EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Uno de los chicos del dream team

Federico Vite

Octubre 15, 2019

 

El país del agua (Traducción de Enrique Hegewicz, Anagrama, España, 1998, 302 páginas), de Graham Swift, es considerada por los críticos literarios ingleses como una de las mejores novelas de la literatura británica del siglo pasado. De hecho, Swift es parte del british dream team que capitalizó muy bien el editor Jorge Herralde en Anagrama. Este equipo aglutina la obra de Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro y Graham Swift, quienes debutaron en España en la colección Panorama de Narrativas del sello barcelonés ya mencionado. Graham Swift, contrario a lo que pensamos del otro lado del Atlántico, es un escritor sumamente respetado en Londres; por encima, incluso, de Amis, Barnes, McEwan e Ishiguro. Se le considera un ejemplar en peligro de extinción porque desde su primer libro mostró que su manera de narrar poseía una íntima elocuencia para dar fe de las catástrofes. Para probar esto bastaría con nombrar Últimos tragos, una novela emotiva sobre el valor de los sueños personales;  La luz del día, texto de corte policiaco, y El Domingo de las Madres, una noveleta ejemplar que aborda una jornada en la que las criadas visitan a sus familias, pero Jane Fairchild, de 22 años, quien trabaja para los Niven, es huérfana, así que pasa ese día con su amante, Paul Sheringham, el único hijo vivo de los vecinos de los Niven. Jane y Paul llevan desde hace años una relación clandestina, pero ese día terminarán su amasiato porque él va a casarse con una chica de su clase social dentro de dos semanas. Después de despedirse sucede algo inesperado que cambiará la vida de Jane. Todas estas historias son hechas por un magistral narrador. Pero vayamos por partes y, en esta ocasión, hablemos específicamente de El país del agua.
Este libro cuestiona el uso práctico de la historia, para ello, Swift elige a un profesor de esta asignatura como protagonista, Tom Crick, cuya esposa acaba de raptar a un niño. Durante sus clases ocurren cosas muy particulares, porque no hay fechas, ni batallas ni héroes, basta con la historia del maestro y la vieja lucha de su familia contra la zona pantanosa de los Fens. A pesar de las directrices católicas de la escuela, Crick elige contar su vida en vez de seguir el programa de la materia. Con la misma paciencia que sus antepasados utilizaron para derrotar la obstinación acuática de los movedizos brazos de agua en los Fens, Crick se irá rodeando de sus más íntimos fantasmas. ¿Sirve para algo la Historia?, pregunta el docente y agrega: ¿Por qué motivo una mujer cambia el amor de su marido por la devoción a Dios? ¿En qué momento todo empieza a ir mal? Desgraciadamente para Crick, sus jefes piensan que lo mejor que puedan hacer por él es adelantar su jubilación, pero antes de eso Tom Crick ganará la atención de los jovencitos exponiendo sus problemas. Describe el entorno en el que se crió: Los Fens, una zona árida y pantanosa, completamente llana y situada al este de Inglaterra. Allí la vida era inhóspita. Los habitantes de los Fens fueron ganando terreno al mar y llegaron a sentirse muy unidos al ingente cuerpo de agua, rodeados ellos de agua, sin una mínima elevación de terreno, estaban aislados del resto de los seres humanos. Profesor y alumnos se adentran en esa historia que aglutina los recuerdos de un primer amor en plena Segunda Guerra Mundial, un asesinato y un temible futuro que se cierne sobre la historia en mayúsculas; es decir, sobre la vida después de la guerra.
El recurso de Swift no es nada nuevo, pero está bien utilizado: fusiona las peripecias personales  de Crick con la Historia de un país y eso, obviamente, parece un disparate, pero funciona a la perfección en la novela, que por cierto, posee grandes dosis de humor negro que aligeran la terrible tragedia en los Fens, esos largos brazos de agua siempre tocándolo todo que propician asfixia y mórbida humedad en el lector.
Swift construye una sobria voz en primera persona que agrupa todo un discurso con la firme intención de ver la Historia desde otro ángulo, uno que permita, tanto a los lectores como a los alumnos, comprender que las tragedias personales son fiel reflejo de un país devastado por la guerra.
También destaco la manera en la que el autor hilvana diferentes relatos, algunos provenientes del pasado más remoto en los Fens, y los anuda con su historia; es decir, todos los vuelcos en la trama, todos esos fragmentos discursivos aparentemente inconexos, sirven para que Crick explique, casi como una secuencia lógica del destino, que su esposa robó a un niño en un supermercado porque Dios se lo pidió. ¿Qué se hace después de eso? Crick cree que amar la historia, practicarla, porque es lo único que lo ha salvado del olvido. Estoy de acuerdo con él.