Lorenzo Meyer
Mayo 12, 2016
Trump sacó a la superficie el antimexicanismo y resentimiento de un sector importante de norteamericanos contra el TLCAN. ¿Cuál es el “Plan B” del neoliberalismo mexicano frente a tal rechazo?
Donald Trump, enemigo público de los mexicanos indocumentados en Estados Unidos, del gobierno mexicano que “tira su basura [social] en Estados Unidos” y del TLCAN, es ya candidato presidencial de su país. Por otra parte, los mexicanos al norte y sur del río Bravo, acabamos de celebrar un aniversario más –el 154– de la victoria sobre los franceses en Puebla en 1862. Este par de situaciones, aparentemente inconexas, permiten reflexionar sobre las grandes decisiones de las dirigencias políticas: la diferencia que implica la existencia o ausencia de un “Plan B” cuando falla el original.
Juárez. En 1863, cuando ya no pudieron resistir con éxito el embate francés, los liberales juaristas diseñaron un segundo plan que tuvo éxito. En contraste, los neoliberales de hoy no parecen tener alternativa si Trump llega a deshacer el TLCAN.
Como sabemos, en 1862 Juárez y los suyos lograron rechazar en Puebla a los invasores franceses pero no los derrotaron. Los soldados de Napoleón III simplemente se retiraron a Orizaba y en 1863, reforzados, volvieron a atacar Puebla y tras 62 días de duro sitio tomaron la ciudad y prácticamente pusieron fin al ejército de la República. Sin embargo, al cabo de un tiempo los juaristas echaron a andar un Plan B: la guerra de guerrillas –esa que el liderazgo mexicano de 1847 no quiso poner en marcha tras la derrota del ejército regular por los norteamericanos. La resistencia prolongada del juarismo, más otros factores como la presión norteamericana sobre Francia, llevaron al triunfo del liberalismo y de la República en 1867.
Lo que no previó el neoliberalismo. Hoy, el peligro externo que México enfrenta es el que generaría una posible presidencia norteamericana encabezada por Trump. El personaje aún puede ser derrotado por su opositor demócrata, pero ya está delineando un proyecto de ocho años, pues supone que puede lograr la reelección en 2020. Entre las primeras acciones que tiene contempladas está cancelar los decretos ejecutivos que hoy favorecen a los migrantes sin documentos, diseñar la “Gran Muralla” en la frontera con México y reformular o abrogar tratados comerciales como el TLCAN.
El TLCAN firmado por Carlos Salinas, George H. W. Bush y Brian Mulroney de Canadá en diciembre de 1992 nació en un entorno de grandes promesas. En México, se vendió como un auténtico “proyecto nacional”. Sin embargo de llegar Trump al poder, el TLCAN y la economía exportadora mexicana que le tiene como cimiento simplemente se quedarían en el aire. Y es que para México la supuesta “globalización” no resultó más que una “americanización” pues hoy el 80% de sus exportaciones tienen como destino el mercado norteamericano (Inegi, 2015).
Trump se propone no sólo reformular el TLCAN y otros tratados –así lo aseguró Roger Stone, uno de los miembros de su círculo íntimo– sino también castigar con un arancel del 35 por ciento a los productos fabricados en México por empresas norteamericanas como Ford, Nabisco o Carrier. La idea es obligarlas a cerrar sus plantas en México y regresarlas a Estados Unidos, donde pagarían sueldos siete veces por encima de los mexicanos (The New York Times, 19 de marzo y 4 de mayo).
Lo que hay que reconstruir. Aun cuando en noviembre Trump pudiese ser derrotado en las urnas, la corriente que él despertó y movilizó presentando a México y a los mexicanos como elementos contrarios al interés nacional norteamericano, ya es un factor en la relación México-Estados Unidos. El trumpismo sacó a la superficie un elemento existente de tiempo atrás en la sociedad estadunidense pero que se mantuvo oculto por voluntad de los gobiernos de los dos países.
En el ciclo político-económico que va del cardenismo hasta el final del sexenio de José López Portillo, las élites mexicanas estaban comprometidas con mantener la imagen de una independencia relativa ganada por la Revolución Mexicana. Sin embargo, con el afianzamiento del neoliberalismo en Estados Unidos y Europa Occidental combinado con la crisis de la “economía mixta” en México, Salinas encabezó el abandono del mercado interno como centro de la actividad productiva nacional y del Estado como responsable del desarrollo económico y social del país.
Desde mediados de los 1980 la política y la economía se modificaron, sin anestesia social, para adaptarlas a la implacable lógica del mercado externo, que en nuestro caso fue realmente el norteamericano. El nacionalismo mexicano se convirtió entonces en pasado; en una historia irrelevante e incómoda para los grupos políticos y económicos mexicanos que se hicieron del poder tras la crisis de 1982.
Lo que en esta transformación no se quiso ver es que Estados Unidos es, antes que el centro del neoliberalismoo de cualquier otra ideología, una gran potencia nacionalista que nunca ha renunciado a esa característica. Lo que hoy ha hecho Trump es simplemente echar la luz sobre ese nacionalismo en su variante proteccionista con tintes xenófobos y toques aislacionistas justo cuando México ya ha abatido casi todas sus defensas frente a una relación externa que históricamente combina intensidad con una fuerte asimetría de poder.
Por todo lo anterior, y en función del interés nacional mexicano, se hace necesario, indispensable, un “Plan B” que reformule con mucho cuidado la definición de la naturaleza presente y futura de la relación de México con su complejo vecino del norte.
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