EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una manera de visibilizar nuestras enfermedades

Federico Vite

Mayo 18, 2021

La única novela de la poeta Silvia Plath, The bell jar*, se publicó en el Reino Unido en 1963 con el seudónimo Victoria Lucas. La campana de cristal, como se conoce en castellano, apareció unas semanas antes de que Plath se suicidara. Cuatro años después, la editorial Farber & Farber reedita este volumen, pero ya firmado por Plath. En 1971 la novela llega a Estados Unidos y muchas personas se vuelcan literalmente a las librerías por un ejemplar. Pero lejos del morbo, de la tristeza por la suicida que vivió gran parte de su vida en depresión, la novela de Plath, con obvias referencias autobiográficas y una perspectiva feminista, es profundamente actual. The bell jar posee una vigencia inaudita; de hecho, la relectura enfatiza a este documento como un discurso de género. La campana de cristal visibiliza la manera en la que la sociedad ignora las necesidades de las mujeres; de hecho, esa omisión deriva en trastornos sicológicos y en varios casos culmina con el suicidio.
Esther Greenwood es de Boston. Esta joven protagonista de diecinueve años tiene la fortuna de irse a Nueva York como becaria de una prestigiosa revista femenina, Lady’s Day. Se encandila con las luces de la ciudad, con la vida agitada y libre de una mujer en Nueva York. Quiere ser poeta, ir a Europa, conocer París y vivir intensamente. Quiere tener un buen hombre, pero no desea hijos ni se sublima pensando en la maternidad. Su novio es Buddy Willard y él, como usted imagina, abusa de la confianza de ella; le es infiel y la trata con displicencia, básicamente como a un mueble. Esther sufre una crisis emocional que se agrava cuando regresa a casa y se prepara para irse a Cambridge. Piensa en las decisiones que debe tomar. Empieza a leer noticias sobre enfermedades nerviosas que conducen al suicidio. Abandona la tesis que hacía sobre Finnegans Wake, de James Joyce. Comprende que todo mundo tiene planes para ella, pero ella no quiere nada de eso, desea más, mucho más; elegir su destino, por ejemplo. Esa tensión emocional explota cuando intenta escribir una novela, pero simplemente no puede continuar. Está nulificada. “¿Cómo podría escribir acerca de la vida cuando yo no he tenido un affaire amoroso ni un bebé, tampoco he visto a alguien muerto? Una chica que yo conozco ganó un premio de cuento acerca de sus aventuras entre los pigmeos de África. ¿Cómo podría competir con ese tipo de cosas? ”. También se da cuenta, con terror, que no tiene una noción clara del tiempo. “Me senté así durante aproximadamente una hora, tratando de pensar en lo que vendría después, y en mi mente, la muñeca descalza con el viejo camisón amarillo de mamá se sentó y miró al vacío también. ¿Por qué no quieres vestirte, cariño? Ya son las tres de la tarde”, le dice su madre. Ella responde: “Estoy escribiendo una novela”. Simplemente no escribe ni puede concentrarse. En mi mente, dice Esther, empezaron a pasar cosas extrañas: “El plan después del plan iniciado empezaba a brincar atravesando mi cabeza, como una familia de conejos atolondrados.”. Simplemente detiene las lecturas y la escritura. No puede continuar y teme que nunca podrá hacerlo. Está bloqueada, sin poder concentrarse, deprimida. No logra tener control de sus pensamientos. Así que toma una decisión precipitada: intenta suicidarse. La encuentran antes de que muera y la internan en un siquiátrico. Se somete a varios tratamientos, pero el de mayor resultado está a cargo de la doctora Nolan.
Después del tratamiento electroconvulsivo logra estabilizarse emocional y laboralmente. Tiene progresos lentos y su doctora le permite hacer algunas actividades fuera del hospital. Pierde la virginidad con un tipo que acaba de conocer y se niega a casarse con Willard. Se abre ante sí una perspectiva inusitada: elige la vida que quiere vivir. Emprende entonces la etapa adulta. Se aleja, con aplomo, de la opción que le ofrecía la vida: ser ama de casa, tener hijos y abandonar la ilusión de ser poeta. Toma posesión de su vida. Esa es la lección enorme de este libro. Pero aparte del tema, insisto, muy actual, la voz narrativa en primera persona posee esa intimidad que se expande durante todo el relato. El libro está diseñado como una novela de aprendizaje, bildungsroman, pero focaliza ese aprendizaje en un discurso de género.
El qué de The bell jar se yergue desde la intimidad. Un personaje cuenta su historia sin recurrir a las anotaciones de un diario; tampoco llena de miel la trama. Simple y sencillamente da un giro al canon femenino de la época: crea una mujer que no busca estabilidad económica ni emocional; tampoco es pasiva. Critica el viejo ideal femenino. Esther se convierte en el agente del cambio.
Desde la construcción de este personaje, Plath le da la vuelta a la tuerca y cimenta, desde el ideal de la transgresión, el motor del relato. Esther es verosímil en todo momento. La información está bien regulada; sin excesos ni abusos, tanto en imágenes terribles como en el efecto dramático del amor. En cuanto a la línea del tiempo, la autora usa con propiedad los viejos recursos (racconto, prolepsis y analepsis); pero en términos generales, se mantiene la estructura clásica: inicio, desarrollo, conflicto, desenlace y final.
La campana de cristal, bien vale la pena decirlo, no es mejor que el magnífico poemario Ariel (1965). Posee un tono juvenil, una voz políticamente correcta que poco a poco inicia la transgresión. Se rebela en contra de una sociedad que la ve como loca y con ese calificativo la juzga, la aísla y la menosprecia. Sin duda alguna, tiene grandes rasgos autobiográficos, pero la valía de The bell jar no radica sólo en ese aspecto sino en la indagación de una enfermedad que en ese contexto, los 60 del siglo pasado, simplemente parecía un castigo de Dios. Por tema, empalma muy bien con Franny and Zoey, de J. D. Salinger.
Otra virtud de este proyecto realista de Plath es justamente que no recurre a los clichés ni a la frivolidad para edulcorar el tema. Se hunde, con autoridad, en los abismos de una sique femenina que recibe ayuda a tiempo. Algo que desgraciadamente no le ocurrió a Plath.
Sylvia nació en Boston en 1932. En 1950 ingresó en la Universidad de Smith; posteriormente a Cambridge. Ahí conoció al poeta Ted Hughes y se casó con él en 1956. Tuvo dos hijos y se separaron en 1962. Publicó su primer libro de poesía, Colossus, en 1960. En invierno de 1963 se suicidó en su departamento de Londres, a los 30 años de edad.

* Para la escritura de este artículo utilicé la edición de Farber & Farber, Inglaterra, 1967, 234 páginas.