Federico Vite
Abril 17, 2018
Liliana Colanzi, autora de Nuestro mundo muerto (Almadía, México, 2016, 129 páginas), ensambla muy bien los eslabones de la tradición literaria del cuento en América, fusiona el viejo y el nuevo mundo latinoamericano en ocho cuentos que intentan desesperadamente tener una voz propia y definida.
Hablamos de textos con buena manufactura, llevan ya el germen de la renovación. De ninguna manera son similares a los cuentos de Samanta Schewbling o de Magela Baudoin. Dos de los ocho textos reunidos en Nuestro mundo muerto, Caníbal y Chaco tuvieron la fortuna de merecer el premio Aura Estrada 2015, son cuentos que se aproximan mucho a la obra de las escritoras referidas, contemporáneas de Colanzi, una autora que anima y bastante a cualquier lector de cuentos con el texto La ola, la verdadera apuesta estética (la más consumada del libro), donde las fuerzas primigenias —el mal en sí, configuran el árbol de las supersticiones que sirve de contrapeso a las historias de este libro— son justamente el mundo oculto de un iceberg que sólo es revelado por chispazos y de manera acertada, porque en este cuento el lector se entera de los temores de una noctívaga e insomne universitaria de Cornell, quien tiene una experiencia enteógena (motiva sus actos un dios violento y poderoso, ¿la Ola qué es sino la creación misma?). El relato cabalga entre el diario íntimo y el realismo sucio.
Los textos que merecieron uno de los premios más disputados del país, el Aura Estrada, tienen personajes andróginos con una sexualidad entre ambigua y repulsiva, en su mundo interno dirimen las batallas que les impone una cotidianidad citadina (Caníbal) y rural (Chaco). Son cuentos que muestran un estilo definido en el que la modernidad y el mundo ancestral conviven naturalmente y eso permite, o facilita, que el juego de las dos historias que hay en cada cuento tenga un amplio margen de movimiento, facilita incluso que los relatos posean una variedad de registros tonales (va de lo informal a lo sombrío e irónico, de la solemnidad a lo erótico y perverso).
La autora se enfoca en la renovación estructural del cuento, en trabajar desde diversos géneros (Nuestro mundo muerto explora la ficción fantástica, el horror, lo gótico, el terror y el relato de viaje, así como la noción primitiva e inquietante de la extrañeza. Unheimlich, dicen los alemanes.) la edificación de los cuerpos textuales; es decir, las acciones de cada historia son fusiones, una mezcla géneros y de tonos que sondean maneras singulares de revelar, o de sugerir, el motor de los hechos primordiales, lo que pone en marcha cada unidad narrativa.
Los cuentos de Colanzi hablan de la sicosis y del misticismo de las tradiciones ancestrales de los pueblos originarios de Bolivia. Por ejemplo, El ojo muestra el daño que padece una muchacha hipercontrolada por su madre. “El enemigo viene disfrazado de ángel […], pero su verdadero rostro es terrible. No te olvides nunca de que llevas su marca en la frente. Él conoce tu nombre y escucha tu llamado”, dice la madre y esa sentencia permite la indagación del mal en los actos de la muchacha, quien actúa con rebeldía y padece la obsesiva figuración de los ojos de su controladora madre. Literalmente ve que esos ojos la espían y la juzgan.
En Meteorito se narra un cataclismo familiar impulsado por un desastre astral. No es el cuento con mejor resolución, pero trabaja en pos de la estética que busca la autora en este libro.
Caníbal narra una relación lésbica, pero ese hecho pasa a segundo plano por la presencia de un asesino en serie que se come a sus víctimas. La narradora y su amada están en París, igual que el asesino; hablar del caníbal solo es un pretexto para referir que la protagonista tiene un miedo cerval a la soledad y su inseguridad “devora” a quien está con ella más de una hora.
Chaco, sin duda un gran cuento, narra una posesión espiritual. La voz de un indio muerto entra en un muchacho y lo insta a cometer asesinatos y a tener sexo oral con traileros.
Nuestro mundo muerto, cuento homónimo del libro, deriva de un texto mayor de Ray Bradbury, hablo de Los largos años (un hombre vivió en Marte con su mujer y sus hijos, los vio morir y se quedó completamente solo. Los enterró y volvió a la casa, bajo esa desesperación creó réplicas de su familia). Una mujer engarza sus recuerdos amorosos al presente, mientras vive en Marte, y experimenta mucho dolor al reconocer que no fue una buena decisión salir de la Tierra.
Cuento con pájaro es un texto coral que se caracteriza por largos saltos temporales, refiere un éxodo, el de los nativos bolivianos que habitaban las zonas rurales; por coacción se desplazaron a las grandes urbes.
Alfredito, un relato que retrata formalmente la primera idea que alguien tiene de la muerte, es mucho más tradicional que el resto. Un chico acaba de morir y sus compañeritos de escuela creen que algo extraordinario ocurrirá durante el velorio. La autora mantiene el suspenso y la tensión dramática de cada uno de los elementos del texto, pero no ofrece muchas variantes a lo ya trabajado por los fieles seguidores del realismo mágico.
La prosa de Colanzi es fluida. Tiene un sello personal, nacido de la zozobra con la que contempla el mundo, que sumado a los localismos adquiere singularidad. Nuestro mundo muerto ensambla muy bien los eslabones de la tradición literaria del cuento en América, trabaja con personajes en constante tránsito, van del plano terrenal a lo etéreo. Usa el misticismo como laboratorio literario y lo hace con acierto. Construye una maqueta moderna del universo con la sabiduría maléfica de los pueblos indígenas. Que tengan un festivo martes.