Riendo mirábamos cómo el viento soplaba las velas.
Shakespeare.

Pérfida cábula que mezquina quiebra el alba. Grotesco corcel que azota la desgracia. Esquina pide el poseedor del infortunio.
La grave bacteria anticipó la fuerza de su fuete. De apapachos y pucheros llenaron el charco chorreando chatarra para hacer chusco el desenchufe.
Solitarios quedarán los senderos, las grandes avenidas, los ríos de gente.
Viene el viento borrando berridos. Tuerce las casas altas, socava el piso de los parias, abre hoyos como los cangrejos en la playa.
De lejos se oyeron alarmas y campanas, las alertas doblaron sus alas en las orejas sordas.
El tiempo se va al rostro de Heráclito porque el ínclito Hipócrates se inclina ante los tardíos afanes.
En el horizonte apareció el lobo, rugió en montes y praderas, devoró aldeas vecinas y dijimos que Pedro seguía en la mentira. Espantoso animal, trábense tus fauces. Quémese tu cuerpo en el caldero hirviendo antes que tu garra atrape. Pero no, no vendrá Francisco con el carnicero sereno y dócil.
Cálmate cólera, óxido límpiate, súbita esdrújula incinérate.
Ágil músculo cuélgate al día; sé indómito, impertérrito.
Cuídate, consérvate, protégete.
No sea éste el reino de los desvalidos ni el paraíso de los potentes.
Rechacemos la ofrenda y el incienso.
Colmados de errores, resistan nuestras plantas la travesía en el desierto.
Cavilemos el pálpito del nervio sin postrar el pensamiento.