EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un príncipe interesado en los barrios bajos

Federico Vite

Septiembre 13, 2016

La ley del silencio (Traducción de Marcelo Cohen. Acantilado, España, 2011, 394 páginas) es un documento de Budd Schulbger que nació con la estrella para ser llevado a la pantalla grande. Fue una película, exitosa por cierto, después se convirtió en una novela que impactó en el sector intelectual de la sociedad estadunidense, contrario a lo que hizo el filme: derramar el tema del abuso hacia los sectores más empobrecidos de Estados Unidos, los que encontraron a un igual en el celuloide.
Schulbger aborda el tema de la explotación del hombre por el hombre, para ello, dice el autor en un breve prólogo que acompaña La ley del silencio, hice un investigación exhaustiva. Realicé un gran trabajo que fue creciendo a la par del guión. “No había dedicado uno o dos meses, sino años de mi vida a absorber todo lo posible de la ribera portuaria de Nueva York, haciéndome habitué de los bares del lado oeste de Manhattan y de Jersey donde chantajistas e insurretos tanto irlandeses como italianos tenían sus cuarteles generales, sus segundos hogares. Ni siquiera después de asistir a las vistas de la Comisión Estatal contra el Delito (sobre delitos en el puerto), rebosante de libretas y blocs llenos de notas —y con el Oscar en la repisa de la chimenea— logré vencer la convicción de que mi tarea como cronista de la gente de los muelles y las tensiones de la ribera se hallaba lejos de haber concluido. Lo que estaba en juego, descubrí, era mucho más que expandir un guión de ciento veinticinco páginas en una novela de cuatrocientas”. Así explica Budd el motivo esencial por el que el guión de la película se convirtió en un producto literario, un libro que intentó traducir toda la desazón del autor, la terrible impotencia de ver cómo la gente se arremolinaba entorno a las sobras que arrojan los líderes sindicales de los muelles, el poder que desplegaban, la injusticia con la que atropellaron a los rebeldes, a los sumisos, a los invisibles: a todo el mundo.
Dicho de otra manera, el libro sale de un guión y a contracorriente de lo pensado, este guión se convierte en una novela mucho más ambiciosa que la película dirigida por Elia Kazan. El estreno del filme fue en noviembre de 1954. Un año después, ya circulaba en las librerías de USA la novela.
La película se centraba en Terry Malloy, pero el cambio de enfoque, esencial para todo aquel oficiante de las pasiones humanas, fue abrir el rango de acción y mostrar a Terry como la parte sentimental de todo un sistema diseñado para hundir, anímica y económicamente, a las familias de los estibadores. Terry era un matón a medias, atrapado por la mafia del puerto. En el libro, Schulberg detalla la complejidad del mundo de los muelles de Nueva York. Evidentemente intenta encapsular la realidad y lo hace, no tiene mayor ambición que contar una historia, tal vez con pocos recursos, sin innovación alguna. La historia es verosimilitud, fuerte y bien redactada, sin pirotecnia ni experimentación, está hermanada con la estética noir.
Schulbger había escrito los diálogos de la película cuidadosamente, con la intención de reproducir esas charlas, las que a él le habían hecho imaginar La ley del silencio en un bar. Diálogos relacionados con la pobreza, el desencanto y el temor de que la traición nazca del hermano mayor. Tradujo literalmente el caló de las familias ribereñas; no sólo se trataba de hacer que los personajes hablaran, sino de que el novelista profundizara en la gramática de los anhelos portuarios; los personajes, para no revelar toda la información que conocen sobre ciertos homicidios “accidentales”, hablan prácticamente haciendo malabares, con una mezcla de palabras en galés, italiano y, por supuesto, español. Nada nuevo, pero bastante atractivo para exhibir la densidad demográfica en un barrio de migrantes, pobres y hambreados, para construir el suspenso de una incipiente rebelión.
Debido a que el filme se centraba en un personaje dominante, Terry, que la cámara traía a primer plano, la historia carecía de una perspectiva social e histórica, pero en la novela, Terry es una idea simple en los complejos nudos del mundo de la ribera que enlaza a Nueva York, una frontera sin ley que sigue siguiendo casi desconocida para los ciudadanos de esa metrópoli. Enfrascado en el realismo, este libro realmente está hecho para mirar lo que Hollywood no quiere contarnos.
El autor de la Ley del silencio es hijo de uno de los fundadores de la industria del cine de Hollywood: B.P. Schulberg, jefe de la Paramount Pictures durante la década de los años 20 del siglo pasado. Budd Schulberg obtuvo su primer trabajo como guionista, a los 20 años, junto a David Selznik, productor de Lo que el viento se llevó, y trabajó en 1939 junto a Francis Scott Fitzgerald en la comedia Winter Carnival.
El autor de El gran Gatsby, que tuvo que buscar trabajo como guionista en Hollywood durante los últimos años de su vida debido a sus problemas con el alcohol y a las deudas, sirvió de inspiración a Schulberg para su novela El desencantado (1951; Acantilado, 2004). Anthony Burgess, que afirmó haber leído hasta 16 veces la novela, consideraba que después de El último magnate no había otra novela que reflejase con mayor fidelidad el Hollywood de los años 30.
En 1941, Schulberg publica la controvertida película ¿Por qué corre Sammy?. Una sátira sobre el abuso del poder en Hollywood. El protagonista de esa historia es un ambicioso judío llamado Sammy Glick, quien consigue hacerse un hueco entre los mejores guionistas a base de todo tipo de artimañas. Ese libro obtuvo el prestigioso National Critic’s Choice a la mejor novela del año, pero Schulberg fue condenado al ostracismo en Hollywood. Hace unos años, la productora Dreamworks de Steven Spielberg adquirió los derechos de la novela, que estaban en poder de Warner Bros, por 2.6 millones de dólares. Evidentemente se espera una sorpresa para los seguidores de este príncipe interesado en los barrios bajos. Schulbger falleció en Nueva York en 2009. Que tengan un portuario martes.