EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Vanidad y soberbia

Silvestre Pacheco León

Octubre 12, 2020

No creo que la candidatura que jugó para la Presidencia de la República sea prenda suficiente para andar por el mundo presumiendo como tal si para lograrlo pasó por encima de los derechos de sus compañeros de partido que no conocieron hasta entonces el tamaño de su ambición, por eso resulta un poco grotesco que para aparecer nuevamente en la palestra política, el joven militante del PAN busque asirse de la popularidad de quien lo derrotó para acusarlo de que no es demócrata y que con su gobierno la democracia está bajo amenaza.
Cualquiera entiende que la vuelta de Ricardo Anaya a la política es obligada en su búsqueda de una posición de defensa frente a la amenaza de ser llamado a juicio para responder por los 6 millones de pesos recibidos del propio gobierno de Enrique Peña Nieto, según denuncia del príista ex director de Pemex Emilio Lozoya.
Ahora, con esos antecedentes de corrupción que lo envuelven y con el envanecimiento que no puede disimular de creerse por encima de los demás, como todo panista de doble moral, está haciendo intentos para hablar de democracia aún con el déficit que acumuló en esa materia para hacerse de la candidatura al interior de su propio partido.
Como si a la gente se le hubiera olvidado el adjetivo de despiadado con el que compañeros y críticos calificaron su modo de ganar la candidatura panista, pasando incluso por encima de los derechos de su compañera con más méritos, Margarita Zavala que competía también por la nominación.
No le importó a Ricardo Anaya provocar división dentro de su partido por el desbarajuste que hizo, alardeando de su habilidad para crear una coalición de partidos que lo apoyaran, tan endeble por su contradicción ideológica de por medio, restándole seriedad frente al electorado con el poco inteligente argumento de que Andrés Manuel López Obrador era enemigo de México y representaba el atraso.
El ex candidato debería recordar que la soberbia y el egocentrismo son actitudes ajenas a la democracia y que un hecho clave que le llevó a perder simpatía durante la campaña fue su conducta irrespetuosa y retadora frente a su opositor Andrés Manuel López Obrador en el último debate, cuando pretendiendo exhibirlo en supuestas equivocaciones, se paseó frente al ahora presidente invadiendo su espacio vital.
¿Cómo un personaje con ese talante de soberbia quería ganarse la simpatía de los electores si hasta el cansancio quiso demostrar sin lograrlo que Andrés Manuel mentía con su propuesta de la pensión universal, porque el panista argumentaba que era imposible financiarla con el presupuesto disponible. Era evidente que el joven tecnócrata desconocía hasta la realidad presupuestal, como ha quedado demostrado.
La democracia no se inventó ayer, eso cualquiera lo sabe, y tampoco es patrimonio de ningún grupo, partido o corriente política, se ha ido construyendo por la sociedad mexicana poco a poco y desde fuera del gobierno, hasta dar un salto cualitativo en el 2018 cuando mayoritariamente decidió la transformación del país por la vía pacífica, sin acudir a los extremos. Por eso el cambio democrático es patrimonio de todos, no solo de los intelectuales orgánicos acomodaticios que durante años teorizaron sobre el Estado para que las cosas se mantuvieran sin cambiar justificando los hechos detestables que sucedían en derredor.
Mientras el PRI y el PAN gobernaban, enajenados por el poder y los privilegios, la desigualdad social que anidaba el descontento siguió creciendo hasta acumularse con la amenaza de colapsar el sistema por la serie de los fraudes electorales (2006 y 2012).
A ninguno de ambos partidos les preocupó el hartazgo social ni el riesgo en que pusieron la vigencia del estado de derecho. Esa sí fue una provocación planeada de la derecha que declaró la guerra no contra el origen, sino contra los efectos de la desigualdad, la violencia y la inseguridad, en vez de combatirlos yendo a la raíz de los problemas.
En contra de esa realidad fue que actúo la izquierda partidista que con toda responsabilidad llamó al triunfo de la civilidad, a darle calidad al voto, que finalmente fue lo que contuvo el estallido social mientras ellos se obnubilaban en su soberbia y vanidad.
Con la 4T todos salimos ganando porque a través del principio democrático de la transparencia se nos ha revelado el enorme tamaño de la corrupción, descubriendo los mecanismos ideados por la tecnocracia del PRI y del PAN para aliarse naturalmente con las organizaciones criminales que saquearon la riqueza del país durante los largos años que se mantuvieron en el poder.
Ricardo Anaya debería tener la humildad para darse cuenta de que es el principal responsable de la división y disminución de su partido, y también de la debacle del PRD. Ni su vanidad ni su soberbia serán suficientes para superar tal hecho, menos con su intento de llamar la atención sobre lo que él define como complejo de inferioridad de López Obrador quien en el diálogo circular de las mañaneras va desnudando la simulación de los gobiernos pasados que fueron cómplices en la actuación de los cárteles de cuello blanco y del crimen organizado a quienes protegieron y dieron inmunidad.
¿Conoce Anaya un período en la historia de México donde la sociedad haya estado mejor informada y haya sido más participativa que en la época actual?
Tanto él como todos los que forman parte de su corriente política deberían estar dispuestos a reconocer que fallaron en su diagnóstico sobre los problemas de nuestro país, por que ninguno acertó a señalar a la corrupción como el mayor mal de México, una peste que está más allá de las ideologías de partidos cuyo combate y erradicación requería, además de un diagnóstico puntual, la valentía y la decisión que solo un hombre del trópico como Andrés Manuel López Obrador podría enfrentar acompañado de esos 30 millones de ciudadanos cuyo número aumenta todos los días.
Claro que López Obrador no es una amenaza contra la democracia, su lucha es porque ese sistema político se ensanche y la sociedad tenga una participación más activa, de ahí la importancia de la consulta popular que hemos ganado, una conquista histórica porque lleva a la realidad lo que era letra muerta debido a la chapucería de los representantes populares que la hacían imposible para cubrirse las espaldas.
En su vuelta a la escena pública Ricardo Anaya ya ha dado muestras de la enorme falta que le hacen sus asesores para mostrar su falsa talla presidenciable. Critica el logro democrático de la consulta ciudadana para juzgar a los ex presidentes con el argumento de que costará más que el avión de Peña Nieto realizarla, reconociendo con ello el exceso del regalo que cometió su compañero de partido Felipe Calderón para cubrirse las espaldas, olvidando que en el Congreso los panistas son quienes se oponen a que la consulta se empate con las elecciones intermedias del año que viene para que no cueste ni un centavo. Pero como los de derecha siempre piensan de manera mezquina, ha considerado que la consulta debe ser aparte porque de lo contrario aducen que esta funcionará como propaganda a favor de Morena lo cual, a los ojos del panista, deja en segundo término la importancia de ahorrar dinero al erario. Todo vanidad y soberbia.