EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Viaje a Coahuayutla

Silvestre Pacheco León

Octubre 21, 2007


Es un miércoles del mes de octubre. Viajamos desde Zihuatanejo apretujados en una camioneta que tiene la ventaja de su aire
acondicionado. Coahuayutla ha sido designado municipio escuela del Sistema Nacional de Capacitación y Asistencia Técnica Rural
Integral y la consigna es realizar el taller de diagnóstico municipal con la participación de los consejeros que representan a los
productores rurales.
Hace ya diez años de mi último viaje a este que es el municipio más extenso y menos comunicado del estado de Guerrero.
Mientras llegamos al entronque de la carretera nacional con la cabecera de La Unión recuerdo el año en que viajé por primera vez
a la tierra de donde es originario don José María Izazaga, uno de los elementos clave en la guerra de Independencia. Eran
principios de los ochenta. El puerto de Lázaro Cárdenas en la costa michoacana cumplía puntualmente con su función de polo de
desarrollo atrayendo personas y bienes de toda la comarca. En la cabecera municipal su principal atractivo eran sus casas de
adobe y teja, con amplios corredores. El empedrado lucía en la calle principal, donde también era común encontrarse los
caballos y bestias mulares que entonces eran el medio de transporte más común para los caminos de herradura.
Juan Correa Villanueva, quien llegó a ser el tercer presidente municipal perredista, era un joven ingeniero que se empleaba en la
siderúrgica de Las Truchas pero no se desvinculaba por ello de la vida de su comunidad. Un día llegó hasta mi oficina de
Zihuatanejo con un legajo de documentos bajo el brazo en el que exponía la realidad de Coahuayutla y sus propuestas para
alcanzar el desarrollo del municipio que después gobernó. Sus ideas eran firmes y militaba en las filas de PRI dentro de la
corriente cardenista del nacionalismo revolucionario. Cuando ganó la presidencia lo hizo como candidato del PRD. Después no
supe de los resultados que tuvo su gestión.
En eso pensaba durante este viaje, cuando me percaté de que nuestra marcha se detenía por el retén de soldados controlando el
tránsito en el entronque de La Unión. Un soldado nos marcó el alto mientras su compañero nos hacía ver que habíamos errado el
camino que marcaban los conos naranja, y casi nos obligan a rehacer el camino si no es porque Israel, aparte de conducir la
camioneta, hace gala de su diplomacia persuadiendo a los verdes para franquearnos el paso.
Así llegamos a La Unión, la cabecera municipal que se quedó rezagada frente al pujante pueblo de Petacalco en la bahía del
mismo nombre, población que creció más allá de lo previsto, pese a la contaminación inmisericorde de la termoeléctrica Plutarco
Elías Calles.
Ahora la cabecera de este municipio se ha extendido siguiendo el rumbo del camino que conduce a Coahuayutla. Lo hizo a partir
de que la UNICEF financió una fuente alterna de abastecimiento de agua para La Unión que proviene de la zona por donde ahora
caminamos. La presencia del vital líquido ejerce la principal atracción para los nuevos asentamientos que así gozan de otros
servicios que proporciona el centro de los poderes municipales.
El camino de La Unión hasta los límites del municipio se pavimentó hará cosa de diez años. Desde entonces no se ha rehabilitado
y mucho menos concluido, porque el trazo original culminaba en la cabecera de Coahuayutla, a donde ahora se llega igual que
como en el siglo pasado, por un camino lleno de hoyancos y charcos, entre la polvareda.
El único placer del viaje es su verde paisaje y las avenidas de agua que se han multiplicado. Los árboles de bocote salpican el
monte con sus flores blancas que son también el anuncio del Día de Todos los Santos. Las lluvias que han sido generosas en este
temporal han retardado el florecimiento de la naturaleza. El color verde en todos sus tonos pinta las orillas del camino hasta que
subimos la cima del cerro que resguarda a Las Juntas del Poblado.
La parada obligada en el viaje es Colmeneros, el primer pueblo del municipio de Coahuayutla. Nuestro apetito se verá saciado
pronto con las comidas casi exóticas que aquí se sirven –eso pensamos. Es tiempo de langostinos y también de toqueres o
toqueras, las tortillas del maíz maduro que en otras partes se llaman camaguas. El único restaurante del pueblo sirve a sus
comensales en unas mesas y sillas desvencijadas, en el corredor de la casa con piso de tierra. Eso no nos importa frente a la
posibilidad de saciar el hambre que nos consume. Lástima, no hay nada que comer. Lo que había nos lo ganaron los pasajeros de
la camioneta de pasajeros que poco antes pasó rumbo a nuestro destino.
No queda más que seguir la cuesta del camino pasando de largo El Naranjo para no distraernos más mientras llegamos al punto
más alto del trayecto por esa cuesta pedregosa.
Allá, bajando a Coahuayutla empiezan a ganar los tonos café y gris del paisaje. No ha llovido en más de un mes en esta parte
donde se encierra el calor. Las semanas de sequía están contadas por los campesinos maiceros que ven con aflicción la inminente
pérdida de la cosecha ahora que las milpas apenas están “muñequeando”. La tierra colorada y reseca es señal de que vamos
llegando a Platanillo, un pueblo pobre, en medio de la nada y que, sin embargo, ha crecido en población.
Como el hambre arrecia, no tenemos intención de pararnos ni siquiera para admirar el torrente de aguas cristalinas del río San
Antonio que cubren todo el cauce. Mientras pasamos por el vado vemos con interrogación el enorme puente construido muchos
metros abajo del camino que solamente se utiliza cuando el río está crecido.
Ya llegamos a la cabecera, es día de plaza y la calle principal está ocupada toda por vehículos automotores, mayoritariamente
camionetas emplacadas en Michocán. A nuestro encuentro no vienen ya las viejas casas de adobe y teja de antaño. Ahora son
viviendas nuevas, construidas con material industrializado. El pueblo da la sensación de querer ser moderno sin poder ocultar el
pasado. La plaza con su jardín están frente al palacio municipal. Sus plantas de ornato son de ciudad, habiendo tantos bocotes,
brasiles y robles para presumir. La infaltable cancha de básquetbol cuenta con tribuna de concreto, descuidada. A sus espaldas
está el kiosco y más allá la Iglesia católica. El palacio es feo y de estilo moderno. Algunas oficinas son pocilgas con colchones
viejos en el piso. En el conjunto de la plaza está un museo de reciente edificación. Cientos de objetos de barro, piedra y conchas
marinas sin clasificar se apilan entre el polvo. Hay una decena de espadas de la época de la colonia, unas balas de cañón, pero
también cientos de libros sin desempacar, embodegados porque, al parecer, no caben ya en la biblioteca de enfrente. Así luce
todo en medio de las disputas partidistas de la alternancia entre gobiernos priístas y perredistas.
La pobreza y la marginación siguen siendo los males de siempre, agravados quizá por los efectos de la globalización. La plaza
semanal es como en todos los pueblos de la región, los tianguistas llevan la batuta en los asuntos del consumo y los clientes
aprenden sumisamente los dictados del mercado. Los negocios de queso añejo de todos tamaños y de discos compactos de
música y películas actuales, compiten en tamaño.
Para el evento al que vamos están ya a la espera los consejeros de los productores, no muchos, apenas la mayoría para el quórum
de rigor. Vienen campesinos de Nueva Cuadrilla, una región muy definida en el extremo del extenso territorio municipal. No
están los pescadores ni los productores de palma, ni los madereros, pero hay cacahuateros, ganaderos y maiceros. Entre todos
diagnostican la realidad municipal. Exponen el problema de los caminos que son malos y de temporal, situación que les impide la
comercialización e inhibe la producción. Sufren la escasez de agua a pesar de los millones de metros cúbicos que almacena el
embalse de la presa del Infiernillo. Todos los escurrimientos de la mitad del territorio están concesionados a la CFE para producir
electricidad. Ni modo, si se mueren sus vacas y si la milpa sucumbe por un mal temporal.
Los métodos y las técnicas de producción no han variado. Los pescadores siguen siendo pobres y explotados igual que los
ganaderos y todos los demás. El apoyo oficial sólo aligera las penas, no modifica la realidad del campo. Los productores nomás
se ocupan en el temporal. Los jóvenes emigran al Norte, aunque hayan estudiado. La idea de capacitarse apenas les interesa pero
si prende, las más de diez telesecundarias sembradas en el municipio serán de gran utilidad.
El milagro de la lluvia sucede cuando el mayor bochorno del medio día se hace presente. Comidos y sentados en el pasillo del
piso superior del palacio municipal disfrutamos del agua que cae. Es una llovizna gruesa que llegó sin avisar, sin estruendos, ni
relámpagos, casi apacible.