EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una expresión de la angustia

Federico Vite

Diciembre 08, 2020

 

Al hablar de Patrick McGrath seguramente vienen a su mente algunos títulos, muchos de ellos, por supuesto, han sido reseñados en este diario: La encargada de vestuario (2017), Constance (2013), Trauma (2008), Martha Peake: a novel of the Revolution (2000), Asylum (1996), La enfermedad de Haggard (1993), Spider (1990) y Grotesco (1989). En las novelas referidas, McGrath disecciona la locura de una manera prodigiosa; sin repetirse en cada libro, con nuevas herramientas y, en especial, con una naturalidad que abruma. No hay alguien mejor para detallar la oscuridad de la razón.
McGrath, quien es famoso por haber crecido en el hospital siquiátrico Broadmoor, en Crowthorne, Berkshire, Inglaterra, donde su padre era superintendente médico, se siente atraído por los matices de la locura. En Spider, por ejemplo, buceó en la cabeza de un joven esquizofrénico que planeó y ejecutó horribles actos de venganza contra su padre abusivo; en Martha Peake, contextualizada en el siglo XVIII, reanimó las ideas de la novela gótica desarrollando una historia de pulsiones sexuales; en Asylum describió un triángulo amoroso entre un siquiatra, su esposa y uno de sus pacientes más temibles. Esta sombría obra maestra cuenta la historia de un escultor perturbado que vive en una institución mental por decapitar y mutilar a su amante. Ahí analiza, por supuesto, las intensas relaciones afectivas de los artistas; pero en Port Mungo (Knopf Doubleday Publishing Group, New York, 2004, 241 páginas) narra la historia de dos artistas que construyen relaciones autodestructivas.
Para darle cuerpo a esa idea, McGrath eligió a Jack y Gina Rathbone. Se criaron en Suffolk y fueron juntos a la escuela de arte en Londres. En St. Martin’s, Jack, de diecisiete años, se enamora de una mujer trece años mayor que él, también pintora y bohemia, llamada Vera Savage; se fugan a Nueva York. Él teme que su trabajo se pierda por las distracciones de la ciudad. Así que Jack persuade a Vera para que lo acompañe a Honduras. Ya establecidos en Port Mungo, procrean dos hijas, se pelean con frecuencia, beben hasta perder la consciencia; son infieles, pintan con furor y se torturan sicológicamente.
La historia está narrada por la devota hermana de Jack, Gin, quien tiene ambiciones pictóricas, pero se reduce al papel de una espectadora cuando Vera aparece. En Port Mungo, Jack trabaja en una serie de pinturas sobre el “paludismo”, una oscura colección de empastes y embadurnados imbuidos por el calor y la intensidad de la jungla. De hecho, McGrath pasó algunos años en una remota isla del Pacífico Norte, así que escribe con autoridad sobre la misión de Jack para contactar con el salvaje interior que lo anima a crear algo nuevo. Peg, la hija mayor de Jack y Vera, crece como una chica salvaje. Desafía a los cocodrilos. Anda descalza por todas partes. Cuando la chica se corta, narra Gin, su padre se baja los pantalones y orina en la herida para desinfectarla. El pene de Jack se hace presente en varios momentos del relato; primeramente en la penumbra de una biblioteca en Irlanda, cuando Gin y Jack estaban en manos de una tutora. Gin recuerda que encontró a su hermano con los pantalones abajo, frente a él estaba la tutora. “Era enorme, esto lo recuerdo por el vistazo que tuve cuando fui a buscar mi libro”. Esa imagen justifica el apetito sexual de Jack; de hecho, ese asomo a la masculinidad le permite a Gin comprender las insistentes referencias fálicas de Jack por el arte primitivo.
Muchas de las certezas de la historia se ponen en duda cuando muere Peg en un accidente de navegación. Esa tragedia destruye la relación entre Jack y Vera. Él regresa con Gin. Viven juntos de nuevo. Ella, con el trato diario, se da cuenta que “su huésped” es alguien completamente desconocido. Un personaje con doble fondo y eso dispara el relato. Gin pierde la inocencia al descubrir los impulsos de su hermano. Es necesaria esa transformación para comprender la hondura sicológica de Jack.
McGrath logra la epifanía de Gin a base de puro trabajo artesanal. Con temple y técnica, el autor responde las interrogantes: ¿Jack se está volviendo loco? ¿O ya está loco? ¿Está deprimido por la muerte de su hija? ¿Sólo le importa la pintura? Crea un efecto mórbido que le permite aprehender a Jack. Aplaudo que evite cualquier incursión en la teoría del arte o realice experimentos con la sintaxis para describir la obra “salvaje” del protagonista. Se limita a describir la evolución dramática de un personaje entrañable.
McGrath nos enseña la forma en la que se deben desarrollar los vínculos afectivos; en este caso, el forcejeo entre Vera y Jack es brutal. Ese proceso es narrado con suficiencia: sin prisa, sin excesos ni efectismos. Port Mungo expone muy bien el método creativo de quien ejercita la abstracción con ahínco para salvarse de sí mismo, pero obviamente carece de fortuna. Al final, como siempre, sólo queda la angustia.