Federico Vite
Diciembre 05, 2017
Lucía Berlín. Si no la conoce probablemente le interese saber que anduvo por estas tierras, por las playas de Guerrero, específicamente en Zihuatanejo y en Acapulco; no sólo estuvo en este sitio sino que escribió al respecto. Detalló el ambiente, el color y la vida en esta parte del país, expuso la miserable forma de sobrellevar la existencia en este paisaje hermoso hundido en la pobreza. Berlín retrató a los guerrerenses como atractivos morenos violentos y cariñosos que poseen una envidia enorme, piensan siempre en el dinero que tienen los otros, los extranjeros, los blancos que visitaban Guerrero en invierno, los que mitigaban el frío a un bajo costo en un sitio seguro, algo que ya no existe, salvo en los cuentos de Lucía Berlín.
Los guerrerenses son vistos como una acechanza, pescadores, gente que atrapa a sus presas, no sólo para vivir sino por diversión, gente que caza o atrapa su presa porque le gusta sacar provecho del otro, abusar del otro, hacer sentir mal al otro. Se trata de un comportamiento que sorprende, por ejemplo, a Don y a María, quienes visitan Acapulco en el cuento Hasta la vista (en inglés So long). Antes de abordar los cuentos Todo luna, todo año (en castellano el original) y Hasta la vista (So long), hablemos de las características de la prosa de Berlín.
Estamos ante una escritora que trabaja con enorme acierto la narración en tercera y primera persona del singular. Manual para mujeres de la limpieza ( Farrar, Straus and Giroux, USA, 2015, 432 páginas) reúne 43 historias que muestran contundentemente el talento de una narradora que logró con mucha fortuna y enorme acierto dar cuenta de la soledad, la confusión y del desencanto con altas dosis de ternura y de humor.
Al gran Antón Chejov le debemos, lo que en estos tiempos parece una simpleza, hablar de personajes populares. Antes de él muy pocos autores contaban las preocupaciones y las peripecias de quienes no pertenecían a la realeza. Había, claro está, autores interesados en sondear el rencor y el hambre de las personas invisibles de la sociedad, pero después de Chejov fue común leer historias sobre tenderos, médicos, actores, sirvientes. Bajo esa premisa, Berlín es chejoviana.
En Manual para mujeres de la limpieza encontramos algo que nos recuerda a los maestros, chejovianos también, del cuento estadunidense: Raymond Carver y John Cheever. Berlín está a la altura de ellos, tanto en el tema como en la resolución técnica. Posee el mismo nivel de Shirley Jackson, de Dorothy Parke, de Ann Beattie, de Joyce Carol, de Lorrie Moore, de Lydia Davis, de Siri Hustvedt, de Grace Paley, de Mary Robinson, de Amy Hempel.
Berlín recurre a las vivencias personales (hablar de lo que uno sabe) para mostrar las preocupaciones de las enfermeras, de las asistentes de mujeres adineradas, de las profesoras de inglés para latinos (casi siempre mexicanos), de las mujeres que vinieron a menos porque su familia les dio la espalda, de las telefonistas, de las mujeres de limpieza, de las divorciadas, de las chicas en constante humillación. En suma, la autora de Safe & Sound (Poltroon Press, USA, 1989) tiene una especial inclinación por contar las historias de mujeres que coquetean con las altas clases sociales, pero por una u otra razón no están en ese escaño social, ellas contemplan sus anhelos desde la mesa de los desprotegidos, de los pobres, de los enfermos, de los caídos en desgracia.
Berlín tuvo una vida muy movida, intensa; de ahí extrajo el material para sus relatos. No se trataba de poner la historias tal y como fueron sino que usaba la anécdota y buscaba componentes literarios para darle forma (moldeaba las emociones, las diluía y organizaba para transformarlas en un texto literario) y fondo estéticos.
Sufría escoliosis (es una curvatura anómala de la columna vertebral, una torsión que propicia dolor prolongado y agudo), enfermedad que sirvió de pretexto para la ingesta del alcohol. Cuando no sufría dolor físico experimentaba lo que fue la materia prima de sus textos: tristeza, soledad y decepción.
Me asombra la indagación literaria de Berlín, la fuerza con la que hurga estéticamente su vida. Su prosa linda con la poesía, el universo interno está perfectamente definido y delimitado, las atmósferas (algo que debemos aprenderle a esta narradora) son de gran manufactura, captura en descripciones brevísimas el tono anímico de sus personajes. Estamos ante una obra que parece trabajada línea por línea, como un poema. La eufonía y el ritmo se pierden un poco en castellano; en inglés, el lector se asombra y se regocija por los recursos estilísticos de una (aparte de buena narradora) gran lectora, porque a Berlín le interesa dialogar con Chejov; por ejemplo, en el cuento El punto de vista Berlín refiere el texto del maestro ruso: en español titulado Tristeza (un cochero que le va contando a su caballo que su hijo ha muerto); en inglés, Aflicción. Berlín crea su versión de Aflicción y lo hace con suficiencia. Así que pone manos a la obra y elige narrador, tiempo y estructura del texto. Pule y enfoca las acciones que revelan poco a poco los cuadros emocionales de la historia. Este proceso creativo lo detalla la misma Berlín en los cuentos Manual para mujeres de la limpieza (el que da título al libro), Libreta de la sala de urgencias y Temps perdu, original en francés, donde explica este proceso que facilita la construcción de relatos chejovianos, historias con sello carveriano y con sello sheeveriano. Cuentos bien hechos, emotivos. Hablar tan bien de una escritora genera desconfianza, pero en detrimento de Manual para mujeres de la limpieza debo decir que los 43 textos ahí reunidos son repetitivos. Es lo único que puede criticarse, aunque al leer con atención esos textos repetitivos noto que me muestran cómo pulir ciertas herramientas, cómo aplicarlas en mis cuentos. Aprendo, simple y sencillamente, aprendo de Berlín. Si no somos tan egocéntricos, nos ahorramos camino al estudiarla.