EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Valentine Goby: el valor de ser

Adán Ramírez Serret

Diciembre 29, 2023

En un mundo completamente materialista, las humanidades parecen cada vez más inservibles. Para qué dedicar la vida a algo que no da nada práctico, dinero en específico. No se trata de culpar a nadie, todas las personas dedican su vida entera a acumular pertenencias y dinero porque es la forma de sobrevivir en este mundo. Ya lo decía Oscar Wilde: “En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores”. Sin embargo, también a manera de supervivencia, los seres humanos de manera inevitable descubren tarde o temprano, que su vida está vacía. Que han seguido un camino dictado por otras personas y que su existencia es mera repetición de otras vidas; también Wilde dijo algo sobre esto: “Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo”.
Y en este impulso de supervivencia la pregunta que quema los labios es saber quién es uno mismo. Pero como saberlo si se ha pasado la mayor parte de la vida pensando en entes prácticos que tienen como único y principal fin conseguir cosas materiales. Ahí entra la sensibilidad, la inteligencia y la intuición: las tres grandes herramientas humanas que en su grado más sofisticado se llaman arte.
Viene la búsqueda más compleja porque se debe nadar a contracorriente, porque cuando las herramientas –sensibilidad, inteligencia e intuición– estaban en su esplendor de potencia, durante la adolescencia, se nos enseña que debemos contenerlas y que, más bien, debemos ser como todos los demás. Ocultar aquello que nos diferencia del mundo para pasar desapercibido y ser otro rostro en la multitud.
Sobre esto gira la entrañable novela infantil La anguila de Valentine Goby (Grasse, Francia, 1974). Sobre un niño y una niña que son diferentes y que ponen su inteligencia, sensibilidad e intuición para sobrevivir en este mundo.
La habilidad narrativa de Goby pone los puntos sobre las íes en cuanto a la construcción que se tiene de los personajes. Comienza por mostrarnos a un adolescente escribiendo una carta. Todo va tan bien como puede ir a esa edad, cuando el joven se siente turbado cuando debe describirse a sí mismo. Hay algo en él que le duele a la hora de enfrentar el mundo: su peso. Quien lee abre sus prejuicios y los confronta al observar su mirada que busca cambiar al gordo en flaco como asunto de la novela.
Este mismo joven, al otro día, se entera que llegará una nueva alumna que es diferente. Cuando la conocen, se quedan un tanto perplejos pues el grupo se espera a alguien en silla de ruedas que no pueda caminar, pero no hay silla y la niña camina y se desenvuelve tan bien como el que más; pero su sorpresa es superada por su perplejidad cuando descubren en la visita al museo de Louvre que la niña es diferente porque no tiene brazos. Aquí el lector debe asumir que la diferencia es intrínseca al personaje.
El grupo entero de secundaria se queda con la boca abierta al ver a una niña que se quita el abrigo, lo deja en el guardarropa y se desenvuelve perfectamente, aunque no tiene brazos. Durante el recorrido por el museo los cuchicheos del grupo se manifiestan en racimos de miradas que no se despegan de la nueva chica que no tiene brazos; y la cúspide de la sorpresa, viene cuando recorren las esculturas griegas y dan con la Venus del Milo, la cual es el culmen de la belleza, aunque no tenga brazos.
La anguila es una novela que se enfrenta sin prejuicios y con asertividad a la diferencia. No hay miedo a la palabra gordo, a todo aquello que distingue a una persona de otra; porque en la particularidad se encuentra el secreto de la personalidad de cada uno. La oportunidad de ser quien se quiera con el cuerpo que se tenga. No hay modelos, hay seres humanos que tienen el valor de asumir su originalidad ante el mundo. Tal como decía Oscar Wilde: “Sé tú mismo, todos los demás puestos ya están ocupados”.

Valentine Goby, La anguila, Ciudad de México, El Naranjo, 2023. 138 páginas.