EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una carrera guadalupana

Silvestre Pacheco León

Diciembre 16, 2019

 

Entre las manifestaciones diversas con las que los mexicanos celebran el día de la Virgen de Guadalupe, (madre de los mexicanos y emperatriz de América, le llaman los creyentes), está la Carrera Guadalupana que la iglesia católica organiza desde las parroquias de todo el país para visitar la virgen en su santuario de la ciudad de México y tomar de los cirios que la alumbran el fuego que luego transportan en antorchas, en una carrera de relevos, hasta el templo de su parroquia donde los reciben como héroes de la fe.
En los últimos años esa práctica de la fe en la que participan mayoritariamente los jóvenes, se ha popularizado, y en los días cercanos al 12 de diciembre, por todos los caminos de México se repite la escena de los corredores, hombres y mujeres, quienes portan el fuego virginal en antorchas que sus acompañantes encargados de cuidar que el fuego se mantenga vivo van alimentando con bolas de estopa empapadas de combustible.
No se sabe, ni está en el propósito de quien esto escribe investigar el origen de esta manifestación de fe revestida de ánimo deportivo, ni de la cantidad de quienes participan, sólo me atengo al dato periodístico que refiere poco más de 10 millones de peregrinos los que el año pasado llegaron a la ciudad de México en manifestación de su fe, pero lo que puedo divulgar con amplia información es la experiencia que conozco.
Una experiencia familiar
Durante muchos años viví en cercanía la experiencia de una pareja de mi familia que después de los cincuenta años de edad y ya liberados de la obligación de cuidar y mantener a sus hijos miraron en la religión el medio para abonar la felicidad y el sosiego.
Nunca faltaban la misa del domingo en el templo del Sagrado Corazón de Jesús de la colonia Burócratas en Chilpancingo, y después de escuchar que el cura insistía con frecuencia sobre la importancia de prepararse en los principios de la fe acudiendo a la escuela pastoral que funcionaba en el mismo templo, pronto se hicieron alumnos casi únicos y permanentes de esa escuela, lo cual les ganó la simpatía de quienes dirigían la iglesia que para ellos fue como un incentivo a su desempeño hasta que mi hermana pasó a la categoría de catequista.
Poco tiempo después, el matrimonio de esta historia reaccionó de manera similar a la invitación que les hicieron para que formaran parte del grupo de corredores de esa parroquia.
Javier Rivas, que así se llama mi cuñado, le propuso un día a mi hermana Teo sumarse a ese grupo mediante una oferta que entonces le pareció contundente: “Vamos tomándolo como una aventura para vivir la experiencia de los peregrinos que llegan a México.
Mi hermana cuenta que lo primero que sintió cuando escuchó la invitación fue un ligero temor porque para ella eso era algo completamente desconocido, pero se sobrepuso al ver el entusiasmo que su marido manifestaba y, como ya era su costumbre, en seguida que se anotaron, tomando al pie de la letra las tareas que les encomendaban, sobre todo para formar el fondo de financiamiento para los gastos de la carrera. (alquiler de dos autobuses en los que viajan hasta 70 corredores, pago de casetas, alimentación y gastos de los grupos de apoyo que llevan sus propios vehículos para dar protección a los corredores).
Parte de la preparación física para la carrera consistió en subir al cerro de Machogua que está rumbo a Tixtla, todos los fines de semana cercanos a la fecha de la carrera para estar en condiciones.
Ambos recuerdan que en su primera experiencia del viaje a la ciudad de México salieron casi a la media noche desde el templo del Sagrado Corazón desde su parroquia, y llegaron de madrugada hasta la Casa del Peregrino en la capital de la república, una explanada amplísima que se usa como estacionamiento y también de descanso a pocos kilómetros de la Basílica como se llama al santuario de la Virgen de Guadalupe.
A las cinco de la mañana, casi sin descansar y desvelados por el viaje, caminaron con un frio que por fortuna no les era desconocido, gracias a que habían vivido en la ciudad de México, pero que luego olvidaron cantando las Mañanitas.
Después les abrieron las puerta de la Basílica y se emocionaron con el discurso de recepción que les dio el cura de turno nombrando a cada uno de los grupos de corredores que con tiempo habían anunciado su llegada.
En seguida los feligreses entrando en tropel buscaron acomodarse en las bancas para disfrutar la tibieza del templo en cuya estancia no duraron más de una hora porque inmediatamente después dio principio la primera misa del día con un sermón dedicado a explicar el milagro de la Virgen que fue escogida para ser la madre de Dios (como dice la tradición).
Al terminar la misa cada representante de grupo subió hasta el altar con su porta fuego para tomar la luz de los cirios.
La pareja recuerda que después de haber visto emocionados a los miles de peregrinos de todas las clases sociales, procedentes de todo el país, descansando a la intemperie en plena armonía, fue a la hora en la que todos los corredores miembros de su grupo bajaron del autobús en la carretera, pasando la caseta de Tlalpan, donde tomados de la mano se pusieron a decir una oración para pedir que toda la jornada ocurriera sin contratiempos, ofreciendo que el sacrificio fuera reconocido a favor de quien cada uno escogía, pero que el momento de mayor excitación fue cuando se dijo el turno en los relevos, y mi hermana se miró de pronto, sola en la oscuridad de la carretera esperando la antorcha, mientras en su derredor la asustaban los movimientos que escuchaba como de animales, algunos pasos que juraba que eran de gente, así como los ladridos de perros, pero se sobrepuso pensando que en contra de todo eso ella estaba a punto de vivir la experiencia de ser portadora de la luz
Ese día en el que sin descanso y casi sin dormir transportaron el fuego hasta Iguala donde disfrutaron la recepción de los feligreses que se congregaron en la capilla de la Villita para recibirlos con gran algarabía, ofreciéndoles de cenar y un lugar para descansar.
Pronto todos se durmieron por el cansancio y desvelo de los dos días, y no les importó dormir en el piso, del cual se levantaron hasta el día siguiente, no tan tarde como hubieran querido, porque fueron despertados a las tres de la mañana para reanudar la carrera a las cuatro de la mañana.
Llegaron a Chilpancingo el día domingo, poco antes de medio día, repartiendo la luz entre los creyentes que lo pedían en el camino a la parroquia.
La carrera en la que participaban cada año desde aquel lejano 2008 la asumieron como una penitencia que es parte de su fe y dejaron de cumplirla cuando mi hermano comenzó a sufrir por el dolor de rodillas, y mi cuñado y Javier estuvo a punto de sufrir un desvanecimiento cuando corría uno de los tramos de Cuernavaca.