Abelardo Martín M.
Febrero 04, 2025
La mayor ventaja frente a un gran empresario, acostumbrado a “negociar” con la fuerza del “cash” es que se vuelve totalmente previsible y sus posturas se ciñen a unos cuantos céntimos más o menos. El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al inicio de su segundo mandato al frente de la economía líder en el mundo, amenazó, cumplió y ganó, aparentemente, en sus primeros actos de gobierno. América Latina, en especial México, saben que su vecino del norte va con todo para someter a los países de la región y mediante el miedo y la amenaza someterse, sin repelar, o sea como dice el refrán “flojitos y cooperando”.
Sólo que lo que funciona casi siempre en el mundo empresarial, esa suerte de posturas de jugadores de poker, en el mundo de la política y la sociedad es totalmente diferente. Hay algunos observadores que ven en la estrategia de Trump a un presidente derrotado, reactivo, a la defensiva tirando golpes a diestra y siniestra, en una de esas alguno pega.
Es un hecho que durante décadas, los gobiernos de Estados Unidos se preocuparon más por ampliar su dominio en otras regiones del mundo y se olvidaron de su zona de influencia natural, todas las naciones de América. Hoy Trump agrede de palabra y de obra a Canadá, Panamá y México específicamente, pero con la advertencia al resto de las naciones de América de que hacen lo que se les dice o ya pagarán las consecuencias.
Por eso hizo muy bien la presidenta Claudia Sheimbaum Pardo, en rechazar de manera contundente y enérgica, las acusaciones lanzadas como justificantes para aplicar aranceles a importaciones mexicanas, con el pretexto de atentados a la seguridad nacional de los Estados Unidos. En vez de aliados, el mandatario estadunidense forma potenciales enemigos en su propia región, lo que seguramente tiene muy contentos a los líderes de otras regiones del mundo, en especial Asia, en donde con toda seguridad dicen de Trump “déjenlo, no lo vayan a interrumpir, va muy bien abriendo frentes y convirtiendo en adversarios y enemigos a sus propios socios”.
Sin atender razones, incluso causando dolor a su propio pueblo, como lo dijo el fin de semana, el presidente norteamericano Donald Trump cumplió su amenaza de imponer aranceles a las importaciones provenientes de sus socios comerciales, México y Canadá. Aunque 48 horas después, luego de una conversación con la Presidenta de México, se acordó aplazar por un mes las sanciones contra nuestro país, el ultimátum y el espíritu de conflicto persisten.
No se trata de un diferendo comercial, sino de la visión unilateral y sesgada de que en los países de su entorno no se hace lo suficiente para detener la introducción de drogas a territorio norteamericano, entre otras el fentanilo, que ahora se ha vuelto célebre por los estragos terribles e inmediatos que causa en la salud y la vida de sus consumidores. Incluso, en el caso de México, la Casa Blanca acusa al gobierno de estar aliado a los grupos de narcotraficantes.
Por supuesto, la presidenta Claudia Sheinbaum rechazó de manera categórica la calumnia, así como todo intento de injerencismo extranjero, y contestó con sobriedad los ataques del mandatario norteamericano. En la respuesta de la presidenta, se señala con claridad que buena parte de la fuerza de las bandas criminales en México se sostiene en que las armerías del otro lado de la frontera les venden armamento de alto poder, lo que se ha demostrado en investigaciones oficiales de ese país, mientras en las calles de sus urbes se distribuyen los estupefacientes sin que haya un combate eficaz a ese comercio ilegal.
Mientras tanto, Trump quiere hacer ver a la migración como una carga para la economía norteamericana, y no como una fuerza que no sólo ahora, sino históricamente, ha contribuido a la riqueza y la grandeza de aquel país. Por ello ahora intenta ubicar y deportar al mayor número posible de migrantes indocumentados, lo cual dañará la vida y trayectoria de mucha gente, en innumerables casos con décadas de estancia en la Unión Americana, con un modo digno de vida y ejemplo de su comunidad; pero también tendrá efecto en muchos sectores de su actividad productiva, como restaurantes, centros comerciales, industrias, actividades agropecuarias y tareas de limpieza que los ciudadanos estadunidenses hace mucho dejaron de realizar y no querrán volver a hacerlo.
Pese a la impetuosa agresividad de Trump a unos días de hacerse del poder, la doctora Sheinbaum ha reiterado la voluntad de diálogo y negociación, y se espera que en estos días pueda establecerse una mesa de alto nivel entre representantes gubernamentales para llegar a acuerdos y salvar el conflicto. Pero Trump quiere aplauso y sometimiento.
Ante ello, se actuará con valentía y firmeza, ha dicho la presidenta, al enfatizar que habrá coordinación, pero no subordinación. Su mensaje equilibrado y sereno contrasta con el desaforado estilo del gobernante que ahora ha regresado recargado, muy ansioso, nervioso y trastornado, lo que le impide ver, oír, escuchar, negociar y avanzar. Ojalá que pronto se obtengan frutos de esta negociación, porque con una economía tan fuertemente entrelazada en la región, la persistencia de este conflicto generará daños relevantes de ambos lados; en nuestro caso las exportaciones mexicanas menguarán, y eso tendrá impacto en todos los sectores sociales, no sólo entre los grandes empresarios.
Guerrero es un buen ejemplo de ello, pues según los más recientes datos oficiales disponibles, a 2023, fueron exportados a Estados Unidos diversos productos agropecuarios, como frutas y lácteos, así como metales y artículos de joyería, por un monto total de más de 11 millones de dólares, desde municipios como Tecpan, Taxco y Chilpancingo. Es posible que al aplicarse los aranceles que se han dado a conocer, estas ventas se reduzcan y se afecte a los productores de estas localidades.
Lo cierto es que nos esperan tiempos difíciles. La tozudez de Trump no será fácil de contener. Aun si se resuelve el conflicto actual, habrá que acostumbrarse a cuatro años de sobresaltos, trampas y modos ríspidos que le son reconocidos al ahora mandatario, como si las relaciones internacionales fuera comprar o vender terrenos, campos de golf, edificios, o cobrar renta y especular en los mercados de valores.
La lección de la historia en nuestro caso es siempre la misma: unidad sin fisuras y con decisión defender la soberanía, preservar nuestra dignidad y mantener la serenidad. No hay de otra. De peores hemos salido.