Silvestre Pacheco León
Junio 13, 2022
Como muchos activistas de mi generación entregados a la militancia revolucionaria yo me ajusté a esa moral de desprendimiento, alejado de apetencias materiales como predicaba El Che.
Viviendo en la azarosa vida que voluntariamente habíamos elegido, pensábamos que tampoco sería largo nuestro paso por el mundo, por eso podíamos ahorrarnos el tiempo requerido para los menesteres que son propios de la gente común empleándolo en el ideal de construir una sociedad de iguales.
Por eso llegamos al final de los años con un magro patrimonio y sin ocuparnos siquiera de reclamar los beneficios de la seguridad social que habíamos ganado con nuestro trabajo.
Es reciente el tiempo que llevo cobrando mi pensión del IMSS tramitada a instancias e insistencia de una de mis hijas.
Tuve que hacer un esfuerzo de memoria y buscar los antecedentes para enlistar en mi solicitud del cómputo de semanas cotizadas todos los empleos que tuve a lo largo de mi vida, sin renunciar a mis derechos con la primera negativa recibida.
Después de dos años de trámite, incluyendo uno de “actualización” logré recuperar mi estatus de asegurado.
Cuando recibí mi pensión compartí ese logro con todos mis conocidos que podían reclamar ese derecho animándolos a invertir su tiempo para acceder a ese beneficio que si no se reclama se pierde miserablemente.
Es una tarea ingrata lidiar con la burocracia pero no se debe renunciar a ningún derecho si queremos mejorar la calidad del gobierno, porque nadie más que los ciudadanos podemos lograr que los empleados públicos actúen verdaderamente como servidores, pagados con nuestros impuestos.
Por esa razón quiero compartir mi experiencia en el trámite para registrarme en el programa de la pensión universal como ejemplo de paciencia y persistencia, pues tengo la convicción de que hay muchos casos como el mío a los que puede servir esta denuncia pública contra los llamados servidores de la nación encargados de este programa porque son un verdadero lastre que con su actitud y negligencia boicotean sus bondades perjudicando a miles de personas que se cansan y se sienten engañadas.
Desde que se anunció el programa federal de la Pensión Universal decidí realizar la gestión para acceder a ella pensando que me cuento entre los millones de mexicanos a quienes se debe que estemos avanzando en la ruta del Estado de bienestar que todos nos merecemos.
Por esa razón me he tomado el trabajo de registrar la fecha de cada trámite realizado, anotando el nombre de la persona que me atiende y la respuesta que recibo.
En el presente mes de junio se cumplen 10 meses, 300 días de iniciada mi gestión para recibir los beneficios de la pensión sin que eso se haga realidad.
La primera gran dificultad fue lograr mi registro en medio de las restricciones impuestas por la pandemia y la ambigua información de los responsables del programa. Primero decían que solo daban prioridad a los rezagados que viven en la sierra, después que había veda electoral, luego que pasarían a vernos a nuestro domicilio, después que nos avisarían mediante una llamada telefónica o por correo electrónico.
Pero nada de eso resultó cierto y fue hasta el 12 de septiembre del 2021, en el último día que vencía el plazo del registro cuando cumplí con el trámite del que ningún servidos de la nación me informó. Casi por casualidad pasé al auditorio municipal de Zihuatanejo cuando entre la aglomeración de personas descubrí la fila de solicitantes.
Después de entregar copia de mi acta de nacimiento, identificación personal, CURP y comprobante de domicilio, me dijeron que pasarían seis meses para recibir la pensión, previa visita domiciliaria, pero finalizó el año sin tener alguna noticia.
Siempre pensé en la dificultad que tienen las llamadas telefónicas para las notificaciones porque la mayoría hemos aprendido a no contestar si aparece como número desconocido, pero el 6 de enero del presente año por fin llegó la llamada en la que me urgían a presentarme para recoger mi tarjeta de la pensión que estaba disponible desde el mes de noviembre, dijeron.
Todo eso me hizo pensar en que había alguna consigna en mi contra y hasta encontré el argumento que alimentaba esta idea en que el módulo de atención está copado por personas que fueron acérrimas priístas que ahora están a cargo del enclave de las pensiones, porque no recibí antes ningún aviso de que había llegado mi tarjeta a pesar de que una empleada del programa me conoce y vive en la misma calle de mi casa y que el propio capturista es mi vecino. El caso es que cuando estuve para recoger mi tarjeta me encontré con la novedad de que no me la podían entregar porque la habían bloqueado y tenía que esperar a que se abriera nuevamente el período de registro para iniciar nuevamente todos los trámites.
Tuve que llamar y reclamarle al coordinador en el estado para que me la entregaran, pero fue solo como una burla porque la tarjeta del banco de bienestar no tenía ningún depósito y cuando quise saber la razón me dijeron que era por causa de la veda electoral, que me tenía que esperar.
Cuando se levantó la veda hablé a la oficina de México donde me dijeron que debía presentarme a una sucursal del banco para pedir mi estado de cuenta para saber si efectivamente carecía de fondos, y aunque la más cercana de las sucursales estaba a 240 kilómetros cumplí con el trámite en el mes de abril habiendo intentado durante un mes comunicarme por teléfono sin resultado.
Cuando por fin tuve en la mano el estado de cuenta cuyo saldo era cero hablé nuevamente a la oficina de la Cdmx donde me dijeron que procedía levantar una queja para que se corrigiera esa irregularidad, lo cual sucedió en ese mismo momento y me pidieron que esperara su comunicación.
Por la falta de noticias se me ocurrió hablar al módulo de Zihuatanejo para pedirle a la encargada de nombre Esmeralda que me informara si estaba yo en la lista de beneficiarios del programa, pero me contestó que no podía acceder al programa porque la plataforma estaba cerrada por motivo de que estaban realizando una auditoría a las tarjetas, que había que esperar.
Entonces se me ocurrió llamar a la oficina de Chilpancingo donde me atendió Tania Mateo que se identificó con el cargo de coordinadora del Centro Integrado quien me aconsejó escribir una carta al coordinador de Zihuatanejo, Teodoro Laureano, solicitándole una respuesta a mi situación.
En vez de atender la sugerencia de Tania Mateo hablé otra vez a la oficina de la Ciudad de México donde me atendió Judith Cruz quien me confirmó que estaban vigentes mis quejas y me recomendó que no presentara otra porque se anularían las de más antigüedad y eso retrasaría su tratamiento.
Fue después de ese intento cuando alguien me sugirió hablar con el coordinador estatal de los programas federales, “primero mándale un mansaje dando tu nombre y luego le llamas”.
Llevo dos días llamándole a Iván Hernández Díaz sin recibir respuesta, pero no me he cansado y sigo en el viacrucis.