EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una historia de tantas (Segunda parte)

Silvestre Pacheco León

Mayo 06, 2019

 

Con la noticia llevada expresamente por uno de sus compañeros, de que alguien afectado en sus intereses por la toma de las casas que encabezó, quería atentar contra su vida, nuestro personaje pasó aquella noche sin poder dormir pensando en la posible veracidad del mensaje.
Su estado de ánimo iba del coraje y la indignación al temor y al terror por la idea de que lo mataran porque pensaba que de ejecutarse lo que decía el mensaje, dejaría desamparada a su familia, sin asegurarle siquiera la adjudicación de la casa tomada por la que tanto había luchado.
Al paso de los años recordaría que a pesar de tanto tiempo invertido en pensar las consecuencias que podía traer la toma de las casas, nunca pasó por su cabeza que eso pusiera en riesgo su vida, lo cual le parecía una respuesta drástica de quienes se habían hecho sus enemigos.
Toda la noche guardó silencio frente a su esposa que le insistía sobre el motivo de su preocupación, pero se cuidó de no hacerla partícipe de la amenaza para que mejor descansara mientras él se consumía en el desvelo pensando en la decisión que debía tomar.
Renunciar a la casa que ya habitaba para devolverla a quien tenía la adjudicación le parecía impensable porque quedaría como un inconsecuente frente a sus compañeros que lo siguieron en la aventura. Estaba seguro que no lo bajarían de cobarde por dejarse amedrentar por una amenaza, y hasta era posible que lo llamaran traidor pensando en que su decisión de abandonar la causa era parte de una negociación entre él y los líderes venales.
También pensó en convocar a una reunión para exponer a sus compañeros la situación que estaba viviendo, de manera que entre todos se resolviera lo conducente, pero luego desechó esa alternativa porque estaba seguro que eso podía llevarlos al fracaso si no lograban una solución unánime, pues estaba seguro que las opiniones se dividirían y que eso podía ser el final de la organización.
Después de pensar y repasar todas las alternativas posibles, casi al amanecer tomó la determinación que ejecutaría más tarde.
A la mañana siguiente fue el primero en llegar a su centro de trabajo. Después de haber conseguido permiso del director para ausentarse de la escuela, dejó encargado su grupo bajo el pretexto de tener que salir del plantel para atender un asunto familiar, y dirigió sus pasos hasta el palacio municipal, edificio que en aquella época se encontraba ubicado en la playa Principal, a un lado de la plaza.
Era la primera vez que el profesor trasponía la puerta de cristal donde un policía realizaba labores de vigilancia.
Un poco nervioso el profesor preguntó por la oficina del Síndico, la cual le indicaron que se encontraba al fondo a la izquierda.
En cuanto identificó a la secretaria del funcionario le preguntó sobre la cantidad de personas que esperaban una audiencia, por eso se enteró que además de la que estaba siendo atendida, había dos más en espera.
En seguida pidió a la secretaria si podía anotarlo para pasar en el último lugar.
Conseguido su propósito el profesor esperó su turno tratando de controlar su impaciencia mientras repasaba mentalmente las palabras que había ensayado para utilizarlas frente al funcionario municipal.
El profesor no conocía al Sindico más que de oídas, pero sabía que dicho personaje era uno de los líderes vitalicios de la FSTSE, beneficiado ahora para ocupar ese puesto de representación popular en el gobierno del municipio siguiendo la costumbre del corporativismo del PRI que repartía entre sus tres sectores, popular, obrero y campesino, las candidaturas de los ayuntamiento, como amalgama para unificar a sus afiliados en la defensa de los interés superiores de sus líderes.

En la temporada de lluvias

Era el mes de junio cuando el profesor conoció el Palacio municipal, y la primera vez que con total calma podía entretenerse mirando lo que acontecía en la bahía, considerada como el atractivo turístico de mayor valor en la vida del puerto.
Contaba los veleros cuyos mástiles se movían al vaivén de las olas, y calculaba el tiempo que hacían las lanchas de pasajeros que iban y venían desde el muelle municipal hasta la playa de las Gatas surcando la bahía.
En esa espera haciendo antesala el maestro recordó que a pesar de sus casi 15 años trabajando en el Puerto, nunca había tenido tiempo de disfrutar de un día de playa para pasear con su familia. Ni siquiera sabía el costo del boleto de la lancha que cobraba la cooperativa para el paseo que divertía tanto a los vacacionistas.
Luego sus pensamientos lo llevaron al tema sindical, y sonrió recordando cuando en una de las primeras veces que acudió a una asamblea de maestros preguntó la razón de que les llamaran “charros” a los líderes sindicales vitalicios.
Ahí escuchó por primera vez la explicación de que el origen del sobre nombre provenía de un viejo líder obrero del sindicato de los ferrocarrileros aficionado a las artes de la charrería que envejeció y murió en el poder, enriquecido con las cuotas sindicales.
Desde entonces se identificaban como lideres “charros” a quienes impuestos desde los niveles más altos del poder para mantener el control de las bases, tenían la encomienda de mantener apaciguado el ambiente laboral de las escuelas, sin protestas ni demandas que pudieran trascender, actuando de manera oportuna y enérgica contra quienes buscaban alterar el orden establecido.
En aquel recorrido mental de todo los vivido como profesor de primaria en el puerto, nuestro personaje volvió al empeño de tener una en Zihuatanejo, cayendo en la cuenta de que eran demasiadas privaciones y sacrificio a que había sometido a su familia para alcanzar el propósito de contar con un patrimonio que los hiciera más felices disfrutando del lugar paradisíaco donde todos querían vivir.
Estaba el maestro cayendo en la cuenta de que quizá nunca hubiera reflexionado en esas cosas que ahora pensaba si no hubiera sido por aquella amenaza recibida y la decisión que había tomado cuando de soslayo miró que entraba al despacho del síndico la última persona que esperaba para que siguiera su turno.