EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Vereda tropical

Anituy Rebolledo Ayerdi

Junio 04, 2020

De administradora del diario La Verdad a directora de su propio periódico, Crítica de Guerrero, es la síntesis de la vida de una mujer admirable y muy querida, Melanea Calderón García, a quien hoy lloramos junto con Pepito, sus tres hermanos y todos los suyos.

Tú la dejaste ir

El Liberal, periódico editado por el cronista Carlos E. Adame, encomia la ejecución de una obra de gran importancia para el puerto, tanto que significará el primer paseo costero hacia Caleta. Estuvo a cargo de los soldados al mando del general Rodolfo Sánchez Tapia, con la participación entusiasta y voluntaria de los acapulqueños. Los recursos utilizados eran producto de una colecta popular destinada a ofrecer una recepción tumultuaria al presidente Plutarco Elías Calles, constructor de la carretera México-Acapulco. Una visita finalmente cancelada.
El tajo al cerro de Los Dragos o de La Pinzona abrirá un camino junto al mar para comunicar al puerto con la playa de Manzanillo, preferida para días de campo familiares, adjunta una enorme huerta de cocos. Formará más tarde parte de la actual avenida Costera.
El antiguo acceso a Manzanillo era una empinada vereda que se iniciaba en el barrio de El Rincón, donde vivía y vive hoy la familia de don Tancho Martínez, fundador de la CROM. Zigzagueante, trepaba el barrio de la Candelaria hasta llegar a un recodo adornado con un nicho cuya cruz en su interior estaba colmada siempre de flores silvestre. El sendero bajaba hasta un sitio donde hoy se levanta una gasolinería para llegar enseguida a Manzanillo. Un paso muy trotado pero poco conveniente para la gente decente por ser asiento del congal Gloria, donde vendía caro su amor La Niña Verde, La Patas de Oso y La Manos de Oro. Imagíneselas, lector.
Una vereda cantada tiempo atrás por Gonzalo Curiel, el célebre compositor jalisciense, por haberla transitado una y otra vez acompañado por la misma dama. Morena, ella, de ojos glaucos, dueña de una cinturita de avispa y caderamen anforino. Un día, la olvidadiza chamaca no llega a la cita, tampoco al siguiente y entonces el autor de Caminos de ayer, Incertidumbre y Temor ¿no podrá esperar más. Quizás durante el viaje de regreso a Jalisco formule su reproche musical:

¿Por qué se fue? / tú la dejaste ir / Vereda tropical / hazla volver a mí / quiero besar su boca otra vez junto al mar…

La ruta 95

Doce automóviles esperaron en Xaltianguis la apertura oficial de la ruta 95 México-Acapulco. Tuvo lugar el 11 de noviembre de 1927, a las 4 de la tarde, cuando el presidente Plutarco Elías Calles hizo volar por vía telegráfica, una roca enorme que taponaba el camino cerca del kilómetro 402. El gobernador de Guerrero, general Héctor F. López, acompañaba al mandatario en la residencia oficial del Castillo de Chapultepec.
La ceremonia en Xaltianguis fue encabezada por el alcalde de Acapulco, Manuel López López y los generales Claudio Fox, jefe de operaciones militares de la entidad y Héctor F. Berber, jefe de la guarnición local. Todos ellos firmaron la relatoría del suceso dejando asentado el agradecimiento del pueblo de Guerrero para el presidente de la República.

Los primeros autos

Dos horas después de la apertura entran a la ciudad 12 automóviles de las marcas Ford, Buick, Oakland, Stutz, Oldsmobile y Hopmobile. Evento histórico aprovechado por las empresas automotrices para exaltar el poder de sus motores y los bajos consumos de combustible. La Ford, por ejemplo, presumía que su auto T gastaba apenas 17 litros por cada cien kilómetros.
La recepción en Acapulco será jubilosa ante aquellas unidades sólo conocidas en periódicos o revistas. La muchachada, principalmente, se maravillará ante tan novedosa presencia acariciando carrocerías e imitando el sonido de sus claxons. Ora que por las calles ya circulaban autos traídos por barco como el Essex propiedad de uno de los muchos Fernández residentes. Objeto, por cierto, de la burla general por circular cuando mucho a 10 kilómetros por hora, con máquina para hacerlo a 60. “Con ese paso ni los perros persiguen al Essex”, se reprochaba.

El Studebaker de Mariscal

Diez años atrás, siendo gobernador de Guerrero con caprichoso asiento en Acapulco, el general atoyaquense Silvestre Mariscal se movía en su automóvil Studebaker, descapotable. Los faros eran de carburo y el arranque era manual porque tenía magneto y no de conexión eléctrica. Acostumbraba un paseo vespertino acompañado por su esposa, doña Elisa de Mariscal y en su caso los perros no le ladraban porque los primeros que lo hicieron murieron acribillados. Su chofer era mudo para efectos de discreción.

Eduardo VIII

Los cañones del fuerte de San Diego permanecieron mudos aquel 9 de octubre de 1920. Ello no obstante que entraba a la bahía el acorazado MHS Renow, buque insignia de la Royal Navy inglesa, al mando del príncipe Eduardo de Gales. Silencio determinado por la carencia de relaciones diplomáticas entre ambos países.
El futuro monarca, cuyo reinado no cumplirá un año por sus tratos secretos con Hitler, aunque se argumentó su amor por una plebeya, desembarca hasta que lo autorizan las autoridades mexicanas. “El güerejo pasmado y sin chiste”, según doña Tomasa Becerril, bajará a tierra luciendo el traje de gala de la armada de su país.
Por la tarde , Lalo como ya lo llaman los lancheros del puerto, visita Pie de la Cuesta donde caza patos y pichiches. Para darle color a su visita, el hijo de reyes es llevado a la fonda de doña Bocha Castrejón, en el mercado del Zócalo, donde se zampa un par de albóndigas de pollo. Las elogia como bocatto di Cardinale y hasta se chupa los dedos. (¡Mi señor!, lo reprende su jefe de ceremonial). El tratamiento de doña Bocha para el príncipe es el de “mi rey”: ¡Para servirte, mi rey!… ¡Que güerito estás, mi rey!… ¡Gracias, mi rey!… ¡Que te vaya bien, mi rey!
Cuando 16 años más tarde el príncipe ascienda al trono inglés con el nombre de Eduardo VIII, recordará su estancia en Acapulco. Se seguirá preguntando si aquella mujer mexicana poseía dotes de profeta o augur al verle la testa coronada. El monarca inglés no se enterará jamás que doña Bocha, su anfitriona, daba el tratamiento de “mi rey” a toda su clientela, incluido “Bencho, el tuerto”, operador del carromato de la basura jalado por burros, a quien le obsequiaba la comida.

Acapulqueños de los 20

En su periodiquito El Liberal, el futuro cronista Carlos E. Adame destaca y agradece la participación entusiasta de muchos avecindados en las tareas encaminadas al progreso de Acapulco. Los menciona uno a uno, sus orígenes, perfiles y trincheras.
* Isaías Acosta, bondadoso contador (fundará la Cámara de Comercio).
* Manuel Revilla, casado con Rosalía Pintos, hija del primer matrimonio del alcalde Antonio Pintos Sierra, hermana de Federico, Rafael y José. Fue contador-gerente de la empresa Alzuyeta y Compañía.
* José Gómez Arroyo, médico militar llegado en 1918 con las fuerzas revolucionarias. Fue director del hospital civil Morelos y salvó la vida de Juan R. Escudero, víctima de un primer atentado a tiros. Procreó varios hijos con diferentes esposas. Entre otros, Genoveva, Leonila, Carmen, Gloria y José.
* Pascual Aranaga, español que llegó al puerto como arriero y dirigirá más tarde una empresa comercial.
* Los hermanos Samuel, Manuel y Félix Muñúzuri. Venidos de Guatemala se identificaron desde sus años mozos con la gente del puerto, formando honorables y numerosos familia acapulqueñas.
* Alejandro, Rosendo y Alberto Batani, con orígenes en la isla de Batán.
* Don Ramón y Jorge Córdova, compradores de pieles y armadores del tráfico de cabotaje.
* Los hermanos Sergio, Rogelio y Obdulio Fernández, dueños de la fábrica de jabón La Especial, establecida en el lejano barrio de Río Grande (hoy, de La Fábrica).
* Don Adolfo Argudín. Fundó el hotel Miramar y fue gerente de la empresa Transportes Lacustres. Formó aquí con doña Adela Alcaraz una gran familia: Alfonso (alcalde de Acapulco 1984-1986), Tere, Teyín, Chayo y El Güero.
* Los hermanos Hugo y Enrique Stephens, dedicados a la agricultura y la ganadería en Plan de los Amates.
* Hermanos San Millán –Maximino y Luciano–, dueños del cine Salón Rojo y de una cantina en el Zócalo.
* José Flores, representante de la empresa Casa Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, dueña de las fábricas de hilados de El Ticuí, en Atoyac, y Aguas Blancas, en Coyuca de Benítez.
* Manuel Tejado, simpático y jacarandoso español, gerente de la casa Hermanos Fernández y Compañía. Lo había sido de P. Uruñuela y Compañía.
* El asturiano Arturo García Mier, propietario de la imprenta La Asturiana.
* Los señores Casís, don Guillermo Edwards, don Lorenzo Sánchez Morales, don Juan Manzanares y don Luis Long. Comerciantes muy queridos.

Un aviador en apuros

Tripulando su propio aparato, un aviador español sale del puerto de Veracruz con destino a la Ciudad de México, pero por el mal tiempo extravía su ruta. Sin conocer su ubicación, a causa de las nubes negras, desciende en un “claro” que no es sino un tupido maizal al que destruye necesariamente. Tiembla de pies a cabeza cuando al apagar el motor se percata de que está rodeado por una multitud y piensa lo peor. Sin embargo, la presencia de una tropilla de niños alharaquientos le dice que no se trata de un linchamiento. Sonríe
–Perdónenme ustedes, estoy dispuesto a pagarle su sembradío –se disculpa al tiempo que indaga dónde se encuentra. Una respuesta coral se lo hace saber: ¡en San Marcos, Guerrero!
Ya ubicado, el tripulante se presenta como Juan Ignacio Pombo Alonso, piloto español que realiza un viaje de aventura en su propia avioneta, a la que ha bautizado Santander, nombre de su ciudad natal. Que ejecuta un raid entre ocho capitales sudamericanas y que el mal tiempo lo hizo descender. El calendario marca el 13 de septiembre de 1935.
–¿Acapulco? Claro que he escuchado de ese nombre, famoso por sus bellezas naturales. ¡Si me llevan se los agradeceré eternamente!
El aviador es recibido aquí con júbilo por sus muchos paisanos quienes lo agasajan con paella, vinillo de Jerez y canciones del terruño. Le proporcionan, además, los medios para rescatar su aparato bajo la celosa custodia de niños sanmarqueños. Dos días más tarde, el 16 de septiembre, vuela a la ciudad capital para culminar su hazaña.

Juan Ignacio Pombo

Juan Ignacio Pombo vivirá en su periplo diversas incidencias como la ocurrida en Brasil, donde un mal aterrizaje casi destruye el aparato. Una vez reparado, continúa el viaje para hacer escalas en Paramaribo, isla Trinidad, Maracaibo, Barranquilla, Bogotá y Panamá. En San José de Costa Rica sufre un ataque de apendicitis, sometiéndose a una urgente intervención quirúrgica. Todavía convaleciente continúa su vuelo y tras hacer escalas en San Salvador, Guatemala y Veracruz, aterriza de emergencia en Acapulco (Wilkipedia).
Para acometer tal hazaña, Pombo Alonso voló una avioneta deportiva British Aircraft Tagle 2, monoplano de ala baja construida en madera contrachapada. Dotada con un motor Gipsy Major de 130 CV y tanque para 694 litros de gasolina. Cubrirá una distancia de mil 800 kilómetros en 16 horas con 47 minutos para, finalmente, obsequiar la Santander a México. Volverá en 1943 para fijar aquí su residencia.