Federico Vite
Septiembre 05, 2017
La novela Lobo (Almadía, México, 2017, 210 páginas) de la escritora mexicana Bibiana Camacho aborda esencialmente la violencia en el país, pero su gran acierto, donde pone el corazón y las vísceras, es justamente al criticar los usos y las costumbres del gremio de los investigadores, un asunto colateral de este volumen de reciente aparición en el mercado editorial mexicano.
El libro posee una estructura circular. Insinúa la imposibilidad de escapar de lo terrible, de lo que no tiene escapatoria. El relato comienza donde la protagonista emprende una huida y la historia culmina en ese momento, ya que el lector sabe el motivo de esa presurosa y nocturna escapatoria.
La voz de la narradora que construye Camacho se caracteriza por un tono coloquial que nos permite conocer dos atmósferas, la citadina y la rural, con énfasis en el miedo. Es decir, traza en dos escenarios las rutas que permea la violencia, las formas en las que impactan las desapariciones y el inminente arribo de esos que matan y torturan. Bibiana boceta un terror presentido, un horror que no cuaja aún pero es inminente y sombrea los dos escenarios del libro: Lobo y Ciudad de México.
La novela pretende salir de la mera denuncia (estamos hartos de vivir en un país donde la delincuencia organizada es exactamente igual de fuerte que el Estado). Consuma una propuesta atmosférica en la que ese mal que asesina y desaparece funciona como una especie de mancha voraz. Refiere al ente maligno que no se ve ni se describe, simplemente actúa con regularidad, con eficiencia e impunemente. No existe la justicia en este relato. Asistimos a un documento que sondea algo que decenas de novelas en este país han descrito de manera costumbrista: el modus operandi de la delincuencia organizada. Esta novela no pretende hablar de lo mismo; muestra que esa delincuencia organizada permea, insisto en la idea de mancha voraz, todos los espacios posibles, la geografía entera de una nación, los distintos ámbitos laborales y sociales. Nada escapa.
En Lobo no hay párroco ni regidor ni policía. Ahí radica Felicia, una doctora loca en franco descrédito, alguien que vive del resplandor de sus años dorados y de sus grandes dotes de relacionista pública (capitaliza muy bien lo que los escritores denominan lobby literario). Cobra en el instituto que le patrocina la existencia, hace como que trabaja y se encierra en su departamento. Berenice llega a Lobo como asistente de esa loca que se agarra a golpes con su novio, intenta hacer una carrera en los suntuosos salones de la academia. Felicia lleva años en una finca, acostumbrada a lo antiguo, ajena al progreso, francamente dedicada a hundirse en su propio abismo. Berenice, en teoría, la ayudará en su investigación, pero ni si quiera sabe cuál es el tema del proyecto. De hecho nunca se definirá ese asunto, aunque la doctora siga cobrando por simular que trabaja. El relato se deja permear por eso maligno, contagia todos los hilos narrativos de la trama: la relación familiar y la afectiva de Berenice, la laboral y, por supuesto, el mundo interno de alguien que descubre que la academia y Lobo son un cuenco vacío, un sitio apenas animado por las Belugas, tres mujeres que hablan al mismo tiempo y que cuidan a un niño con discapacidad motriz. Los asesinos, los otros, los responsables de las desapariciones, son como un cáncer que ataca todo el mundo de Berenice, pero el lector no presencia la hecatombe. Se intuyen las vetas por las que seguirá la autora, pero básicamente especula, porque el relato está diseñado para las sugerencias, y sutilmente muestra la aparición de lo terrible, pero no lo vemos, porque si la autora presenta eso maligno rompe la proposición estética. Ocultándolo agranda el conflicto. Lobo es un relato que trabaja sortilegios, insisto, sutilmente. El lector construye en su mente el arribo de lo maligno.
Aparte del asunto principal, las desapariciones y los asesinos, hay otros misterios especulativos, por ejemplo, ¿qué le pasó a la anterior asistente de Felicia? ¿Si ya no hay lobos porque suelen escucharse aullidos por las noches? Camacho sondea las preocupaciones de su personaje, la violencia, el temor a morir a manos de ese otro y la paranoia derivada de eso otro que conocemos como asesino. La autora se ciñe a una estética de la novela gótica, encierros, oscuridad y desesperación: fundamente la trama en la intriga que se desarrolla en una vieja finca, crea atmósferas de misterio y de suspenso, los personajes manifiestan pasiones desenfrenadas, accesos de pánico, depresión profunda, angustia, paranoia, celos y amor enfermizo. Con los elementos referidos, la voz narrativa se transforma en algo importantísimo. Fusiona el tono contemporáneo, coloquial pues, con una estructura gótica. Amuebla el espíritu de una hacienda con la picardía jovial de una chica que forma parte de la fauna de Ciudad Universitaria, una chica UNAM que literalmente experimenta el miedo andando en burro. La voz de la narradora, aniñada a veces, efusivo en otras (sobre todo cuando habla de asuntos familiares. Esa es la sección más potente) especula sobre los hechos. Siempre especula para que hacer patente que empieza a perder el buen juicio. Berenice se sumerge en la ambigüedad de una presencia ominosa a la que incluso da miedo nombrar. La incertidumbre de que ya vienen, de que ya van a llegar, pero jamás los nombran, eso angustia a Berenice. Las Belugas le advierten del mal, pero nunca le dicen qué tipo de amenaza enfrenta. Ella presiente el peligro y la gente empieza a desaparecer. Así en el pueblo como en la urbe. Lobo es un libro que sondea, con los recursos de la novela gótica, las desapariciones forzadas y de paso apalea el mundillo de los ufanos investigadores. Ataca el planeta de los doctores que no curan ni el empacho. Que tengan un buen martes.