EL-SUR

Lunes 15 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una vida pobre con Under the volcano en el bolsillo

Federico Vite

Agosto 03, 2021

László Krasznahorkai, autor de la memorable Satantango (Traducción del húngaro al inglés por George Szirtes. Profile Books, London, 2013, 288 páginas), conversó con el escritor inglés Adam Thirlwell sobre la manera en la que fue construyendo esta novela que obtuvo en 2015 el Booker Prize. Esa conversación fue publicada en The Paris Review, The art of fiction No. 240, en verano de 2018. Algunas de las aseveraciones que el escritor húngaro hace me parecen sumamente similares a las de cualquier latinoamericano que vivió a plenitud su juventud en los años 60 y 70 del siglo pasado. Pero lo atractivo de esa charla es el buceo que realiza Thirlwell para sondear el alma de un tipo raro, porque sólo un tipo raro pudo haber escrito este proyecto que nos recuerda a Samuel Beckett, a Franz Kafka y a Malcolm Lowry.
Grosso modo: Satantango (publicado originalmente en 1985) está dividido en dos partes de seis capítulos cada una; la primera numerada en forma creciente y la segunda de manera decreciente. Cuestión aparte es que cada capítulo se estructura como si fuera un sólo párrafo (obviamente estas características nos recuerdan ese “experimento” reciente en la literatura mexicana, titulado Temporada de huracanes) y los diálogos van únicamente entrecomillados, sin utilizar el guión largo que los marque, como usualmente se hace. La ausencia del punto y aparte es la regla de oro del autor para manifestar un estilo, eso permite también ordenar las escenas (prácticamente la mayoría ocurren en escenarios internos) de una manera poco ortodoxa, pero finalmente clara y comprensible para el lector.
Gracias a la densidad aparente del cuerpo narrativo se consuma un ritmo, pues el fin último del libro es emular la cadencia de un baile, un baile apocalíptico, claro está, y en ese ritmo se encuentra la novela, cuya historia se fundamenta en una finca y culmina con un éxodo. La presencia de Irimías es la que divide el relato; hay un antes y un después en la historia tras la aparición del líder. También es digno de mención que muchas escenas ocurren en una cantina. La vida bohemia, los actos de fe, un manipulador llamado Irimías, el desencanto, todo eso condimenta el caldo de cultivo de esta historia por la que se asoman claramente las influencias de Kafka, de Beckett y de Lowry. Me temo que la atención puesta en este libro es justamente a raíz de la adaptación cinematográfica de Satantango (1994), a cargo del mítico Béla Tarr. No sobra decir que este largometraje dura 7 horas. Eso empalma la novela y el filme como dos objetos de culto.
Ya con esa información, vayamos a un fragmento de la entrevista. Thirlwell le pide a László que hable de sus inicios como escritor. Krasznahorkai, sin resquemor, responde: “Pensé que la vida real, la vida verdadera estaba en otra parte. Junto con El Castillo, de Franz Kafka; mi Biblia durante un tiempo fue Under the volcano, de Malcolm Lowry. Esto fue a finales de los sesenta, principios de los setenta. No quería aceptar el papel de escritor. Quería escribir un solo libro, y después de eso, quería hacer cosas diferentes, especialmente con la música. Quería vivir con la gente más pobre, pensé que era la vida real. Viví en pueblos muy pobres. Siempre tuve muy malos trabajos. Cambiaba de domicilio muy a menudo, cada tres o cuatro meses, para escapar del servicio militar obligatorio. Y luego, tan pronto como comencé a publicar algunas pequeñas cosas, recibí una invitación de la policía para trabajar con ellos. Tal vez fui impertinente, porque después de cada pregunta que me hicieron decía: ‘Por favor, créanme, no me ocupo de la política’. ‘No, no escribo sobre política contemporánea’. Así que al final me enojé y dije: ‘¿Realmente te imaginas que escribiría algo sobre personas como tú?’. Y eso los enfureció, por supuesto, y uno de los poli-cías, o alguien de la policía secreta, quiso confiscar mi pasaporte. En el sistema comunista de la era soviética teníamos dos pasaportes diferentes, azul y rojo, y yo solo tenía el rojo. El rojo no era tan interesante porque con él sólo se podía ir a países socialistas, mientras que el azul significaba libertad. Entonces dije: ‘¿De verdad quieres el rojo?’. No tuve pasaporte sino hasta 1987. Esa fue la primera historia de mi carrera como escritor y fácilmente podría haber sido la última. Recientemente, en los documentos de la policía secreta, encontré notas donde se habla de posibles informantes y espías. Tuvieron alguna oportunidad con mi hermano, escribieron, pero con László Krasznahorkai, sería absolutamente imposible porque era muy anticomunista. Esto parece gracioso ahora, pero en ese momento no era tan gracioso. Pero nunca hice ninguna manifestación política. Viví en pequeños pueblos y ciudades y escribí mi primera novela (Satantango)”.
¿Cómo publicaste?, pregunta Thirlwell. “Eso fue en 1985. Nadie, incluido yo mismo, podía entender cómo era posible publicar Satantango porque era cualquier cosa menos una novela sin problemas para el sistema comunista. En ese momento, el director de una de las editoriales de literatura contemporánea era un ex jefe de la policía secreta, y tal vez quería demostrar que todavía tenía poder, así que tuvo el coraje de publicar esta novela. Supongo que esa fue la única razón por la que se publicó el libro”, responde Krasznahorkai.
Ergo: Satantango esencialmente es una analogía del comunismo, una crítica tremenda para los usos y las costumbres de ese sistema; una crítica para esos actos de fe en los líderes morales y populistas, pero por encima de ese anatema, el autor propone con mucha inteligencia un ejercicio de metaliteratura. Hecho que hace doblemente atractiva la novela.
“Fui minero por un tiempo. Eso fue casi cómico, los verdaderos mineros tuvieron que cubrirme. Luego me convertí en director de varias casas de cultura en pueblos alejados de Budapest. Cada pueblo tenía una casa de cultura donde la gente podía leer los clásicos. Esta biblioteca era todo lo que tenían en su vida diaria. Y los viernes o sábados, el director de la casa de cultura organizaba una fiesta musical, o algo así, que era muy bueno para los jóvenes. Yo fui el director de seis pueblos muy pequeños, lo que significaba que siempre me movía entre ellos. Fue un gran trabajo. Me encantó porque estaba muy lejos de mi familia burguesa”, confiesa László con rubor y agrega: “Fui vigilante nocturno de trescientas vacas. Ese era mi favorito: un establo en tierra de nadie. No había ninguna aldea, ni ciudad, ni pueblo cercano. Fui vigilante durante unos meses, tal vez. Una vida pobre con Under the volcano en un bolsillo y Dostoyevsky en el otro”. Sumado a todo esto, Krasznahorkai confiesa su alegre vida bohemia: “Había una tradición en la literatura húngara de que los verdaderos genios eran unos borrachos totales. Y yo también era un borracho loco. Pero luego llegó un momento en el que estaba sentado con un grupo de escritores húngaros que estaban tristemente de acuerdo en que esto era inevitable, que cualquier genio húngaro tenía que ser un borracho enloquecido. Me negué a aceptar esto e hice una apuesta, por doce botellas de champán, de que nunca volvería a beber”. Y lo cumplió. El asunto es que gracias a eso, la sobriedad, pudo escribir el libro que hoy comento. Una novela, que no sobra decirlo, escasamente puede encontrarse en español. La editorial Acantilado tradujo esta empresa, pero no suele encontrarse con facilidad. Quienes logren hallar un ejemplar de Tango satánico, créanme, tendrán en sus manos uno de esos ejemplos que aún poseen vestigios de literatura.