EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un tema punzante de novela

Federico Vite

Julio 05, 2016

El escritor irlandés John Banville se ha interesado por registrar en sus historias personajes que obtienen la redención después de haber recibido un vituperio social innecesario; por esta minucia, la de la injuria pública y sus consecuencias, Banville se interesa por un tema en especial, la vida de Anthony Blunt, homosexual y esteta, eminente historiador del arte, experto en Nicolás Poussin y conservador de la colección de pinturas de la reina de Inglaterra; entre los años 30 y 60 del siglo pasado también se desempeñó como topo de los rusos, infiltrado en el corazón mismo del Reino Unido.
Cuando Banville vio en el noticiario televisivo que uno de los caballeros de la reina de Inglaterra había sido acusado de traición, no dio mucha importancia al hecho; pero al observar la conferencia de prensa en la que Blunt fue insistentemente acusado de alta traición por los reporteros, el novelista se quedó pasmado al presenciar el cinismo de Blunt, quien no hablaba, nunca habló, se limitó a sonreír. En ese momento, Banville se dio cuenta que tras la mueca sardónica había un tema punzante de novela.
Blunt se convertiría en Víctor Maskell, protagonista de The untouchable (1997), novela publicada por la editorial española Anagrama cuatro años después de la presentación en inglés. El traductor de este proyecto fue Antonio Molina Foix.
Así que el texto inicia cuando Maskell fue públicamente expuesto como un traidor en la Cámara de los Comunes por la señora Thatcher. Es el cuarto hombre del mítico grupo de espías de Cambridge y se dispone a enfrentarse a la humillación pública, a soportarla, como el estoico que siempre ha dicho ser. Maskell ha envejecido, quizás se encuentra a las puertas de la muerte, y en un último acto de rebeldía, o quizás de suprema venganza, decide escribir sus memorias. Página tras página irá despojando a la tela de su vida las infinitas capas de mugre que ocultan otras imágenes.
Banville, aparte de la sensibilidad que lo caracteriza, busca en la caja de herramientas de su escritorio todo lo relacionado con las novelas que se ciñen al término francés Roman à clef, palabras que refieren a relatos en los que ciertos personajes, o situaciones, representan, de una manera más o menos explícita, a personas o situaciones reales.
En la camisa de fuerza de la Roman à clef, el autor cuenta una historia real que va siendo matizada por la ficción. Muchos escritores suelen utilizar este recurso literario para combatir la difamación, para satirizar ciertos pasajes vitales de una figura pública y, por supuesto, para hablar de uno por interpósita persona al ejercitar la narración de una biografía. La clave de estas historias es básicamente la de un guiño literario en el que el autor y el lector se espejean mutuamente en una ficción que se fundamente en hechos reales.
Durante la lectura de El intocable se abren y se cierran puertas que muestran la banalidad existencial de algunas figuras públicas. Burgue-ses, artistas mediocres, millonarios sin talento, gente aburrida que el autor cincela con precisión admirable. De pronto, uno tiene la certeza de estar leyendo a Marcel Proust, a Vladimir Nabokov, a Peter Hanke. La prosa, en este volumen, funge únicamente como el dispositivo que potencia los resplandores de la memoria del protagonista. El oficio de Banville es tremendo, no puede uno más que aplaudir el punto de vista que eligió para narrar este relato y la forma en la que encadena la progresión dramática de los hechos; destaco el uso del lenguaje, siempre dispuesto al servicio de la historia.
A pesar de que retrata un hecho realmente escandaloso, Banville amortigua el ruido mediático del escarnio público con indagaciones estéticas, apuntes relacionados con el desarrollo de un cuadro, La muerte de Séneca. En ese óleo se resumen la imagen poderosa y denigrada de Víctor Maskell.
Otros personajes que aparecen junto a Maskell son sus cuatro compañeros de Cambridge: Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burgess y John Cairncross, quienes también traicionaron a Inglaterra; aparte de convertirse en espías, militaron burguesamente en el comunismo. Sirvieron a dos amos, fallaron a los dos.
Anthony Blunt fungió durante muchos años como el asesor de arte y curator de la reina de Inglaterra. Admitió públicamente, en 1979, haber sido un espía soviético durante décadas. Le fue retirado el título nobiliario de caballero de la reina de Inglaterra y se dedicó a escribir sus memorias, y en esas hojas subyace el motivo por el que un hombre puede convertirse en alguien intocable, pues Blunt conoció y estuvo con la crema y nata de la homosexualidad inglesa. Todos y cada uno de sus encuentros sexuales fueron detallados en la autobiografía. Cuando fue vejado públicamente, Blunt sonrió pensando en sus memorias, imaginaba los rostros que pondrían esas personas (jueces, militares, artistas, académicos, políticos y, obviamente, más espías marxistas monárquicos que pululaban en Europa durante la primera mitad del siglo pasado) al saber que protagonizaban capítulos del libro negro de la moral londinense.
El intocable es una de las piezas que por estilo y tema empata muy bien con la novela que publica la editorial de Reino Unido Jonathan Cape, en 2001, Atonement, del inglés Ian McEwan. Ambos libros detallan las habilidades oscuras de un sector de la educada sociedad inglesa, hablan de un grupúsculo de infames que abona en pos del dolo y del escarnio. Que tengan un buen martes.