Adán Ramírez Serret
Mayo 26, 2023
El pasado 23 de abril hubiera sido el 70 aniversario de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003), si no lo hubiera aquejado una terrible enfermedad que le quitó la vida cuando el autor estaba en el cenit de su carrera, a los 50 años, en la cúspide de la fama, después de haber vivido en el anonimato con empleos tan diversos como vigilar un camping o recolectar uvas en Francia.
Bolaño murió escribiendo, pues a los 38 años le diagnosticaron un cáncer, que tal como narra en uno de sus cuentos, la doctora le dijo que cuando ya no pudiera alargar los brazos, erguir las palmas de las manos y estirar los dedos, le quedarían pocos días.
Así que en ese momento Bolaño se puso a escribir de manera furiosa durante los siguientes 12 años, en donde consolidó una poderosa y abundante obra que incluye poemas, cuentos y novelas. De hecho, la última, 2666 la escribió muy convaleciente, con un pie en la tumba, se podría decir, al grado que fue publicada cuando Bolaño ya estaba muerto.
Roberto Bolaño significa mucho para la literatura latinoamericana porque la renueva, la pone de nuevo en el radar y la parodia. Sus novelas y cuentos tratan en su mayoría sobre personajes marginales. Vagabundos o poetas, o la mezcla de ambos, que erran por el mundo habitando las periferias.
Bolaño se ha consagrado sobre todo como narrador, pero su vocación original fue la poesía. Muchos de sus personajes, sobre todo Arturo Belano, son alter egos, reflejos o parodias de Bolaño, pues se trata de poetas que viven fuera de los mundos intelectuales de Hispanoamérica, quienes más que escribir, habitan la poesía, porque son sus vidas y no sus obras lo que los hace poetas.
Bolaño comenzó a ser reconocido con su tercera novela publicada en España, La literatura nazi en América. Una serie de biografía apócrifas de escritores nazis que huyeron a América. El libro además de brillante es una parodia-homenaje a Jorge Luis Borges, pues el argentino autor de El Aleph fue uno de los creadores (Macedonio Fernández antes) de esa literatura que han llamado no de la experiencia. Es decir, libros que se platican –que no existen nos enteramos en algún momento–, pero de los que se habla cuando se cuentan las vidas de los autores.
Pocos años después, Bolaño publicaría una de sus novelas más importantes, Los detectives salvajes, la historia de una generación perdida, de un grupo desaparecido, los real visceralistas. Aquí a quien se parodia-homenajea es a Octavio Paz. Bolaño no solamente recupera y asimila a los autores canónicos de Latinoamérica; dialoga con ellos y los hace parte de su poética. Su literatura recupera el canon para volverlo una ficción en la cual la generación de Bolaño y su grupo, existen.
Finalmente, ya en 2003, aparece su novela más ambiciosa, de mil 200 páginas, 2666. Una parte se trata de nuevo de personajes literarios, críticos literarios y un autor apócrifo. Bolaño está completamente consolidado, dueño de un estilo definido en lenguaje, en personajes y atmósfera. 2666, como se entiende desde su propio título, es una novela que tiene mucho de apocalipsis, pero a diferencia de muchas obras contemporáneas (2023) o actuales; el epicentro del fin de los tiempos no es una guerra, cambios climáticos o zombis. En la novela de Bolaño lo que crea la crisis profunda es la misoginia.
2666 sucede en Santa Teresa, una ciudad fronteriza al norte de México en donde hay una serie de feminicidios. Esta ciudad ficticia está inspirada en Ciudad Juárez y en la violencia, en especial los asesinatos de mujeres que la aquejan desde los años 90 hasta ahora.
Hay autores profundos, hay autores talentosos, hay autores fundamentales y hay autores necesarios. Bolaño pertenece a esta última estirpe, pues su obra es la asimilación, homenaje y muerte de la literatura latinoamericana del XX. Desde Neruda, Borges, Paz, Onetti y Parra.
Roberto Bolaño, 2666, Ciudad de México, Alfaguara, 2023. 1216 páginas.