EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una renovación en ciernes (Primera de tres partes)

Federico Vite

Abril 03, 2018

La composición de la sal (Almadía, México, 2016, 157 páginas), de la boliviana Magela Baudoin, propicia un replanteamiento en la estructura del cuento. Nos demuestra en estos 14 textos que no basta el buen manejo de las dos historias en cada unidad narrativa (ese contrapeso en la trama, historia 1 e historia 2, diría Ricardo Piglia) para consolidar lo que todo autor busca: ser memorable y releído. Así que como eso no basta, Baudoin busca un mecanismo para que la historia aprisione un misterio que no se revela, que se deduce y eso genera mucha tensión dramática; se trata de una revelación no consumada. Gracias a lo abigarrado de la estructura, los obsesos, casi todos los lectores de cuentos, vuelven a leer de un tirón estos textos para tratar de encontrar eso que falta. El estilo de Magela genera esa idea de unidad inacabada. Eso ocurre con La composición de la sal, uno cree que se ha escapado algún dato pero el asunto está en que el cruce de vías (disculpen la insistente mención a las dos historias en un cuento, pero es necesario referir eso para entender que muchos de los cuentistas vivos y afamados de nuestro país en realidad escriben relatos, muy buenos, pero finalmente relatos. Son pocos los cuentistas —son escasos los buenos— en México) es impecable, simétrico, perfecto.
Si Samanta Schweblin ya ha demostrado (tiene todos los premios de cuento importantes en castellano y una multitud de lectores en varios idiomas) que la locura, como eje central de sus libros, es parte de un tratado costumbrista que al fusionarse con la ficción fantástica de terror adquiere relevancias insospechadas; los textos de Siete casa vacías (Páginas de Espuma, 2015), por ejemplo, exponen una escandalosa forma de impactar al lector, de sacudirlo. Técnicamente hablamos de cuentos muy bien resueltos, temáticamente se trata de puro desquiciado. Y esos textos, los de Schweblin, ponderan las acciones de los personajes, diagraman una historia oculta en el cuento, hechos finalmente que podrían considerarse como el umbral entre la razón y la locura. Aunque Samanta y Magela hablan constantemente de la ambiciosa obra de John Cheever y afirman que releen hasta saciarse al mítico narrador estadunidense, yo veo que en la propuesta de ambas escritoras hay algo de Hemingway, porque este modelo de cuentos, el de la tensión a su máxima potencia, el de la contención portentosa, tiene como precedente a papá Hem. Me refiero a la teoría del iceberg. Es decir, cualquier autor de cuentos, después de que Ernest publicó Out of season (Fuera de temporada), en 1923, en París, está obligado a dominar la contención en sus historias, está obligado a dominar el culterano arte de sugerir algo enorme en pocas páginas.
Out of season está ambientado en Cortina d’Ampezzo, Italia; la historia retrata un matrimonio estadunidense que pasa el día pescando con un guía local. La atención de los críticos se debe principalmente a los elementos autobiográficos del autor en el texto; pero lo importante es que se trata del primer cuento hecho con la teoría del iceberg, un postulado artesanal (porque la literatura es un oficio y el escritor un artesano) en el que el autor debe ser capaz de evocar todo en pocas páginas y demostrar (insisto, demostrar) que bajo la superficie de los hechos subyace lo temible, y eso impulsa las acciones de la trama.
Sobre la teoría del iceberg, Hemingway escribió en The art of the short story: “Se podría omitir cualquiera parte y esa omisión reforzará la historia y hará que la gente sienta algo más de lo que entiende. Hem creía que, al ocultar la estructura de la historia, el autor refuerza la obra de ficción, y que la “calidad de una obra podría ser juzgada por la calidad del material eliminado por el autor”. Su estilo creó una estética; utilizó “frases declarativas y representaciones directas del mundo visible” con un lenguaje simple y claro. Hem se convirtió en cuentista muy influyente.
De acuerdo con Jeffrey Meyers (autor de Hemingway: a biography. Macmillan, Londres, 1985) y Jackson Benson (autor del artículo Ernest Hemingway: The Life as Fiction and the Fiction as Life, publicado en la revista American Literature en 1989), Hem llegó a una conclusión: “El recurso para dotar de mucha fuerza un drama es minimizarlo, omitir las sensaciones que produjo la ficción al autor y buscar las implicaciones simbólicas del arte en cada acto; es decir, utilizar las acciones para llegar a una interpretación de la naturaleza humana”.
Ya puesto en perspectiva el precedente de los cuentos de Schweblin y de Baudoin, hablamos de textos con una enorme contención y técnicamente bien resueltos, hablamos de unidades narrativas que tienen firmes bases en el realismo y que terminan sobrepasando la estética de esta vertiente artística (la reproducción exacta de la realidad) porque los hechos cotidianos de las historias son narrados desde el punto de vista de un personaje trastornado y eso enriquece la voz narrativa, agranda la tensión dramática y crea la ilusión de que hay más de dos historias en cada cuento, crea esa ilusión porque la superficie del relato (los hechos), dificulta la visión al pozo sin fondo que son los dilemas de los personajes.
El lector busca un contexto y recrea el canal subterráneo de cada cuento; en este tipo de modelos narrativos la inminencia de un desenlace epifánico es opacado por la consumación del enigma. Por ejemplo, La cinta roja, segundo texto de La composición de la sal. Un grupo de reporteros y fotógrafos se reúnen en un bar. Natalia, la hermana de quien narra el cuento, llega tarde a la reunión y paga su demora con una historia. Cuenta que la policía encontró al asesino de Rebeca, pero no hay muchas certezas de que ese hombre haya sido el culpable. Mientras se habla de Rebeca, la narradora expone indirectamente otro hecho, uno en el que estuvieron involucrados el novio y las dos hermanas, algo que bucea en la historia 1 (homicida de Rebeca) y se revele con miradas de complicidad, con frases sueltas, algo que involucra al novio y a las dos hermanas (historia 2). El cerrojazo de La cinta roja es magistral: “¿Y entonces tú qué hiciste?, requerí injustamente, como si mi hermana tuviera que resolverlo todo. Lo escribí, se disculpó Natalia, lo mejor que pude”. Otros de los textos reunidos en este volumen cincelan esta revaloración de la teoría del iceberg, pero de eso seguiremos hablando la semana entrante. Que tengan un benemérito martes.