Federico Vite
Marzo 01, 2016
Martín Amis, un hombre que ejemplifica la insolencia de estar vivo con sus novelas, publicó Tren nocturno (Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama, España, 2002, 176 páginas), un documento policiaco que sondea, desde la pulsión femenina, un aparente suicidio.
La novela recurre al diario personal, la nota forense, el relato policial y la pesquisa, más que una espectacular caza de datos, se convierte en un alegato acerca del desencanto vital.
El libro está dotado de una intimidad abrumadora, gracias a que Amis, conocedor y ejecutante de múltiples trucos narrativos, usa el narrador en primera persona para ofrecer no sólo datos de un aparente suicidio, sino para mostrar la podredumbre de una sociedad complaciente con las inercias delictivas que practica y, específicamente, para sondear la pulsión de la maldad en una mujer de belleza casi divina; en teoría, afectada por lo amargo de un contexto perverso.
La detective Mike Hoolihan, alcohólica rehabilitada, inicia la revisión del supuesto suicidio de Jennifer Rockwell, joven y guapa científica, casada con el profesor universitario Trader Faulkner e hija de un jefe de policía, Tom Rockwell. La científica no tiene enemigos ni vicios, no es infiel; tampoco padece depresión por los relativos problemas laborales de alguien interesado en sondear los misterios matemáticos de la astronomía. Es la pieza perfecta de una sociedad que ha sido devorada por lo oscuro.
Tom cree que su hija fue asesinada. Culpa a Trader. Así que pide a Mike que se encargue de resolver un crimen perfecto. En el suicidio hubo tres disparos. Hay una duda razonable para creer en el homicidio. El suspenso, por razones obvias, aumenta al conocer algunos secretos de Jennifer. Hábilmente, Amis empata la existencia de la científica con la de la detective. Comienza a darnos información de la vida sórdida de Mike y es cuando el libro rebasa las características de una novela de corte policial, abre un registro que todo lector agradece: el conocimiento de lo humano ante el mal. Aunque en el caso de la detective, más bien hablamos de una sobreviviente del abuso sexual infantil.
En la segunda parte de la novela, Autopsia psicológica, Mike se propone encontrar el motivo real de lo que empieza a parecer una muerte absurda. El libro cambia nuevamente el enfoque del tema, porque las reflexiones de alguien habituado a trabajar con la muerte derivan en sentencias que agrandan la historia, la dimensionan como un alegato pasional en contra de la maldad. Entonces, el lector conoce la densidad de un perfil sicológico que judicialmente es considerado el ideal de una “suicida en potencia”. Jennifer Rockwell reúne muchas características de ese perfil horrendo. Jennifer Rockwell también estudió ese perfil.
Mike indaga y recrea la vida de ensueño de Rockwell. Descubre que Jennifer cometió un terrible error laboral, que había comenzado a tomar antidepresivos e inició una relación con un caballero tramposo en un bar. El lado opuesto de la señorita, para beneplácito de los lectores, también es una pista falsa del autor. Amis despliega en la novela una serie de artefactos narrativos que fungen como palancas capaces de incrementar el azoro y el suspenso. Para ser novelista, parece dictarnos Amis, se requiere algo más que sabiduría; el autor posee la malicia para escribir un libro con estas características, en el que las vueltas de tuerca realmente proponen la revisión obsesiva de una muerte planificada y consumada, una muerte canónica.
La tercera parte del libro consiste en la conclusión del caso. Para Mike, alguien que ha crecido ejercitando el arte de la supervivencia, la resolución del aparente suicidio es una tremenda revelación que le hace pensar en sí misma, en su infancia, en su pasado trágicamente afectivo, desastroso, en la orfandad. Recordemos que la revisión de la historia personal implica sentir nuevamente los fracasos vitales.
Al final del libro, no hay más que la aceptación terrible de la muerte, aunque con algunas agravantes que están directamente relacionadas con la contradictoria naturaleza de una mujer como Jennifer. Y Jennifer, afirma Mike, es una perra. Alguien que pudo imaginar que Mike se encargaría de la investigación y que ella descubriría en la pesquisa lo que nadie desea saber de la mujer perfecta: al asomarnos al abismo, nos contagiamos de él.
Amis trabaja el discurso narrativo desde la realidad de Mike para insertarnos en ese mundo que ella no conoce pero anhela, para que el personaje descubra, a manera de epifanía, que en la noción de éxito y de belleza también anida la pulsión del mal, ese espectáculo de lo sucio, lo macabro, esa energía oscura donde de los errores vitales obligan a que un personaje padezca una serie de catastróficas desdichas que conducen al desahucio.
Tren nocturno podría considerarse una investigación a favor de la verdad que subyace en la hondura de las pistas falsas, en los ecos de una vida diseñada para construir el desencanto y contagiarlo. Que tengan buen martes.