Silvestre Pacheco León
Julio 11, 2022
En el mes de mayo es cuando se registra la más alta mortalidad en la ganadería de libre pastoreo que se practica en Guerrero.
Por eso los ganaderos se han hecho de condiciones que les favorecen frente a la pobre agricultura campesina.
En nuestro ejido desde hace muchos años prevalece la costumbre de cultivar alternadamente la mitad de la superficie para dar oportunidad a que el ganado se beneficie con el rastrojo de los cultivos anuales.
Aún así, los hatos de ganado suelen saturar la cada vez más escasa superficie de terreno a su disposición.
De manera que durante el mes de mayo, cuando las temperaturas crecen y el alimento escasea, resulta natural que el ganado pierda peso por la deshidratación, por eso las vacas enflaquecidas son propensas a caerse, lastimarse y morir ante la dificultad de levantarse sin ayuda.
Este tipo de ganadería que no se desarrolla por la falta de medios para mantenerla es la que dificulta la mejora en el modo de vida de los ganaderos a pesar de lo cual muchos quisieran convertirse en parte de ese sector privilegiado que en los ejidos dispone de amplias facilidades, aunque ellos se quejen de que a pesar de ser dueños de ganado pocas veces comen carne debido a que lo exiguo de sus ingresos.
A eso alude el dicho aquel de que el ganadero pobre solamente come carne cuando una vaca se rueda y termina muriendo en el intento de levantarse. Se dice que solo en esas condiciones es cuando la familia de los ganaderos pobres tiene la oportunidad de comer carne.
Como son las vacas viejas las que primero sucumben a la sequía y falta de alimento, de ese hecho nació el dicho de las vacas viejas de mayo, que se caen, ruedan y mueren.
Pero no siempre es pérdida para los ganaderos porque ven su actividad como un ahorro porque requiere de muy poca inversión para su cuidado, y los hatos están siempre disponible para cubrir cualquier necesidad o urgencia. En cualquier tiempo resulta relativamente fácil encontrar comprador.
Una brizna de sal, a veces unas cuantas mazorcas y de vez en cuando el manojo de hoja seca de maíz, son las medidas que se adoptan para facilitar el manejo del ganado.
Así es como se ha desarrollado esa clase de ganado criollo, peludo, manso y resistente a la sequía y rendidor en la producción de leche a pesar de lo escuálido de su fenotipo.
Una ganancia extra de los ganaderos son las yuntas que forman para ofrecerlas en renta a los campesinos que para sembrar roturan el suelo con el arado.
La otra es la ordeña diaria para la fabricación de queso fresco que tiene especial demanda en el mercado.
La vida en el campo es rica en estas experiencias productivas que se relacionan con el ciclo de lluvias y con la vida toda porque las vacaciones en la escuela se ajustan a la necesidad de mano de obra para la práctica de la agricultura de autoconsumo.
Por eso los estudiantes dejan la euforia de las vacaciones para otras fechas porque tratándose de la temporada de lluvias saben que no tendrán descanso durante los dos meses que comprenden la siembra del maíz y sus labores culturales mientras crece y se vale por sí mismo.
En esos meses de junio y julio todos los estudiantes adelgazan y se requeman en el sol por la intensidad del trabajo en el campo. Más los que ayudan a sus padres en la milpa que quienes se dedican a la ganadería.
Los primeros tienen que madrugar a diario, llueva o truene, y sin descansar ni sábado ni domingo porque tienen a su cargo el pastoreo de la yunta o llevar el almuerzo a la parcela y luego permanecer agachado en el surco tras la yunta para terminar de limpiar la hierba que va dejando el arado y desenterrar las matas de maíz cubiertas por el ala del arado. Desde antes de que amanezca y casi a la hora en que se mete el sol, no hay descanso para el joven peón, mientras que el hijo del papá ganadero, si bien ha de madrugar todos los días sin respetar fines de semana, al medio día ya está desocupado con la ventaja de que no adelgaza por la dieta de ranchero que incluye el consumo de leche y queso todos los días.
En mi pueblo desde muy jóvenes y durante varios años aprendimos a seleccionar las semillas para la siembra y su germinación, luego la limpia y la fertilización, vigilando su hasta dejar la milpa en manos del temporal ya crecida y a punto de espigar.
Entre mi familia tenía un par de primos que se repartían el trabajo. El mayor ayudaba al papá en la milpa y el menor al abuelo ganadero para ordeñar las vacas.
Cada quien desarrollaba sus habilidades en el trabajo que desempeñaban y la fiesta iba siempre en paz.
La particularidad en mi pueblo es que por costumbre los vecinos que carecen de ganado tienen derecho a pedir leche como regalo de los ganaderos por la pastura que producen y dejan sus parcelas en provecho del ganado.
De manera que alguna vez al año cada familia se presenta al lugar de la ordeña con su recipiente para recibir la leche que se acostumbra para acompañar un plato de calabaza endulzada y ningún ganadero se puede hacer el occiso para cumplir con esa costumbre, aunque algunos de ellos no lo hagan con entero consentimiento.
En una ocasión, habiendo terminado las labores culturales de la milpa el hijo mayor de mi tío, se fue a visitar al abuelo al lugar de la ordeña para satisfacer sus deseos de tomar leche.
En cuanto el abuelo lo vio llegar se alegró porque en esos momentos ocupaba refuerzos para terminar la ordeña del día.
–¡Jesús! –le gritó a mi primo en cuanto se bajó del caballo–. Vete a buscar la vaca josca en la barranca y, arréala para ordeñarla, es la única que falta.
Mi primo todavía cansado de su tarea lo que menos quería era trabajar, y así se lo hizo saber al abuelo.
–¡No vengo a trabajar! ¡ Nomás vine a beber leche!
–Entonces anda vete, leche no hay para quienes no trabajan –le gritó don Toño enojado.
Entonces mi primo se montó en su caballo y se fue de regreso por donde vino ante el azoro de su hermano menor que le quitaba la manea a la vaca recién ordeñada.
El abuelo que era un tanto mezquino ya había sido advertido por su mujer de que no debía negarle la leche a nadie.
Por su mala costumbre todo mundo recordaba aquello que le había sucedido. Una vez llegó al lugar de la ordeña un vecino que para no pedir leche regalada llevaba una calabaza endulzada como regalo, pero desde que lo miró venir, el abuelo de mis primos comentó en voz alta: “Ya viene el viejo atenido para que le regale leche. Cómo me harta que venga de pedinche”.
Total que recibió la calabaza y dándole las gracias a regañadientes le dijo que pasara a la cocina y llenara su traste con la leche.
Dicen que poco después sucedió algo increíble, un becerro quien sabe por qué artes se subió al techo de la cocina donde hervía la leche para hacer el queso.
En el apuro para bajar al animal éste se asustó y cayó precisamente en la olla de la leche y así se perdió toda la ordeña de ese día.
Del suceso se culpó al abuelo por mezquino.
Por eso mi primo Jesús iba deseando que algo similar le sucediera al abuelo que lo había corrido.
Con esos pensamientos llegó a la orilla del río donde el enojo se tornó en alegría al ver las ramas del árbol de guayabas que cargadas de frutos casi asentaban en el río.
Mi primo se bajó del caballo y se subió intrépidamente al guayabo calculando que su cuerpo espichado lo podía soportar la rama, pero el cálculo falló y junto con la rama se precipitó al río.
El golpe lo hacía gritar de dolor intentando levantarse, pero lo consoló el milagro de ver a su hermano menor que llegaba para auxiliarlo.
–¡Pareces vaca vieja de mayo, Vale!