos son los que considero con grandes aciertos; En el bosque, donde el autor convierte la flora y fauna en el refugio real y simbólico de una adolescente menospreciada por la sociedad y por su familia. Ella posee un paraíso. Vive tres años ahí, pero es delatada por un cazador y se ve forzada a regresar a la ciudad; se casa, trabaja, tiene dos hijos, pero empieza a escuchar, cada vez con mayor insistencia, la llamada del bosque, “que a veces le parecía una enfermedad, algo que proliferaba de un modo impredecible”. El otro texto es Los veraneantes. Se cuenta la semana de un profesor que prepara una conferencia sobre la obra, homónima al cuento, de Máximo Gorki. Se hospeda en un hotel de montaña, un sitio que aún sigue siendo anunciado en folletos y en revistas. El negocio no tiene luz, ni huéspedes ni agua; es atendido por una señorita que reta al protagonista en cada diálogo, en cada estancia sencilla, como lavarse las manos, por ejemplo. Comen cosas enlatadas y bajan al río. Él no sabe dónde duerme ella. Pierde el interés por su ponencia. Se presentan los verdaderos dueños de la propiedad y el profesor abandona la habitación. Realmente ahí comienza la pesquisa de un texto que dialoga con la obra de Gorki.
Peter Stamm (Weinfelden, 1963) estudió filología inglesa, sicología, sicopatología e informática en Zúrich. Ha vivido largas temporadas en París, Nueva York y los países escandinavos. Desde 1990 se dedica a la literatura. Ha escrito una obra de teatro y colabora habitualmente en la radio y la televisión de su país. Desde 1997 es redactor de la revista literaria Entwürfe für Literatur. Acantilado ha publicado sus novelas Agnes (2001), Paisaje aproximado (2003), Tal día como hoy (2007) y Siete años (2011), y los libros de cuentos Lluvia de hielo (2002), En jardines ajenos (2006), Los voladores (2010) y A espaldas del lago (2011). Que tengan buen martes.