EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Viajes, marchas, protestas y el farolito de la calle

Abelardo Martín M.

Febrero 14, 2017

Muy bien han hecho los gobernantes municipales, estatales y el federal en enfocar su agenda a las opiniones, acciones y decisiones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien abrió una veta muy oportuna para la coyuntura que vivían los mexicanos. Primero, su oferta de campaña de devolver el orgullo de ser la primera potencia mundial a los estadunidenses y posteriormente, ya como mandatario, las opiniones y decisiones tomadas representaron el distractor principal de una ciudadanía preocupada, desgastada y desesperanzada.
En un acontecimiento novedoso, el presidente Enrique Peña Nieto acudió al aeropuerto internacional Benito Juárez (cómo pesan cada vez más estos nombres de héroes que defendieron la patria), para dar la bienvenida a un grupo de menos de 200 personas que fueron deportadas de Estados Unidos.
Simultáneamente la agenda de muchos gobernadores, secretarios de Estado y presidentes municipales se adaptó y adoptó a protestar por los abusos del presidente gringo, su lenguaje política y diplomáticamente incorrecto y agresivo.
¿Cómo es posible que se exprese de la forma en que lo hace de nuestro país y de nuestros gobernantes? ¿Cómo se atreve a reiterar a diestra y siniestra que va a levantar un muro en la frontera que separe a México de Estados Unidos y también a deportar a mexicanos que han entregado su trabajo, muchos su vida, a ese país?
Grupos tradicionalmente cercanos al gobierno federal, vinculados a la defensa de los derechos humanos organizaron una megamarcha en la capital de la república, simultáneamente replicada en distintas ciudades del país y que fue apoyada y auspiciada por las autoridades correspondientes. Es decir, se volvieron protestas que muchos llaman “institucionales”.
Trump es la causa de gran parte de nuestros males. Eso bien aprovechado se convierte en un afortunado distractor de la realidad y la incapacidad nacionales. Como nunca antes, autoridades de los tres niveles de gobierno han enfocado su acción y programado su agenda en función de lo que ocurra con el gobierno de Trump.
Muchas críticas recibió el gobernador Héctor Astudillo porque el pasado fin de semana decidió viajar a Estados Unidos, en particular a las ciudades californianas de San Diego y Los Ángeles, para reunirse con la comunidad de guerrerenses que han migrado al norte y ahí habitan.
Que si en Guerrero hay una problemática grave que no debe desatender, que los guerrerenses de aquí tienen más problemas que los de allá, que el clima de violencia en la entidad no cede y es en ello en lo que debe concentrarse el mandatario, son algunas de las expresiones vertidas en los medios de comunicación a ese propósito.
Y sí, Guerrero vive día con día en el imperio del crimen organizado que no da ni pide cuartel, en tanto la inconformidad de muy diversos grupos sociales sigue latente y se manifiesta de manera intermitente.
Por esas y por otras razones, en la entidad se advierte una indiferencia difícil de comprender ante lo que ocurre con la llegada de Donald Trump a la presidencia del país vecino, personaje que tiene entre sus objetivos sellar sus fronteras ante las corrientes de migración, de forma muy señalada la que proviene desde México.
Esa despreocupación colectiva llama la atención porque el estado ha sido por décadas un territorio expulsor de su población, y muchos de los migrantes, como ocurre en todo el país, han optado por emprender la aventura cruzando la frontera norte.
Por esa misma historia, en Guerrero muchísimas familias reciben remesas de sus parientes, y tanto la estancia de ellos allá, como el flujo de dinero que mandan, están en entredicho ahora.
Así, mientras el gobernador Astudillo realizó su gira californiana, Guerrero no participó de la movilización nacional que en forma coincidente fue convocada en la Ciudad de México y en una veintena de urbes en diversos estados.
Pese a que los grupos sociales en la entidad son proclives a la manifestación pública e incluso a los radicalismos que le han dado a Guerrero notoriedad nacional e internacional, en esta ocasión el tema no motivó a nadie. Imperó tal vez la lógica que ha hecho célebre la señora Legarreta: lo que ocurre en Estados Unidos no nos afecta porque nos queda muy lejos.
Lo cierto es que los grupos y organizaciones que un día sí y otro también se manifiestan en calles y carreteras de Guerrero por las más diversas causas, esta vez sienten que el de Trump, al asedio y la deportación de migrantes y lo que pase en la relación de México con Estados Unidos, no son sus temas.
Encerrados en nuestros laberintos serranos, hemos dejado de lado una causa que sí es nuestra, aunque quede a dos mil millas de distancia. Sin que ello signifique olvidar a minimizar lo que ocurre en nuestra vida diaria aquí.
El gobernador Astudillo, reportaron varios periódicos de la ciudad de México, convirtió la Casa Guerrero de Santa Ana California en la Casa México, desplegó toda una serie de acciones para ocuparse, no sólo preocuparse, de los guerrerenses que tuvieron que desplazarse a Estados Unidos por falta de oportunidades en su estado y en su país.
Muy bien que sean recibidos con alegría, júbilo y despliegue de parafernalia mediática, pero lo más importante es retomar la responsabilidad de quienes carecen casi de todo, a quienes su única esperanza es que se mejoren los servicios públicos de educación, salud y crecimiento. Es decir, evitar que se aplique aquel dicho de las abuelas que decía no sean “candil (o farolito) de la calle y oscuridad de la casa”.