EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una mirada a cuatro narraciones ejemplares

Federico Vite

Agosto 11, 2020

(Segunda de cuatro partes)

El silbato* (1941), de Eudora Welty, es un cuento que aborda de una manera peculiar el frío y sus metáforas. Utiliza la idea de lo gélido para describir la intensidad con la que dos personas de cincuenta años de edad enfrentan la pobreza y el fracaso matrimonial; aparte de todo, el clima agreste no ayuda en mucho a sobrellevar una existencia amable ni próspera. La autora crea un ambiente rural ominoso en el que el frío es la gota que derrama el vaso. Pero lo atractivo de Eudora es la plasticidad de la voz narrativa omnisciente. Da la impresión de acercarse desde lo más alto hacia un punto inhóspito del sur de Estados Unidos. Así inicia el cuento: “La oscuridad era fina, como un vestido viejo y usado por muchos inviernos y siempre deja que el frío atraviese los huesos. Luego salió la Luna. Entre los bosques espesos de hojas muertas sin color sobresalía una granja, como piedra blanca en el agua. Un ojo minucioso y más escrutador que el de la Luna podría haber visto todo lo que pertenecía a los Morton, hasta las pequeñas tomateras en sus limpias filas próximas a la casa, horribles por su fragilidad expuesta”.
El texto refiere los cultivos de tomates y los métodos que siguen los granjeros para impedir que los efectos de las heladas destruyan las cosechas. El asunto acá es que la autora elige una voz omnisciente, que se aproxima y se distancia de lo narrado, para contar los motivos por los que una pareja, literalmente, quema todo lo que posee para mantenerse viva. Cito a la autora para mostrar la situación exacta de ese matrimonio en una intimidad devastada: “Todas las noches se acostaban temblando de frío, pero no eran más comunicativos en su miseria que un par de contraventanas golpeadas por una tormenta. A veces pasaban varios días, semanas, sin que cruzaran una palabra”. Pero Jason y Sara son descritos con precisión gracias a estas líneas: “A medida que el fuego iba apagándose, la respiración de Jason se iba haciendo más pesada y solemne, y él estaba incluso más allá de los sueños. Completamente escondido, el cuerpo de Sara era tan ligero como la faja de una caña; su forma apenas se distinguía por el edredón que la cubría. A veces, la propia Sara creía que era su ingravidez lo que le impedía calentarse”. Eudora se detiene en la complexión y en las acciones mínimas de los personajes para enfatizar la mala alimentación y describir con esos cuerpos la pobreza. Literalmente los espía. Recurro nuevamente a la voz omnisciente para mostrar la cercanía y el distanciamiento de lo narrado: “Cada hora iba aumentando el frío. La Luna, blanca e intensa como la nieve que no cae aquí, se elevó por el cielo durante la larga noche distanciándose más de la Tierra. La granja parecía tan pequeña y tranquila como una concha marina, con el bulto de una casa rodeada por curvos surcos de plantas de tomate. El frío, como una blanca mano opresora, aplastaba y cubría la vivienda”. Después de este párrafo ocurre lo peor. El matrimonio duerme, pero el silbato del señor Perkins, ese sonido que anuncia las heladas, despierta a Sara y ella se encarga de levantar a Jason. Él cubre las plantas con su chaqueta y ella se quita el vestido para arropar la cosecha. Semidesnudos, vuelven a casa. No logran contrarrestar las temperaturas bajas y empiezan a alimentar el fuego quemando algunos muebles, finalmente usan los bienes para remediar los males: “Al final toda la leña desapareció. El tronco de cerezo se redujo a cenizas. De repente, Jason volvió a levantarse. Y acercó al fuego la silla que tenía roto el asiento; la hizo pedazos. Ardía muy bien, luminosamente. Sara no se movió, no dijo una palabra. El fuego que había hecho la mesa de la cocina les parecía maravilloso, como si lo que nunca habían dicho y lo que no podía ser tuviera también su vida, después de todo”.
Esta línea se conecta con el final del cuento, pero antes de llegar a eso, déjeme decirle que la obra de Eudora está signada por fuerzas ominosas en escenarios domésticos. Los protagonistas de sus cuentos padecen esas energías escabrosas (representadas o encarnadas en objetos, o en el clima, a menudo es el calor) y ese enfrentamiento entre lo humano y lo sobrenatural potencia el suspenso de la historia con una resolución elegante. Así que volviendo a El silbato, Eudora se las ingenia para perfilar una historia sencilla con elementos estéticos que bien podrían ser parte de lo gótico; utiliza aspectos sobrenaturales para representar con aire de renovación estilística a la sociedad norteamericana y sus conflictos.
Ahora sí, tenga en mente la siguiente frase: “El fuego que había hecho la mesa de la cocina les parecía maravilloso, como si lo que nunca habían dicho y lo que no podía ser tuviera también su vida, después de todo”. Vayamos al último párrafo del cuento; un final, no sobra decirlo, sumamente poderoso: “Pero Sara temblaba, apretando de nuevo sus rodillas duras contra el pecho. Había vuelto el invierno, el frío de la noche; se apoderó de ella algo extraño, como miedo o dependencia, una sensación de absoluto desamparo. De repente, sin girar la cabeza, habló:
‘Jason…’
Un silencio. Pero sólo por un instante.
‘Escucha’, dijo con inseguridad su marido.
Se quedaron muy quietos, como antes, inclinando la cabeza.
Afuera, como si exigiera algo más allá de sus vidas, el silbato continuó sonando”.
Este final condensa y revela información suficiente para comprender las diversas metáforas del frío que recrea con absoluto dominio de su oficio Eudora Welty.
La voz narrativa omnisciente dota de movimiento el cuento al describir exteriores (plano general) e interiores (medium shot y close up), pues al acercarse y alejarse de lo narrado crea un ritmo y, a la vez, describe dos estados de ánimo. Narra dos historias que van directo al enfrentamiento y se mantienen siempre en progresión dramática. Nunca pierde de vista el frío y sus metáforas. El silbato, narrado de otra manera, sería nimio, no tendría la potencia expresiva que posee. El cuento culmina con una frase que delimita, con la aparente insinuación de un enigma, los límites de una historia matrimonial.
* Traduje los fragmentos de The whistle que utilicé en este artículo para rejuvenecer la mirada sobre este cuento.