EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una poca de gracia y otra cosita (Segunda de tres partes)

Federico Vite

Octubre 10, 2017

Decíamos ayer, ¿qué le hace falta a nuestros textos para que sean literatura? Algunos caballeros que entienden este negocio, el de insuflar vida con palabras, recomiendan encarecidamente la relectura de una joya de la literatura para entender cómo masca la iguana. Para saberlo todo de una vez y para siempre.
Vladimir Nabokov afirma que Madame Bovary es un conjunto de estructuras en las que destacan las líneas temáticas, el estilo de la prosa, nunca pesado ni estridente, y los personajes. La novela reúne treinta y cinco capítulos de diez páginas cada uno, y está divida en tres partes, situadas respectivamente en Rouen, Tostes y Yonville; salvo Rouen, los demás son nombres inventados. Nabokov dice que todo lo que pasa en el libro ocurrió en la mente del escritor. El autor no copió nada de la realidad. Esta novela, afirma el pícaro ruso, aborda el destino humano, no la aritmética de los condicionamientos sociales. Dicho de otra forma, el autor de Pálido fuego considera de vital importancia la maqueta de esa sociedad, la manera en la que los actantes de ese “mundo” prueban a fuego ideales y fidelidades, finalmente se trata de hechos que trastocan una realidad definida, tanto temporal como geográficamente.
La acción principal ocurre en la primera mitad del siglo XIX, bajo el reinado de Luis Felipe (1830-1848). Flaubert empezó a escribir Madame Bovary el 19 de septiembre de 1851; terminó en abril de 1856. Flaubert presume casi cinco años de un titánico esfuerzo, casi cinco años creando variantes (diversos modelos de narradores, puntos de vista, información actual y verosímil) que le dieron un sello específico a su novela.
Pensado así, más en lo técnico, menos en lo temático, me pregunto, ¿la literatura en mayúsculas carece inocencia? ¿La literatura en mayúsculas teme ser vulnerada por la picardía o la transgrede el humor? Digamos que Nabokov se pregunta lo mismo pero de una manera mucho más seria, ¿Madame Bovary es una novela realista o naturalista? Una novela, nos dice el ruso, en la que un marido joven y sano no se despierta jamás, noche tras noche, para encontrar vacía la mejor mitad de su cama, ni oye nunca la arena y los guijarros que el amante lanza contra la ventana, ni recibe una carta anónima de algún entrometido de la localidad. Una novela, insiste el ruso, en la que abundan los detalles inverosímiles ha sido considerada por muchísimos académicos como la obra cumbre del realismo. Ante estas aseveraciones, ¿qué se puede decir? Obviamente que no hay recetas para escribir una obra de arte, salvo la excelente técnica del narrador. Pero antes de ir a ese punto, asumamos que todo gran arte, Rubem Fonseca dixit, es un engaño. Afirmemos que los autores crean universos personales con una lógica específica, determinada y clara. Toda realidad creada por un autor posee huecos, uyy, decenas de ellos, opacidades que encuentran los viejos a los que les interesan la vida, pero sólo frecuentan los libros. Toda gran novela posee un estilo definido, no así un tema transgresor. De hecho, casi nunca.
Para Nabokov, Flaubert utiliza como nadie lo que podría denominarse método del contrapunto. O bien, podríamos llamarlo “Método de interlineado de interrupciones paralelas” en las que dos o más conversaciones, pensamientos, se mezclan y permiten temporal y especialmente crear un efecto armónico en el que se destaca elementos que el novelista desea enfatizar.
La escena que muestra lo anterior es justamente cuando León y Emma empiezan a enamorarse, cuando “casualmente” descubren que la atracción de uno por el otro se debe a los gustos en común. Flaubert envió una carta a su amante, Louise Colet, el 19 de septiembre de 1952, en ella explica el método de contrapunto o de dos conversaciones (discursos) paralelas: “Tengo que situar simultáneamente, en la misma conversación, a cinco o seis personajes hablando a varios personajes de la región, tengo que hacer descripciones de personas, de cosas y justo en medio mostrar a una dama y un caballero que comienzan a enamorarse. La escena tiene que ser rápida sin que resulte seca o parca, sin que resulte amplia o farragosa”. En realidad, así funciona la literatura, imitando hechos reales; evidencia los desatinos de lo natural, los convierte en algo a escala, prefabricado, sin la aparente y contagiosa naturalidad de lo vivo. ¿La literatura en mayúsculas es torpe imitando al mundo y sus criaturas?
Digamos que la novela más realista tiene visos fantásticos e irreales, posee una lógica definida que nos hace pensar en un universo específico tanto geográfica como temporalmente. Flaubert apuesta por narrar los modelos a escala del destino y ser sirve de la invención de una sociedad (perfectamente definida) que motiva y asfixia los impulsos de los protagonistas de este relato. ¿Entonces cómo hacemos literarios nuestros textos? Pensemos. En la carta de Gustave Flaubert a su amada Colet, 11 de septiembre de 1846, varios años antes de escribir Madame Bovary, el narrador dio cuenta de un certeza innegable. La mediocridad y lo rutinario revelan más de lo humano que toda la exaltación de la belleza que prodigaban los románticos de esa época. Lo gris y lo mediocre son temas desdeñados, ¿qué pasa si se usan como fondo de transgresiones estilísticas en una novela? Entonces, ¿Flaubert hizo del universo gris y de los humanos sin cualidades un monumento de excepcional belleza? ¿Qué hace falta para tener esa cuota de gracia? ¿Hay alguna receta para lo literario? Creo que Julian Barnes tiene algunas respuesta para este corazón indolente, enfebrecidamente tropical. Que tengan un sabroso martes.