EL-SUR

Sábado 09 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

Una poca de gracia y otra cosita (Primera de tres partes)

Federico Vite

Octubre 03, 2017

Las almas grises (Traducción de José Antonio Soriano, Ediciones Salamandra, España, 2011, 222 páginas), de Philippe Claudel, es novela que sirve muy bien para ilustrar una serie de tópicos relacionados con la literatura en mayúsculas; por ejemplo, no es suficiente que un libro esté bien escrito, ni que tenga que ver con los temas esenciales (guerra, amor, muerte), pues requiere de algo más para emocionar al lector, de un factor de riesgo, tal vez de la transgresión que permite al espíritu humano (representado por los personajes, claro está) tener una revelación esencial, porque basta con sugerir el escenario y su contexto para que el engranaje de algo mayor (a eso llamamos sensibilidad) haga florecer en el lector la certeza estética: el azoro ante el redescubrimiento del mundo.
Las almas grises se fundamenta en el poder evocativo de su narrador, un policía que trabajó en el Caso, el asesinato de una niña de diez años, en una comunidad francesa del norte. Veinte años después del suceso, aún sigue aferrado a las claves que pueden ayudarlo a encontrar al homicida. Más que una novela policiaca, Las almas grises es un thriller que define los usos y costumbres de un pueblo. Funciona como ese juego de mesa llamado “¿Adivina quién? Pone énfasis en los personajes para ver si encajan en el papel de asesinos. Los revisa y desde ahí traza los esquemas del suspenso. Después de presentar a los personajes, por ejemplo, el fiscal Destinat, Josephine, la mendiga, el médico Lucy o el gendarme Despiaux, el narrador, policía al fin, sondea los bordes de la pregunta que sirve como pivote, ¿quién la mató y por qué? Pero no es una pesquisa vertical, pues la voz narrativa visita con frecuencia otros recuerdos, por ejemplo, su esposa e hijo, así que disloca sus pensamientos cuando llega a su umbral del dolor. Cuando toma posesión del luto que lo hiere inmediatamente regresa a el Caso. Abre y cierra los hilos del relato, pues eso agranda la estructura de la novela y muestra, con los subtemas del libro, diversos registros emocionales. El autor suma un misterio tras otro, pero el asunto central es la muerte de esa pequeña. Nunca se pierde de vista ese aspecto.
Claudel edifica una narración múltiple utilizando como estilete la pregunta referida, ¿por qué y quién? Reviste el relato con atmósferas de color gris perla. Ya por el frío de la región, ya por la guerra y las nubes de pólvora en el ambiente, son grises los que ahí habitan y los actos de esos grises son proclives a lo oscuro. Melancólicos por naturaleza, digamos. Se enrarece el ambiente de esa campiña cuando el narrador intenta capturar pequeños destellos de belleza y eso permite un contraste cromático que el lector agradece, pues el rango emocional del relato adquiere diversas resonancias y gracias a eso se construyen nuevos senderos narrativos que a la postre redondean la historia.
Durante algunos capítulos, en la segunda parte de la novela, notamos que a la par de la narración en primera persona va creciendo una segunda voz que otorga intensidad al suspenso, es decir, a la resolución del enigma. Esa voz creciente propicia un giro, la vuelta de tuerca diría el gran Henry James, al relato. Potencia la indagación personal de quien cuenta esta historia y con ello describe muy bien la obsesión de un hombre que se escuda en la persecución del homicida para evitar su realidad trágica.
El autor francés detalla la historia de un pueblo cuyo reflejo inmediato es Europa y está en crisis, envuelta en una guerra (1914-1918), rota y confundida. Hace un símil del mundo pintando la aldea.
Claudel es muy eficiente; su libro no tiene desproporciones ni abusos. Se nota el pulido y encerado de las frases, el contrapunto de los capítulos que anudan perfectamente la trama, los saltos temporales en ella. Notamos también la variedad de recursos para mostrar a los personajes y para ajustar los actos de ellos en la historia. La progresión dramática es envidiable. Debido a que conocemos los hechos desde la mente de un policía, tenemos ciertas conjeturas del Caso, pero el verdadero recurso para no revelar antes de tiempo la historia (se mantiene a fuego lento) es justamente la reinterpretación de los hechos que dotan de contexto a los recuerdos, la forma y el fondo del libro. Se trabaja desde la fragmentación y Claudel evita suspicacias, deja perfectamente claro cada hecho. De tal forma que al final de la novela uno sabe que conoció diversos registros vitales, sintió algunas de las emociones y comprendió a la perfección la resolución de la historia. Hay eficacia narrativa, pero no deja de ser literatura en minúsculas, no porque Las almas grises embone a la perfección en un thriller. No por eso.
A pesar de toda la afortunada resolución literaria de Claudel, algo le falta a la novela, esa cuota de transgresión. Es decir, la gracia de la literatura radica no en imitar a la vida sino en propiciar su hálito de otra forma, con otras virtudes, sin imitar el impacto de lo ya hecho. Hay pocos libros que tocan la literatura en mayúsculas. Muy pocos cargan de sentido al idioma hasta llevarlo a un grado máximo. Las almas grises describe la pobreza moral de una geografía determinada en un momento específico de la historia del siglo XX. Es un buen libro,  sin duda, pero algo le falta. Tal vez el misterio creador que se vislumbra en cuadros monumentales, como El triunfo de la muerte, de Pieter Brueghel el Viejo. Al ver ese lienzo uno percibe a la muerte, no por la representación gráfica si no por el efecto que causa en el espectador todo el conjunto (luces y sombras, color, composición; en suma, malicia). Redescubrimos algo. Las almas grises, aparte de la buena manufactura, nos hace replantearnos esa pregunta, ¿qué le hace falta a nuestros textos para que sean literatura? ¿Qué hace falta para tener esa cuota de gracia? ¿Hay alguna receta para lo literario? Que tengan un placentero martes.