EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una historia de tantas

Silvestre Pacheco León

Mayo 20, 2019

 

(Cuarta Parte)

 

Sentado ahora en una de las sillas dispuestas para la espera del Sindico, el profesor de nuestra historia volvió a sus pensamientos anteriores y recordó cuando por primera vez tomó la palabra en una asamblea de su sección sindical.
Su asistencia a las asambleas era reciente porque durante muchos años se abstuvo de participar y dejó, como muchos, que fueran otros los que decidieran sobre la vida sindical.
Ahora lo hizo para defender frente a sus compañeros el derecho que le asistía sobre la adjudicación de una de las casas para maestros en la Unidad habitacional del Fovissste construida a finales de los ochenta del siglo pasado, en la ladera que da continuidad al Cerro Viejo, rumbo a la zona hotelera de Ixtapa.
Era la primera vez que ejercía como sindicalista y también la primera en la que perdió la votación frente a la inesperada propuesta surgida de uno de sus compañeros para que el crédito que ya le pertenecía se rifara entre todos.
No sirvió de nada su intervención mesurada para hacerlos entender que el respeto a los derechos no se podía someter a votación.
Cuando miró que todos los profesores levantaban la mano a favor de la propuesta de rifar la casa que por derecho a él le pertenecía, tuvo el impulso de salirse y abandonarlo todo, pero se sobrepuso dejando en los demás la iniciativa para continuar con la rifa.
Aún le volvía el enojo cuando recordó la manera diligente en que sus compañeras hicieron los papelitos de una hoja de cuaderno, anotando en ellos los números correspondiente a la cantidad de maestros que participarían en la rifa.
El acuerdo era que el premiado sería el número uno y cada quien pasó hasta la tómbola para probar suerte.
El profesor fue el primero en pasar por su papel y mientras caminaba dijo a todos retadoramente que la suerte le daría lo que todos ellos le querían quitar. Luego tomó su papel, y sin desenvolverlo, esperó a que todos dieran a conocer el suyo.
Ahora disfrutaba recordando que después de que cada quien fue diciendo su número sin acertar al premiado, una sensación de seguridad y confianza, ajenas a su modo de ser, comenzó a tranquilizarlo, de manera que aún cuando no sabía el número que tenía guardado, cuando ya pasaron todos, el profesor se levantó ufano de su asiento sacando y desenvolviendo el papel de su bolsa con el número premiado.
¿Ven cómo la casa me pertenece? Recordaba que les dijo con cierta vanidad.
Entonces tuvo la seguridad de que nadie más podría disputarle su derecho, hasta que llegó el gran día de la entrega simbólica de las casas que era a través de los créditos que cada uno de los beneficiarios tenían que firmar.
Los comisionados venidos desde la ciudad de México hacían pasar al frente del salón a cada beneficiario conforme al orden alfabético de la lista y como nuestro personaje era uno de los últimos esperó paciente su turno.
Pero a medida que pasaba el tiempo lo volvieron a invadir los nervios porque nadie mencionaba su nombre.
Tuvo que esperar hasta el final para preguntar por su caso.
Los comisionados preguntaron su nombre y revisaron ante su presencia la lista de los créditos sin que, efectivamente, apareciera el suyo.
Ahí nuestro personaje cayó en la cuenta de que su representante sindical no había entregado la documentación como correspondía.

La entrevista con el Síndico

Cavilaba sobre ese momento de indignación cuando frente a él se abrió la puerta de la sindicatura y salió la última persona de la audiencia seguida del Síndico, un personaje totalmente opuesto al que se había imaginado. Era un hombre vestido de blanco impecable, bien peinado, delgado, no alto, y educado.
Le ofreció que pasara y se sentara. Con todo respeto y hablándole de usted le preguntó lo que se le ofrecía.
El profesor que había medido y comparado el tamaño y peso del Sindico con el suyo, concluyó mentalmente que le tenía ventaja física.
Entonces le dijo tuteándolo: mira mano, no me agradezcas la visita, vengo nomás a verte para hacerte un reclamo porque me dijeron que en la fiesta del Día del Maestro contaste que ibas a ponerme un peón para quitarme la vida porque te había yo echado a perder el negocio que tenías pensado hacer con las casas del Fovissste.
Sorprendido el Síndico titubeó negando la acusación. Nunca atentaría contra la vida de nadie, ni siquiera borracho, le respondió.
Bueno, le dijo el maestro, tengo el testigo que te escuchó cuando lo decías, y quiero que sepas que mi familia ya sabe de la amenaza. Te advierto que si algo me pasa ya tienen tus datos y van a venir sobre ti. Así que haya sido cierto o no, más te vale que me cuides, que no me pase nada.
Luego continuó con el reclamo, le dijo que no entendía por qué su interés por las casas que no eran suyas, que nunca lo vio pegando tabiques ni cargando los botes de mezcla para el colado y menos pagando su raya a los trabajadores.
El Síndico estaba perplejo escuchando al maestro y tratando de contradecirle sobre lo que afirmaba, pero el profesor después de la amenaza pasó el reto.
Mira, le siguió diciendo, no vengo armado, pero te reto a que nos matemos sin necesidad de pagarle a nadie.
Tu dime con qué quieres que nos matemos, con pistola, con cuchillo o a mano limpia. Nos vemos en el lugar donde tu digas, Porque no voy a dejarme de ningún cabrón, y menos que me quiten la vida por defender mi derecho contra quien se oponga y tope en lo que tope.
Sin esperar respuesta el maestro salió de la sindicatura sintiéndose desahogado por el reclamo, pero luego se sobresaltó cuando miró que en la puerta de la entrada al Palacio Municipal ya había cuatro policías en vez de uno, y en una reacción muy propia de sobrevivencia el profesor se impulsó y salió corriendo entre ellos.
Recuerda que no paró hasta llegar a su casa de donde no salió durante una semana.