EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Un siglo de lucha

Raymundo Riva Palacio

Mayo 31, 2006

 

La cúpula del PRI decidió pasar a la guillotina a dos de sus más distinguidos miembros, Manuel Bartlett y Genaro Borrego, y evaluar su expulsión del partido. Bartlett, quien fue rechazado por el candidato presidencial Roberto Madrazo cuando le pidió, a cambio de su apoyo, una diputación y la presidencia de la Comisión de Puntos Constitucionales, declaró que como anticipaba una derrota del PRI en la Presidencia, habría que evitar el triunfo de la derecha que encarna el panista Felipe Calderón, otorgando un voto útil al perredista Andrés Manuel López Obrador. Borrego, quien fue presidente del PRI en el gobierno de Carlos Salinas, retomó la bandera del liberalismo social que inyectó el ex presidente en el PRI y anunció que, a su vez, respaldaría a Calderón. Parece añadir confusión al actual proceso electoral el que dos veteranos políticos priístas que vienen de la misma cultura del poder, salten para diferentes barcos cuando ven que el suyo hace agua. Pero no lo es tanto.
Bartlett y Borrego no son los únicos que han expresado una reubicación político-electoral. Al lado del ex secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid, se sumó el senador Óscar Cantón, y previamente se fueron muchas otras figuras del viejo sistema al lópezobradorismo, como Manuel Camacho. En la verja a la cual saltó Borrego se cuentan otras inteligencias priístas como Diódoro Carrasco, Luis Téllez, Jesús Reyes Heroles y Carlos Ruiz Sacristán, todos ellos ex secretarios de Estado en el gobierno de Ernesto Zedillo. Esto no significa que los zedillistas se fueron al barco panista, pues ¿en dónde quedarían ubicados, por ejemplo, Mariano Palacios Alcocer, que fue presidente del PRI en ese gobierno y Rosario Green, que fue secretaria de Relaciones Exteriores?
Es reduccionista, y error por tanto, plantear los realineamientos de las figuras priístas en términos de ex presidentes –de hecho, Salinas, está hoy más cerca de Calderón que del propio Madrazo–, soslayando las biografías de cada uno de ellos para entender, a reserva de un estudio de mayor calado, que lo que se está dando es un reacomodo ideológico: los tecnócratas, que dominaron los últimos 15 años de poder del PRI, están cerca de Calderón, mientras que los herederos del nacionalismo revolucionario priísta se sienten más cómodos con López Obrador. En efecto, lo que se observa es un decantamiento hacia afuera del PRI, dejando ver en su forma más nítida la crisis de la amalgama que fue ese partido, que durante siete décadas tuvo un lugar para todo tipo de corriente y pensamiento, encontrando nuevos espacios en dos candidaturas que les brindan nicho ideológico.
Ismael Carvallo Robledo, un ingeniero con estudios de economía política en Inglaterra, y de doctorado en historia y filosofía en Austria y España, planteó recientemente en un ensayo en la revista electrónica de filosofía crítica española El Catoblepas, nuevas coordenadas para el debate en México a través de la dialéctica política en la que vivió el país casi durante todo el siglo pasado y que permite saltar las fronteras de la coyuntura en la cual la discusión nacional se encuentra entrampada, para entender, bajo nuevas categorías de análisis, el gran cambio real que se está viviendo en México. Carvallo Robledo retoma la obra del teórico de la Revolución Mexicana Luis Cabrera para plantear, como éste en 1909 cuando dijo que la verdadera amenaza en los albores de la revolución maderista no era ya tanto Porfirio Díaz, sino su ministro de Finanzas José Ives Limantour y los científicos, que la discusión tendría que enfocarse hacia Salinas y al grupo de tecnócratas que llegó con él al poder, y que hoy intentan perpetuarse.
Recuerda a Cabrera cuando divide el régimen porfirista en la etapa de 1876 a 1892, cuando se dio su ascenso al poder y la consolidación de su poder, y en la de 1893 a 1909, cuando una vez sometida la disidencia se pasó al control del país por parte de los científicos, tras el reemplazo de Matías Romero en el Ministerio de Hacienda por Limantour, cuyo equipo fue definido por Cabrera como “un grupo de hombres inteligentes y hábiles que han sabido convertir en su provecho la bonancible situación del país y de las rentas públicas, partiendo siempre del mejor conocimiento de los negocios”, y que en política internacional eran partidarios del “imperialismo yanqui”, apoyando la Doctrina Monroe –“América para los americanos”–, y siguiendo a la diplomacia estadunidense aspirando a la “reciprocidad utópica”.
“A la luz de esa caracterización –escribió Carvallo Robledo–, las similitudes se nos ofrecen de manera sorprendente. Del mismo modo en que Cabrera defendía la tesis de que en los albores de la revolución el enemigo no era ya tanto Díaz cuanto Limantour y los científicos, podemos reconstruir ahora una interpretación política: en los últimos 20 años, fundamentalmente a partir de 1982, el enemigo político no era ya tanto el PRI cuanto los tecnócratas en el poder. Cuando Salinas llega a la Presidencia en 1988, los días del PRI estaban contados; la transición del año 2000, la luminosa transición a la democracia, fundamentada en la supuesta hegemonía de ‘70 años del PRI’, es un mito oscuro y confuso, porque esa transición política y geoestratégica ya había acaecido”.
Madero, recordó, sólo le quitó el monopolio del poder político al régimen porfirista, sin quitar a los científicos y sin acometer una transformación político-económica más profunda, mientras que el presidente Vicente Fox, montado en la retórica de la transición democrática, no hizo más que quitarle el monopolio del poder político al régimen priísta, sin haber tocado a los tecnócratas que hoy, desde el gobierno o desde el exterior, “promueven con fruición el neoliberalismo democrático”. Las similitudes, a un siglo de distancia, son asombrosas. El gabinete salinista fue calificado por la revista inglesa The Economist como el más brillante en la historia de México, alabado como en su tiempo fue el equipo de Limantour, y al igual que este, proclive a la integración norteamericana. Madero ha reencarnado en Fox, quien lo tiene como su guía espiritual y político, siendo ambos prototipo de la ingenuidad política. Es correcto lo que plantea Cavallo Robledo: Fox no desmanteló el poder del viejo régimen; sólo le quitó la hegemonía en el poder. Ese viejo régimen ya había sido conquistado desde la mitad del gobierno de De la Madrid por la tecnocracia salinista, que desplazó a la burocracia priísta. Veintitrés años después, en esta época moderna, se están volviendo a enfrentar desde las diferentes trincheras que les abrieron dos candidatos, Calderón y López Obrador, que hijos del mismo sistema político compiten ahora bajo distintas banderas con programas enfrentados en una reedición de lo que es la versión 2006 de la disputa por la nación.

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