EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un uróboro ambiental

Andrés Juárez

Febrero 09, 2018

Las desigualdades comienzan mucho antes de nacer. La atención médica prenatal que recibe una mujer y su alimentación son factores determinantes para el desarrollo futuro de sus vástagos. Las desigualdades se heredan (no hay que ser un genio para saberlo). Los hijos de ricos tendrán acceso a mejores servicios de educación y salud que llevarán a sus hijos a obtener mejores servicios de salud y educación. La desigualdad económica engendra desigualdad política. Las voces que forman el concierto de la opinión pública provienen del estrato más educado, del estrato social donde además de mejor alimentación, mayor tiempo de ocio –viajes, recreación, cultura– y acceso a la información, se generan también los contactos suficientes para participar activamente en la toma de decisiones de orden público. Aunque a mediados del siglo XX la brecha entre los más ricos y la clase media pareció estrecharse, a principios del XXI nos hemos dado contra el muro de cristal que nos separa.
Hace unos días escuchaba la interesante presentación de cierta académica sobre una singular estrategia para conservar reductos de selva que conecten con la zona núcleo de la reserva Montes Azules. No es la intención de este texto describir por ahora tal estrategia, quiero referirme a una parte que llamó particularmente mi atención. La diversificación productiva atraería inversiones públicas y privadas para sacar la tierra de la demanda. Inversiones en actividades económicas no extractivas de recursos naturales. Tales inversiones deben estar vinculadas a una superficie en conservación. La táctica –aunque no es novedosa, ya que se ha experimentado en parte de áreas naturales protegidas en México– tiene efectos sorprendentes en el mantenimiento de zonas con vegetación natural. A pesar de que poner en marcha esta estrategia ha llevado muchos años y esfuerzos institucionales y de la sociedad civil, ha demostrado que la deforestación generada por actividades de producción primaria no sólo se puede detener sino revertir. Revertir. El ejemplo de la zona sur de la reserva Montes Azules, puesto por la organización Natura Mexicana y las instituciones del gobierno mexicano, es apenas eso: un buen ejemplo, con todo un reto para su replicabilidad en otras zonas con otras condiciones demográficas, sociales y económicas.
Al final de la presentación, expresé una duda obvia e inevitable, considerando que en el sector rural el ingreso de los hogares más pobres, a partir del uso (abuso) y extracción de recursos naturales representa casi 20 por ciento, mientras que el ingreso basado en las mismas actividades en los hogares más ricos del campo es apenas del 1 por ciento. Incluso hay estudios a nivel municipal que muestran que la desigualdad en distribución de la riqueza “está positiva y significativamente correlacionada con la participación y la dependencia de los recursos naturales” (Alejandro López-Feldman).
Siendo así, ¿qué pasará en la dinámica temporal? Si se detiene la deforestación porque algunas familias dejan de demandar recursos naturales para el sustento y encuentran otras actividades económicas, ¿qué pasará cuando la población se multiplique y la demanda de tierras aumente? ¿Cómo se podrá detener ese fenómeno?
Cuando expresé lo anterior, la respuesta fue contundente: educación. Con educación se abrirán mejores oportunidades en actividades no directamente relacionadas con la extracción de recursos naturales y por lo tanto se sacará en el largo plazo la demanda de tierras para subsistencia. Es una apuesta muy arriesgada. Y aquí es donde el agotamiento de recursos naturales se cruza de manera clara con las desigualdades económica y política. En México, las asimetrías en educación entre los estratos sociales y territoriales, así como entre espacios rurales y urbanos, siguen siendo dramáticas.
La desigualdad educativa lleva a desigualdad económica y ésta, a desigualdad política. Y la serpiente se muerde la cola.
Educar para generar actividades económicas más especializadas como medicina, leyes, ciencia y más, resuelve apenas una parte del problema ambiental. Que las próximas generaciones no demanden tierras para la subsistencia, es una palanca para la preservación de las áreas naturales protegidas, pero no detiene el agotamiento de recursos naturales por la vía del consumo. En este sentido, si los deciles más pobres de la escala social se deterioran por actividades de producción primaria, los deciles más ricos lo hacen por el consumo sin medida de energía y materiales, donde el desperdicio se da a mayor nivel y la devolución de este consumo de energía es ineficiente. Es decir, el consumo de alimentos, viajes, vestido o habitación ya no devuelve al sistema ambiental en la misma proporción, por tanto es una fuga que deteriora el medio ambiente y agota recursos naturales. Los pobres que limpian el sistema se enferman por los residuos de los más favorecidos.
En el futuro, el país –pero sobre todo los estados, los municipios– deberán trazar estrategias de mitigación de la desigualdad que definan de manera más profunda el problema. No se trata solamente de oportunidades o de distribución de la riqueza, se trata además del respeto por los límites ecosistémicos en el que se enmarca el desarrollo y se sostiene el bien común.

Andrés Juárez